Fatal arrogancia
Paola Ycaza Oneto considera que la "fatal arrogancia" de creer que un grupo de individuos puede dirigir toda una sociedad ah derivado en escasez, hambrunas y migraciones masivas.
Uno de los argumentos que se utilizan para que los gobernantes de los países socialistas sientan la autoridad y legitimidad de planificar nuestras vidas es que los individuos simplemente no somos lo suficientemente inteligentes como para tomar nuestras propias decisiones. Así, se cree que la planificación del Gobierno es necesaria porque quienes lo conforman son más preparados y deben tomar decisiones por nosotros.
Esa creencia de que mentes iluminadas podrían mejorar la situación de los menos favorecidos, poniendo más poder de decisión en las manos del Gobierno es lo que el economista austriaco Friedrich Hayek llamaba “fatal arrogancia”. La historia ha demostrado que esta planificación social no solo falló, sino que muchas veces se convirtió en intentos inhumanos de control social que han terminado por ocasionar escasez, hambrunas y migraciones masivas. Y no tenemos que remontarnos a historia muy antigua o a la China de Mao; si no me cree, vaya a Venezuela y pregunte.
Un claro ejemplo de los resultados de esta noción es el modelo centro-periferia que propuso la Cepal en la década de los años 40 para describir un orden económico mundial integrado por un centro industrial y hegemónico (países industrializados) que establecen transacciones económicas desiguales con una periferia agrícola y subordinada (países en vías de desarrollo). El “centro” producía la tecnología y la “periferia” era un conjunto de países que producían materia prima. Con esa concepción, muchos países de Latinoamérica planificaron su actividad económica para ser proveedores de materia prima a los desarrollados, como si el objetivo de los primeros fuera únicamente potenciar a los segundos, dejando de lado la innovación. De esta forma, se marcó claramente la estrategia estatal de cerrar sus mercados (fomentando el mercado interno y aplicando altas tasas a las importaciones) y promovieron la construcción de una burocracia que pudiera interactuar con las élites que, de paso, contribuía a la construcción de una clase media que pudiera fomentar el dinamismo del mismo mercado interno. Por supuesto, hubo países “que se tuvieron más fe” y obviaron estos modelos cepalinos tercermundistas. Si no me cree, vaya a Chile y pregunte.
Lo más grave es que no solo dan por sentado nuestra falta de inteligencia, sino que además nos creen insensatos. ¿Quién en su sano juicio incrementa sus gastos si suben los impuestos? ¿Quién invierte con “reglas del juego cambiantes”? ¿Quién produce con tantas restricciones? Hoy en Ecuador la facturación de almacenes ha caído entre el 35% y el 50% y el desempleo sigue subiendo. Los planificadores han utilizado toda clase de excusas para este comportamiento, tales como la caída del precio del petróleo, la apreciación del dólar y el terremoto. Lo cierto es que la excesiva planificación es la verdadera culpable de esta recesión y para colmo sus planes rara vez se cumplen. Si no me cree, vaya y pregunte al SRI, quienes recaudaron en el primer semestre $ 638,96 millones menos de lo que habían planificado.
No sé usted, pero yo le tengo mucha fe a la humanidad. Si hemos sido capaces de poner hombres en la luna y extraer un líquido del centro de la tierra para mover al mundo, podemos salir de una recesión y crear riqueza. Solo necesitamos que en lugar de restringir y planificar con fatal arrogancia, nos dejen hacer.
Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 15 de agosto de 2016.