La libertad para elegir podría despolitizar las batallas por las escuelas

David Boaz dice que a veces la democracia consiste de una batalla entre élites y activistas, la cual es ignorada por la mayoría de los ciudadanos.

Por David Boaz

El Washington Post informó –una vez más– que los padres/activistas conservadores se postulan y, a menudo, ganan escaños en las juntas escolares locales para cambiar las políticas escolares sobre el aprendizaje virtual, las mascarillas y los tipos de libros en las bibliotecas escolares. Independientemente de lo que uno piense obre los cambios de política específicos que los candidatos a la junta escolar puedan proponer, todo el tema ilustra el problema de la educación pública: que debe haber una solución para todo un distrito escolar, todo un estado o incluso todo el país. 

A lo largo de los años, los padres, los contribuyentes y otros votantes han estado en desacuerdo sobre muchas cosas: la evolución, la oración escolar, el Juramento de Lealtad, los uniformes escolares, los maestros homosexuales, la enseñanza de la tolerancia, las pruebas de detección de drogas. Este año, los puntos críticos parecen ser las mascarillas y lo que los maestros y los libros deberían decir sobre la historia racial de EE.UU. Muchos conservadores se oponen a los libros y planes de estudio basados en lo que perciben como “teoría crítica de la raza”, culpando a los estudiantes blancos por su “privilegio” o ayudando a los estudiantes homosexuales a entenderse a sí mismos. Pero otros funcionarios gubernamentales y activistas están retirando libros que se consideran insuficientemente progresistas

Recuerdo una pelea en la década de 1990 por el plan de estudios “Niños del Arcoíris” en las escuelas de la ciudad de Nueva York. Los cristianos conservadores objetaron que las escuelas iban a enseñar la “aceptación total” de la homosexualidad, y el presidente de la junta escolar dijo: “no aceptaremos como familia a dos personas del mismo sexo involucradas en prácticas sexuales desviadas”. Las elecciones de la junta escolar en 1996 llevaron el tema a un punto crítico e ilustró los problemas con un sistema escolar monopolista manejado a través de un proceso más o menos democrático. A diferencia de las escuelas monopólicas dirigidas por sistemas no democráticos –como en los países comunistas, pero también en algunos países democráticos como Francia y Japón, donde hay muy poco control público sobre los ministerios de educación– los activistas políticos pueden imponer sus agendas en las escuelas, desviándolas de un estricto enfoque en la educación. 

Eso quedó claro en Nueva York, donde el intento del establecimiento gobernante de imponer el plan de estudios multicultural pro-gay en todas las escuelas generó una feroz oposición, lo que llevó a la destitución del superintendente Joseph Fernández. Envalentonada por la oposición popular al Currículo Arcoíris, la Iglesia Católica se asoció con la Coalición Cristina de Pat Robertson para tratar de apoderarse de las 32 juntas escolares comunitarias de la ciudad. La élite cultural se defendió, reuniendo una coalición que incluía a la Federación Unida de Maestros, partidarios clave del entonces alcalde David Dinkins, People for the American Way y activistas homosexuales. Los dos grupos lucharon amargamente por el derecho a imponer sus propios valores morales y culturales al millón de escolares de Nueva York. Al final, fue un empate. Un informe decía que la derecha religiosa eligió a 51 de 87 candidatos respaldados, mientras que la élite cultural eligió a 50 de 84 candidatos. 

Otra cosa que aprendimos en esa lucha fue la indiferencia de la mayoría de la gente a tales batallas políticas. Después de una campaña amarga y bien publicitada, que incluyó varias noticias de primera plana, la participación aumentó del 7% normal al 12,5% del electorado. A veces, la democracia es solo una batalla entre élites y activistas, ignorada por la mayoría de los ciudadanos. 

No parece necesario señalar que dejar que los padres elijan las escuelas a las que asistirán sus hijos pondría fin a esta guerra política sobre quién puede hacer propaganda a una audiencia cautiva de niños impresionables.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (EE.UU.) el 24 de enero de 2022.