Lo que vi en Kiev en 2014

Ian Vásquez considera que el aniversario de la invasión militar rusa de Ucrania ofrece una oportunidad para evaluar la lucha que desde mucho antes de la invasión vienen librando los ucranianos contra la dominación de un Estado autoritario extranjero.

Por Ian Vásquez

El aniversario de la invasión militar rusa de Ucrania ofrece la oportunidad de evaluar la lucha de Ucrania contra la dominación de un Estado autoritario extranjero. Aunque hay mucho que decir, la guerra actual no es más que el último –y sin duda el más brutal e intenso– capítulo de la lucha de los ucranianos por una mayor libertad desde la caída de la Unión Soviética.

La Revolución de Maidán –la culminación de un levantamiento en Kiev que comenzó en noviembre de 2013 y terminó en febrero de 2014 con la destitución del presidente Viktor Yanukovich y la instauración de un gobierno interino– constituye un capítulo anterior. A continuación, aprovecho el aniversario de hoy para reproducir un artículo que escribí desde Kiev cuando la visité pocas semanas después de que terminaran las protestas del Maidán.

No cabe duda de que millones de ucranianos anhelan la libertad y que Maidán fue una expresión de ese anhelo. De hecho, en los años posteriores la libertad en Ucrania aumentó, como documenta el Índice de Libertad Humana. Pero el fuerte legado socialista ha sido un reto a superar. Ucrania ocupa el puesto 89 en el Índice de Libertad Humana, notablemente mejor que Rusia (119), pero todavía demasiado bajo. Esperemos que el espíritu de Maidán, vivo en la guerra en curso, prevalezca en sus secuelas.

El desafío de la libertad en Ucrania

Aquí en Kiev es imposible caminar por la plaza central de Maidán sin emocionarse. Es aquí donde los ucranianos, en cientos de miles, se congregaron durante meses a protestar contra el régimen corrupto de Viktor Yanukovich, fiel vasallo de Vladimir Putin. En el proceso, los manifestantes sufrieron más de cien muertos, hicieron colapsar el gobierno, y se convirtieron en un símbolo internacional de resistencia contra la amenaza autoritaria.

Maidán sigue siendo ocupada por miles de ciudadanos en un extenso campamento que parece de guerra: hay barricadas, puestos que ofrecen auxilio médico, fogatas, carpas, viviendas improvisadas, desechos y escombros amontonados, un edificio enorme totalmente quemado, cocinas para atender a un público masivo, alambres de púas y banderas de la nación. También hay muchas flores. El lugar es ahora pacífico, seguro y ordenado. Vienen familias de toda clase a pasear, rendir tributo a los caídos, y tomarse fotos con sus niños con la esperanza de que están presenciando, finalmente, el nacimiento de un país que se encamina hacia la democracia y el Estado de derecho.

Sin embargo, este resultado no está garantizado. Los ciudadanos de Maidán no dejan el lugar porque se niegan a simplemente confiar en el nuevo gobierno interino. Tienen la memoria fresca de la Revolución Naranja que hace diez años prometió deshacer el podrido sistema de privilegios y corrupción, solo para terminar desilusionando al pueblo cuando nada cambió.

Los ucranianos están hartos de vivir en el atraso y sin libertades plenas. Después de la caída de la Unión Soviética, Ucrania hizo poco para reformarse. Por lo tanto, se quedó estancada. En 1990 el ingreso per cápita de Polonia y Ucrania era el mismo. Ahora el de Polonia es casi tres veces mayor. La revolución de Maidán encarna el deseo de vivir en la modernidad. Después de todo, empezó con manifestaciones a favor de un tratado de libre comercio con la Unión Europea en vez de solo mantener los viejos lazos con una Rusia dominante.

El desafío es grande. El gobierno está en bancarrota, está consciente de las expectativas del pueblo y sabe bien que le toca tomar medidas duras. Tendrá que recortar gastos y eliminar subsidios al gas que aumentará su precio en un 40%. Es necesario que tales reformas sean acompañadas de la eliminación de regulaciones asfixiantes y de un sinnúmero de medidas que permitan la creación de riqueza. La empresa estatal que importa gas de Rusia —fuente de corrupción y vehículo de la hegemonía rusa— tendrá que ser reformada, al igual que toda la industria energética.

Está por verse si los gobernantes de Ucrania están a la altura de las circunstancias o serán tímidos a la hora de introducir reformas. Ante la duda, Pavlo Sheremeta, el ministro de Economía, afirma: “Nos hemos sacrificado en Maidán y este es el precio que tendremos que pagar por nuestra libertad”. Está por verse también cómo recibirá el pueblo los recortes del gasto público y la eliminación de subsidios. Existe el peligro de que el movimiento de Maidán se convierta en un obstáculo para reformas necesarias.

Mientras tanto, Rusia está tomando la península de Crimea por la fuerza y amenaza con una invasión militar de mayor envergadura. Hay poco que pueda hacer el pequeño ejército ucraniano al respecto. Ante la ansiedad de los ucranianos, Kakha Bendukidze, reformador exitoso de Georgia, vino a Kiev a dar un consejo basado en la experiencia de su país cuando Rusia lo invadió en 2008: “Olvídense de que tienen un enemigo poderoso y hagan todo lo que puedan para reformar”. Ojalá los ucranianos se fortalezcan de esa manera.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 17 de marzo de 2020.