Más sobre las farmacias
Iván Alonso explica que las farmacias son intermediarias entre los laboratorios y el público, de manera que no tienen libertad de subir hasta donde deseen los precios, dado que los laboratorios tienen el interés de mantener el costo de comercialización bajo control (al igual que otros) para poder vender más.
Por Iván Alonso
Hablábamos la semana pasada sobre la concentración de las cadenas de farmacias, a propósito de la adquisición de Mifarma y otras cadenas pertenecientes al mismo grupo por parte de Inkafarma. Decíamos que el mercado farmacéutico –o, más exactamente, el segmento atendido por las cadenas– se ha vuelto más concentrado en los últimos años como consecuencia de la expansión de las principales cadenas. Eso no ha significado, sin embargo, un aumento en los precios de los medicamentos por encima de la inflación. Calculábamos, entonces, que las ventas de productos farmacéuticos habían aumentado, entre los años 2010 y 2015, de 40% a 45% en volumen, lo cual representa un enorme beneficio para el consumidor.
Es probable que con la reciente adquisición de Mifarma y sus cadenas hermanas esa tendencia continúe, aunque no lo sabemos a ciencia cierta. Los dueños de Inkafarma evidentemente suponen que todavía hay economías de escala en el negocio farmacéutico y que podrán reducir aún más sus costos y eventualmente trasladar esa reducción a los precios. Algunos detractores de la fusión, como el defensor del pueblo, temen que eso suceda. Otros temen, más bien, lo contrario: que las cadenas tengan de aquí en adelante más poder para subir sus precios.
Pero hay un elemento que ha estado ausente en toda esta discusión y que es quizás la principal limitante al ejercicio de ese supuesto poder de mercado. Las farmacias no fabrican ellas mismas los productos que venden. Son intermediarias entre los laboratorios y el público. El margen de comercialización de las farmacias es, desde el punto de vista de los laboratorios, un costo más. Los laboratorios son los mayores interesados en mantener ese costo, como cualquier otro costo, bajo control; y no tolerarían alegremente que las cadenas aumentaran sus márgenes porque eso se traduciría en mayores precios de venta al público y, consecuentemente, menores volúmenes de venta de sus productos.
No es tan difícil, en realidad, para un laboratorio “disciplinar” a las cadenas que vendan sus productos a precios mayores que los que el laboratorio considera óptimos. Puede incentivar a otras farmacias para que aumenten sus ventas, a expensas de las rebeldes. ¿Cómo? Pues ofreciéndoles descuentos por volumen. Los “rebates”, como se les denomina, son una práctica habitual no solamente en el mundo farmacéutico. Los minoristas que exceden las metas de ventas de determinados productos reciben descuentos en los precios al por mayor. Eso los incentiva a vender más, sin necesidad de sacrificar la prestación de servicios valiosos para el laboratorio, como informar al consumidor sobre las características de sus productos.
Para que una cadena pueda mantener altos sus precios, por encima del nivel que les conviene a los propios laboratorios, el resto de cadenas y farmacias tendría que tener muy poca capacidad de respuesta. Los precios altos de la cadena dominante se convierten en un atractivo para entrar al mercado, inclusive para quienes no están aún en el negocio farmacéutico. Mientras sea posible abrir nuevas farmacias o agrandar las que ya existen –y con cerca de diez mil farmacias independientes a lo largo del país, no parece que haya barreras difíciles de remontar– y mientras sea posible crear otras cadenas, ninguna cadena dominante podrá ejercer su poder de mercado por mucho tiempo.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 16 de febrero de 2018.