Ni rebote estadístico ni conejo del sombrero

Iván Alonso dice que la recuperación económica va más allá de un mero rebote estadístico, sino que refleja como en la hora más difícil, el modelo de libre mercado le dio una segunda oportunidad a cientos de miles de personas.

Por Iván Alonso

El exministro de economía Pedro Francke se ufanaba de que las políticas del gobierno del que hasta el mes pasado formaba parte estaban logrando una de las tasas de crecimiento más espectaculares del país y del mundo. Algunos de sus críticos –los menos sofisticados, vamos a decir– respondían que ese crecimiento no es otra cosa que un “rebote estadístico”. El 13,3% de crecimiento del PBI en el 2021 reportado por el INEI es, en efecto, apenas unas décimas más de lo que necesitaba crecer para volver donde estaba hace dos años, después de caer 11% en el 2020.

Este economista ciertamente no comparte el triunfalismo del exministro, pero tampoco comparte la tesis del rebote estadístico. Ésta es una manera de describir un resultado, pero no una explicación de un fenómeno económico. ¿Cómo así pudo esta economía producir otra vez lo mismo que producía, en términos de valor, antes de la pandemia? Eso es lo que tenemos que preguntarnos.

No era tan simple como encender de nuevo las máquinas y regresar todos a nuestros puestos. Entre los 200.000 muertos había una gran cantidad de gente en edad de trabajar. Habremos perdido entre el 0,5% y el 1% de la fuerza laboral del país. Y si bien el capital físico no se ha destruido, una buena parte sigue inutilizada hasta hoy por las restricciones sanitarias que aún no se han levantado del todo.

La recuperación económica ha exigido un desplazamiento de recursos, como dicen los economistas, a gran escala. El desplazamiento de recursos no es otra cosa que el cambio de ocupación al que mucha gente se ha visto obligada para sobrevivir. Sus ingresos no son lo que eran antes, pero eso, lamentablemente, era lo que cabía esperar cuando las actividades a las que se dedicaban en un mundo sin restricciones –la más atractiva para cada uno, presumiblemente– quedaron vetadas. También es parte de ese desplazamiento de recursos la adecuación de locales y maquinaria a la nueva realidad, como la rápida conversión de una conocida (en Lima, por lo menos) cadena de cafeterías en minimarkets (conversión que ya ha sido revertida en su totalidad).

Todas éstas son decisiones conscientes; forzadas por las circunstancias, quizás, pero no por eso menos conscientes. Por eso es que no puede caracterizarse la recuperación como un rebote. No es un movimiento aleatorio, una “regresión a la media”, como dicen los libros de estadística. Es un proceso económico.

Aquí es donde el triunfalismo franckista naufraga porque no son las políticas que este gobierno pregona las que le han dado a nuestra economía esa capacidad de recuperación, sino más bien las que se asocian al modelo de libre mercado que repudia.  Sin libertad económica la gente se habría quedado cruzada de brazos esperando que el estado la socorriera o que le dijera qué hacer para sobrevivir. Sin libertad de precios no habría ni siquiera intentado comenzar nuevos negocios para recuperar una parte, aunque sea, de los ingresos perdidos. En nuestra hora más difícil, el nunca bien ponderado modelo neoliberal les dio a cientos de miles de personas una segunda oportunidad.

Considerando cuánto más productivas serán cuando vuelvan a sus ocupaciones habituales, cuánto capital físico está todavía subutilizado y cuánto más capital se ha creado en los últimos cuatro o cinco trimestres, en los que la inversión privada ha batido record tras record, la economía puede seguir creciendo –y rápido– en los próximos años. Pero eso, por supuesto, requiere que se respete la propiedad privada y la iniciativa individual. Si no, el impulso se irá perdiendo.