Estados Unidos sigue siendo una potencia manufacturera

Colin Grabow demuestra que la industria manufacturera sigue siendo una fuente vigorosa de crecimiento y que continuará así a menos que Washington la obstaculice con más proteccionismo y política industrial.

Por Colin Grabow

La opinión generalizada en Washington es que el sector manufacturero estadounidense, antaño tan célebre, se ha convertido en un cascarón de lo que fue. El lenguaje utilizado por los comentaristas y los políticos para describir el estado de la industria estadounidense es a menudo sombrío, a veces rozando lo apocalíptico. En agosto, por ejemplo, el columnista David Brooks afirmó rotundamente "ya no fabricamos cosas". Hablar de rescatar el llamado "Cinturón del Óxido" y la industria manufacturera estadounidense han sido elementos básicos de las últimas campañas presidenciales, y una vez en el cargo, tanto el Presidente Joe Biden como el Presidente Donald Trump han impulsado una serie de medidas proteccionistas para resucitar el supuestamente asediado sector.

Pero aparte del daño económico infligido por tales acciones, la premisa subyacente de que la industria manufacturera estadounidense necesita ser salvada no cuadra con los hechos. Como explico en un nuevo ensayo, los informes sobre la desaparición del sector son muy exagerados, si no totalmente ficticios.

En pocas palabras, Estados Unidos sigue siendo una potencia manufacturera. En 2020 era el cuarto mayor productor de acero del mundo y en 2021 era el segundo mayor fabricante de automóviles y el mayor exportador aeroespacial. Con casi el 16% de la producción manufacturera mundial en 2021 –sólo superado por China, que tiene cuatro veces la población de Estados Unidos–, Estados Unidos tenía una cuota mayor que Japón, Alemania y Corea del Sur juntos. Por sí solo, el sector manufacturero estadounidense constituiría la octava economía mundial.

Estos datos pueden sorprender a los estadounidenses, acostumbrados a comprar productos de consumo fabricados en el extranjero. Si Estados Unidos es un bastión manufacturero, cabe preguntarse dónde están todas las cosas que fabrican las empresas estadounidenses. La respuesta: a nuestro alrededor. Los fabricantes estadounidenses fabrican muchos de los productos que utilizamos, desde la gasolina de nuestros autos (por no hablar de los propios autos) hasta el sofisticado instrumental médico de nuestros hospitales, pasando por los avanzados aviones comerciales que nos transportan a destinos de todo el mundo.

Incluso muchos de los productos que los estadounidenses consumen proceden del extranjero y siguen teniendo una considerable influencia estadounidense. Los zapatos Nike, por ejemplo, se fabrican en el extranjero, mientras que el trabajo de diseño se realiza en su sede de Oregón. Del mismo modo, Apple emplea a numerosos diseñadores en Estados Unidos como parte clave del proceso de producción de los dispositivos que se venden en todo el mundo. Puede que este trabajo altamente cualificado no tenga lugar en la cadena de montaje, pero la fabricación sería imposible sin él.

Más allá de nuestras experiencias de compra cotidianas, la percepción del declive de la industria manufacturera estadounidense también puede deberse a la disminución del número de estadounidenses que trabajan en fábricas. Desde un máximo de 19,5 millones de trabajadores en 1979 –el 22% de la mano de obra no agrícola–, el empleo en el sector manufacturero ha descendido a unos 13 millones en la actualidad y a sólo el 8,3% de los trabajadores no agrícolas. Pero empleo no es lo mismo que producción, ni mucho menos. Mientras que el empleo en el sector manufacturero ha disminuido en aproximadamente un tercio, la producción está sólo ligeramente por debajo de su máximo histórico. El valor añadido de la industria, por su parte, alcanzó el año pasado su máximo histórico.

Esta capacidad de producir más cosas con menos trabajadores refleja la increíble productividad de los trabajadores estadounidenses. Si se mide el valor añadido de la industria manufacturera por trabajador, los estadounidenses son líderes mundiales, con más de 141.000 dólares. Esta cifra es un 45% superior a la del segundo clasificado, Corea del Sur, y más de siete veces superior a la de los trabajadores de China. Esta alta productividad ayuda a explicar por qué la industria manufacturera atrajo más de 55.000 millones de dólares en inversión extranjera directa el año pasado, más que cualquier otro sector.

Junto con la mayor productividad, la reducción del empleo en el sector manufacturero refleja el mayor apetito de los estadounidenses por los servicios frente a las cosas. En lugar de comprar proporcionalmente más productos manufacturados a medida que se vuelven más prósperos, los estadounidenses gastan su dinero en servicios y experiencias como salir a cenar, viajar y divertirse.

Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En toda una serie de países altamente desarrollados se da el mismo patrón, con menos empleo en el sector manufacturero a medida que se enriquecen. Alemania, un país que durante mucho tiempo fue sinónimo de destreza manufacturera, ha visto cómo su porcentaje de trabajadores empleados en el sector se reducía casi a la mitad, pasando de aproximadamente el 37% en 1973 a apenas el 19% en 2016. Japón, otro titán de la industria manufacturera desde hace mucho tiempo, tenía solo el 16% de sus trabajadores empleados en el sector manufacturero en 2016.

No está claro que esto deba ser una fuente de angustia dados los salarios relativamente bajos de dicho empleo. Como señala un informe de 2018 del Servicio de Investigación del Congreso, "... los trabajadores de producción y no supervisores en la industria manufacturera, en promedio, ganan significativamente menos por hora que los trabajadores no supervisores en industrias que no emplean a un gran número de adolescentes, que tienen semanas laborales promedio de duración similar y que tienen niveles similares de educación de los trabajadores." Otras fuentes coinciden con esta conclusión, como señalo en mi nuevo ensayo:

Un economista senior del Banco de la Reserva Federal de St. Louis señaló que, mientras que el trabajador medio del sector manufacturero ganaba 0,50 dólares más por hora que el trabajador medio del sector privado en 2010, en 2022 el trabajador medio del sector manufacturero ganaba 1,12 dólares menos. Este hallazgo concuerda con un informe de 2019 de la Oficina de Estadísticas Laborales que señala que en 1990, los trabajadores de producción en el sector manufacturero tenían ingresos por hora aproximadamente un 6 por ciento mayores que los de los trabajadores de producción o no supervisores en el sector privado total (10,78 dólares frente a 10,20 dólares), pero que en 2018, dichos trabajadores ganaban alrededor de un 5 por ciento menos (21,54 dólares frente a 22,71 dólares). Además, un documento de 2022 encontró que la prima salarial para los empleos manufactureros ha desaparecido y señaló que los salarios manufactureros se encuentran en la mitad inferior de todos los empleos en Estados Unidos.

Por supuesto, nada de esto sugiere que el empleo en el sector manufacturero sea de alguna manera malo o que el sector deba ser menospreciado, pero los que piden un renacimiento de la industria manufacturera y poner a más estadounidenses a trabajar en las fábricas tal vez deberían primero respirar hondo.

Esto tampoco quiere decir que la situación de la industria manufacturera no pueda mejorar. Aunque no hay motivos para ser catastrofistas, existe un amplio margen para eliminar los obstáculos que dificultan el crecimiento y la competitividad del sector. La eliminación de los aranceles sobre el acero y el aluminio, por ejemplo, impulsaría la suerte de los fabricantes que dependen de estos metales como insumos clave, mientras que la supresión del proteccionismo marítimo de la Ley Jones reforzaría la industria siderúrgica estadounidense (entre otras). Cambios en el código tributario que permitan la amortización total e inmediata de las inversiones de capital y un sistema de inmigración más sensato y racionalizado beneficiarían tanto a los fabricantes como a otras industrias.

Pero quizá la mejor ayuda que puedan ofrecer los legisladores sea dar marcha atrás y resistirse a la tentación de emprender nuevas desventuras en materia de proteccionismo o política industrial.

Contrariamente a la percepción común, la industria manufacturera estadounidense sigue siendo una fuente vibrante de crecimiento y dinamismo económico. Siempre que Washington pueda evitar planes desacertados para "rescatar" a la industria, debería seguir siéndolo durante muchos años.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 25 de octubre de 2023.