La política sin romance

Gabriela Calderón de Burgos comenta el escándalos de los diezmos que derivó en la renuncia de la presidenta María Alejandra Vicuña y cómo este caso ilustra que los políticos no necesariamente actúan por el bienestar social.

Por Gabriela Calderón de Burgos

El caso de los diezmos que se inició con las denuncias contra la asambleísta de Alianza PAÍS (AP) Norma Vallejo ha llegado a involucrar a la vicepresidenta —que renunció esta semana— y a la administración del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Si continúan las denuncias, no se sabe cuantas cabezas más rodarán. Lo que estos escándalos demuestran es que los políticos no gozan de superioridad moral. 

Esto recuerda el sonado caso Mensalão en Brasil. Era 2005 y el diputado Roberto Jefferson del Partido Laborista Brasileño (PTB) denunció públicamente que había una alianza entre su partido y el Partido de los Trabajadores (PT) a cambio de votos en el Parlamento. Este escándalo llegó a involucrar a todos los partidos más importantes de Brasil. Una especie de diezmos a la inversa.

En el caso que hemos venido discutiendo en Ecuador, sucede que a los asambleístas y a centenares de funcionarios públicos del IESS se los obligó a contribuir de su sueldo a las arcas de determinadas organizaciones políticas.

Los protagonistas de estos escándalos exhiben una moralidad torcida. Por ejemplo, María Alejandra Vicuña y su padre nunca han negado el hecho de las transferencias recibidas en su cuenta personal. Al contrario, han salido a justificarlas como algo “voluntario” y usual que realizaron, según Leonardo Vicuña, “10 o 12 compañeros”. Esto es similar a los “aportes voluntarios” que, según la vocera del gobierno cubano, realizan los médicos cubanos “para fortalecer el sistema de salud” en la isla.

El Premio Nobel de Economía James Buchanan explica que este comportamiento no debería sorprender. La Escuela de Opción Pública que él contribuyó a fundar gira en torno a principios básicos que nos ayudan a percibir a la política sin romance. Los políticos, al igual que el resto de los mortales, persiguen sus propios intereses, no necesariamente el bienestar social.

El ver a la política y a los individuos sin lentes color de rosa, podemos deducir lo siguiente:

  • El mercado tiene fallas, como toda creación humana, pero el Estado también y estas son peores porque los políticos tienen incentivos perversos, hacen cosas con dinero de otros y rara vez asumen los costos de sus errores.
  • Existe también un mercado de favores políticos y en este, a diferencia del mercado en el que participa el resto de la sociedad, una mayoría puede imponerle sus preferencias a una minoría. Esto equivale a que los consumidores de Coca Cola puedan obligar a los consumidores de Pepsi a consumir Coca Cola. Buchanan explica que en el mercado hay un consenso sin unanimidad, mientras que en la política se impone la mayoría o una minoría que dice representar a la mayoría del momento.
  • De particular importancia para los casos discutidos aquí, es que conforme aumenta el tamaño y envergadura del Estado, se incrementa la corrupción porque se crea la cultura de “búsqueda de rentas”.

Al final del día los límites al poder tienen que ver con una pregunta que se han hecho los filósofos desde hace mucho tiempo: ¿quién controla a los controladores? Por eso Buchanan recomienda establecer límites constitucionales y legales al poder político y minimizar el tamaño e intervencionismo del Estado.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 7 de diciembre de 2018.