Lo conseguiste, Mariano
Javier Fernández-Lasquetty considera que Mariano Rajoy impuso en el Partido Popular la erradicación de ideales de la centro-derecha española, creyendo que así sería posible obtener mayores réditos políticos.
Por Javier Fernández-Lasquetty
Se cumplen exactamente ahora diez años de uno de los discursos más destructivos de la historia contemporánea del centro-derecha español. El que pronunció Mariano Rajoy en Elche el 19 de abril de 2008. La obertura jactanciosa y estéril del congreso que el Partido Popular celebró en Valencia pocos meses después. El mítin interno en el que Mariano Rajoy nos invitó a los liberales y a los conservadores a que nos marcháramos del Partido Popular.
Entonces Rajoy impuso la consigna: cualquier cosa menos que el PP volviera a ser "un partido de doctrinarios". Diez años después podemos decir que Mariano Rajoy lo ha conseguido: ha desterrado del PP cualquier conjunto de ideas u opiniones políticas hasta un punto tal que ya no queda nada. Y cuando no hay nada, todo el espacio queda libre para el oportunismo, los dossieres y la deshonra exhibidos a la vista de todos.
No quiero decir que en el PP ya no quede nadie que valga la pena. Al contrario, hay muchísimas personas que siguen creyendo en las ideas y los valores de la etapa de José María Aznar. Pero han aprendido a disimularlo. Han desarrollado la habilidad para que no se les note que, si por ellos fuera, claro que habría confrontación ideológica con la izquierda. Han mecanizado el aplauso rítmico después de cada frase vacía de cada líder insustancial en cada mítin cansino. Y han visto cómo hacían carrera los más trepadores. No meterse en peleas ideológicas ha sido la consigna. Meterse en el barro de los dossieres y de las filtraciones ha sido la consecuencia.
Esta semana se ha completado la grotesca humillación de Cristina Cifuentes. ¿Por qué? Nadie lo sabe. ¿Por qué ocupaba el cargo que tenía? Eso sí lo sabemos: porque era la que más likes tenía. Pensaba que sin perfil ideológico –sin meterse en reformas sanitarias o educativas, por ejemplo– todo iban a ser aplausos, selfies y buen rollo. Pues no. Al revés: más dura ha sido la caída, y no me alegro nada por ello.
Actuar en política no es vivir por y para los likes, sino por y para las ideas. Y para quienes somos liberales, es vivir por y para las ideas de la Libertad. Max Weber, en su fantástica obra sobre "La vocación política" nos alerta contra el mayor riesgo para un político, que es la vanidad, y lo relaciona directamente con lo que para él es el peor pecado en política: la ausencia de una causa, lo que hoy diríamos un proyecto político, sin el cual "incluso los éxitos políticos llevan sobre sí la maldición de la inanidad".
Mariano Rajoy impuso hace años la erradicación de los ideales en el centro-derecha español, sustituidos por una mezcla de tecnocracia, vanidad y videos comprometedores. Sobre ello sustenta su poder. A su alrededor ya casi no queda nada. Cada vez que se pregunta al electorado –ya sea en elecciones o en encuestas– al PP de Rajoy se le marcha un tercio de los que votaban. Tal vez porque unos son liberales y otros conservadores.
Nos dijeron que por culpa de Aznar el PP era un partido antipático. Nos insinuaron que las elecciones se perdían porque había confrontación ideológica. Y no es verdad. Es todo lo contrario. El PP que reducía el tamaño del estado, privatizaba y bajaba impuestos, también ganaba elecciones. El PP que daba la guerra frontal hasta derrotar al terrorismo separatista, además conseguía mayoría absoluta. El PP que hacía de España una nación de primera línea en el mundo, con los sinsabores y responsabilidades que eso conlleva, era un PP que dotaba de sentido al deseo de millones de españoles de dar la batalla frente a la izquierda, y ganarla.
Por todo eso merecía la pena. Lo que hay ahora, diez años después de aquel ominoso discurso de Mariano Rajoy, es un derrumbamiento después del cual no va a quedar piedra sobre piedra. Porque Mariano quería que los que tuvieran convicciones se marcharan, y efectivamente la mayoría ya se han marchado.
Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital (España) el 28 de abril de 2018.