Kyoto: Comprando votos en Argentina

por Patrick J. Michaels

Patrick Michaels es Académico Titular de Estudios Ambientales para Cato Institute.

Funcionarios de la administración Clinton viajaron a Buenos Aires para comprar votos a favor del Protocolo de Kyoto sobre cambios climáticos. Ese acuerdo, negociado en diciembre del año pasado, obligaría a Estados Unidos a reducir el consumo de energía en un increíble 30 a 40 por ciento por debajo del estimado para el año 2010.

Por Patrick J. Michaels

Funcionarios de la administración Clinton viajaron a Buenos Aires para comprar votos a favor del Protocolo de Kyoto sobre cambios climáticos. Ese acuerdo, negociado en diciembre del año pasado, obligaría a Estados Unidos a reducir el consumo de energía en un increíble 30 a 40 por ciento por debajo del estimado para el año 2010.

Hace 16 meses, el Senado de Estados Unidos votó 95 a 0 a favor de una resolución declarando que ni siquiera consideraría un tratado climatológico que fuera a causar daño económico o que no incluyera a los países en desarrollo. El Protocolo de Kyoto obliga sólo a Estados Unidos, a la Comunidad Europea y a unos pocos países más a reducir sus emisiones. Ni la China ni la India ni México ni casi ningún otro nuevo competidor en el comercio internacional tiene que hacer nada sobre la utilización de energía proveniente del petróleo y del carbón.

Pero a menos que la administración Clinton pueda probar que las naciones en desarrollo llamadas "claves" acepten cooperar, el Senado rechazará de plano el tratado, si es que éste se presenta a su consideración. De allí la importancia del viaje de los funcionarios estadounidenses que participan en la llamada IV Convención de Cambio Climático.

Clinton y el gobierno de Menem ya negociaron un arreglo. No es muy novedoso y funciona de la manera siguiente: Primero les damos dinero. Luego les damos tecnología pagada con dinero de los contribuyentes estadounidenses, como turbinas a gas para generar electricidad. A cambio de esto, ellos siembran unos cuantos árboles en las praderas de la Patagonia, donde el ganado se ha comido todo el pasto que había. Entonces, Clinton obtiene un "crédito compartido" en las Naciones Unidas por reducir emisiones con nuestras turbinas y por el dióxido de carbono absorbido por las nuevas arboledas. Entonces, los vendedores de las turbinas y del gas natural que las alimentan piden subsidios por haber cumplido con sus responsabilidades ambientales, como ya lo hicieron a través de una carta al presidente el mes pasado. Nada nuevo bajo el sol.

Brasil no se quedará tranquilo viendo que su vecino le pone la mano a todos esos dólares y entonces aceptará suspender la tala de selvas para convertirlas en ranchos ganaderos. Eso no será ningún sacrificio porque esa tierra es tan pobre que resulta infame para pastos. La carne de ganado y las selvas amazónicas no se mezclan bien, pero toda esta tonta comedia comenzó cuando los indígenas Yanomanis, que han habitado la selva durante siglos, resultaron ser malos vaqueros y no obtienen suficiente alimentación.

Mejor no pensar que la realidad científica tiene algo que ver con toda esta politiquería y sobornos. Ya todo el mundo sabe que los modelos de computación que originalmente sirvieron de base a los alarmantes temores del recalentamiento global estaban totalmente equivocados. Y lo mismo está sucediendo con las nuevas y mejoradas versiones de esos modelos climatológicos.

El problema es que todos esos modelos computarizados calculan un recalentamiento rápido en los primeros 16.500 metros de nuestra atmósfera desde hace 20 años, pero la realidad es que la temperatura en esa zona no ha cambiado nada en dos décadas. El único recalentamiento ha ocurrido en medio del invierno, en las masas de aire más frías, lo cual no se ha difundido al resto de la atmósfera como los modelos computarizados indican. Y todo el recalentamiento a lo largo de 40 años sucedió de un golpe hace 22 años, siendo tan pequeño que no fue notado sino 20 años más tarde.

Cuando estos hechos científicos fueron presentados a la plana mayor del Senado argentino, el principal asesor de un importante senador me dijo: "Mire, la ciencia no interesa. No me importa si estamos calentándonos o enfriándonos. Ustedes tienen el dinero, nosotros lo necesitamos y haremos lo que nos digan".

Esa es la reacción en la rica Buenos Aires. El resto de las naciones en desarrollo están mucho más necesitadas de reales del Tío Sam y gustosamente venderán su política ambiental. Luego, con el apoyo de todos esos países, los funcionarios de Washington acudirán al Senado.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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