Miseria sí, vacunas no
Guillermo Cabieses dice que el razonamiento detrás de la prohibición para que los privados puedan importar vacunas a pesar de su escasez, así como para limitar los viajes de quiénes quieren irse a vacunar a otro país, muestra una ignorancia económica y una inmoralidad despreciable.
Winston Churchill definió, de manera precisa, al socialismo como “(…) la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la prédica de la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”. La férrea oposición, desde el socialismo, a que los privados puedan importar vacunas, sumada a los pedidos para que las personas no puedan viajar a inmunizarse a otros países, no hacen más que confirmar la precisión con la que Churchill describió esta doctrina.
El razonamiento detrás de la prohibición para que los privados puedan importar vacunas a pesar de su escasez, así como para limitar los viajes de quiénes estén dispuestos a ir a vacunarse a algún lugar del globo donde no sea colosal la ineficiencia estatal, refleja dos cosas: una ignorancia económica absoluta y una inmoralidad despreciable.
Un virus produce una externalidad negativa gigante. La externalidad, como se sabe, es un costo que se asume de manera no voluntaria. Una pandemia es un ejemplo paradigmático. La gente, al salir de su casa, asume el riesgo de contagiarse incluso así adopte las medidas de precaución recomendadas. Esto se da porque hay una gran cantidad personas infectadas en las calles, que contagian a las personas sanas al interactuar con ellas. Sumado a la patética infraestructura sanitaria del país, eso hace que un número enorme de personas mueran diariamente por falta de atención médica.
¿Cómo se reduce esta externalidad? Vacunando a la mayor cantidad de personas lo antes posible; así, estas personas, a pesar de contagiarse, no requerirán de atención hospitalaria, liberando camas que tan urgentemente necesitan quienes no estén vacunados.
¿Qué se requiere para poder vacunar a más gente, en menos tiempo? Naturalmente, más vacunas. Si, además del Estado, los privados importan vacunas, ¿tendremos más de estas? A la larga, sí. Puede que inicialmente solo los estados estén en capacidad de comprar vacunas por restricciones de los laboratorios, pero tarde o temprano, las empresas estarán en posibilidad adquirirlas y, obviamente, estarán en mejor posición de hacerlo quienes hayan podido negociar con anticipación su adquisición. No en vano países como Colombia y México, por citar dos casos latinoamericanos, ya lo han autorizado.
De otro lado, quienes viajan al exterior a vacunarse, también reducen la externalidad descrita. No sólo liberan las tan necesarias camas para aquellos desafortunados que enfrenten una infección de COVID-19 sintomática. Permiten, además, que haya más vacunas para quienes, con menos recursos o menor aversión al riesgo, no se puedan inocular en el exterior.
Esto, en sí, debería ser argumento suficiente tanto para permitir la comercialización de vacunas por parte de privados, como para promover, en lugar de criticar, la partida de compatriotas a otros países en los que el sistema de salud no sea tan calamitoso como el peruano.
Sin embargo, hay un argumento adicional. Recientes estudios demuestran que ciertas vacunas (i.e. Moderna y Pfizer) previenen no solo el desarrollo de síntomas, sino también el contagio, con lo que contar con una mayor población vacunada debe ser prioridad para todos.
Quien prefiera que dos personas estén enfermas o incluso mueran, a efectos de igualar a quien tiene dinero con el que no lo tiene, es un inmoral, que lo único que busca es la miseria igualitaria de todos. No permitamos que esa gente anote –a lápiz– más muertos en nuestros libros de historia.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 6 de mayo de 2021.