La diversificación llega sola
Iván Alonso considera que la diversificación productiva, lejos de ser una condición para lograr el crecimiento económico, es más bien un resultado del mismo.
Por Iván Alonso
La diversificación productiva como objetivo de política nace de la preocupación por la concentración de las exportaciones en unos cuantos productos. Para no depender excesivamente de la minería, desarrollemos los sectores A, B y C; encendamos tres nuevos motores de crecimiento, como dicen los diversificadores. Está bien, pero ¿cuáles? ¿Quién sabe qué motores encender?
Los pilotos, naturalmente, se inclinarán por los más potentes. Suenan más fuerte, avanzan más rápido, llegan más lejos. Los dueños de los aviones preguntarán por cosas como el consumo de combustible, el número de pasajeros y el tamaño de la tripulación, y escogerán, finalmente, los que les dejen más beneficios económicos.
Así como los mejores motores pueden ser grandes o chicos, dependiendo de la ruta que se quiera cubrir, así también la diversificación puede manifestarse en el crecimiento de unos cuantos sectores que rivalicen en importancia con la minería o en el de decenas de otros sectores, imperceptibles por su tamaño en las estadísticas del comercio exterior.
Se podría decir inclusive que esta última es la verdadera diversificación, pues la primera, según como se la mida, puede considerarse más bien como una mayor concentración de la producción. Si la minería y nuestros nuevos motores A, B y C producen, digamos, el 12, el 10, el 8 y el 6 por ciento del producto bruto interno (PBI), terminaremos con cuatro grandes sectores que dan cuenta de más del 30% del PBI, cuando antes representaban solamente el 15% o el 20%.
Pero lo importante no es qué indicador usemos para medir la diversificación; ni siquiera si al resultado deberíamos llamarlo diversificación o concentración. Lo importante es que cualquier empresa pueda crecer en el sector donde vea una oportunidad de negocio que no dependa de privilegios otorgados por el gobierno para ser rentable.
Todo negocio en el que se pueda vender un producto por más de lo que cuesta producirlo agrega valor a la economía. En cambio, todo negocio que venda un producto por menos de lo que cuesta producirlo, gracias a que una parte del costo de producción la asume el gobierno, a través, por ejemplo, de un drawback o de un subsidio, destruye valor. Puede que cree empleo, pero destruye valor.
El Perú no necesita un plan de diversificación productiva porque la diversificación llega sola cuando un país tiene una economía abierta, un mercado libre y regulaciones poco intrusivas. No tenemos que mirar más allá de nuestra propia experiencia. En menos de 15 años hemos pasado de exportar 20.000 partidas arancelarias a más de 30.000. No se han descubierto en ese lapso diez mil minerales, así que no se puede decir que nuestras exportaciones no se hayan diversificado. La variedad de bienes y servicios que se producen para el mercado interno ha crecido enormemente también, desde pastas artesanales hasta corbatas de seda y obras de teatro.
La diversificación productiva no es una condición necesaria para el crecimiento económico. Es más bien una consecuencia del crecimiento económico, uno de sus rasgos característicos, uno de sus efectos colaterales. Como consumidores, nos gusta la variedad, y cuanto más aumenta nuestro poder adquisitivo, más variedad queremos. A medida que la oferta responde a la demanda, la economía se va diversificando espontáneamente. No hace falta un gobierno que la dirija.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 2 de noviembre de 2017.