Esculpiendo un camino para el futuro de las estatuas

Cathy Young dice que aunque varios de los Padres Fundadores fueron poseedores de esclavos, los valores de libertad e igualdad que promovieron fueron instrumentales para avanzar la libertad y el bienestar humano, incluyendo eventualmente, la abolición de la esclavitud.

Por Cathy Young

Es un tiempo peligroso para ser una estatua en EE.UU. La presión renovada para remover los monumentos de la Confederación en medio de una búsqueda espiritual nacional en torno a la raza se ha convertido en una guerra más generalizada en contra de los monumentos problemáticos. Varios miembros del Consejo de la Ciudad de Nueva York quieren que la estatua de Thomas Jefferson sea removida de las cámaras del consejo debido a que fue poseedor de esclavos. En otras ciudades, los protestantes han removido o dañado las estatuas de Cristóbal Colón, George Washington, y Ulysses S. Grant, el hombre que derrotó a la Confederación. 

¿Es este auge de la iconoclasia una sana reconsideración de los héroes e imágenes que admiramos, o un asalto bárbaro a nuestro legado histórico y cultural?

La respuesta varía según el caso. No hay nada malo con remover monumentos cuando hay un consenso de que estos ofenden nuestro sentido de la moralidad —aunque en una democracia esto debería realizarse mediante un proceso legal, no mediante la acción de una multitud.

La decisión más fácil es acerca de los monumentos que honran a los líderes de la Confederación, quienes se rebelaron en contra de EE.UU. para preservar la esclavitud. Muchos de estos monumentos fueron erigidos en el siglo 20, como símbolos de la supremacía blanca legalizada en el Sur. De cierta forma, estos no son distintos a los monumentos de los líderes comunistas en la Europa Oriental: ídolos glorificando un régimen fracasado construido sobre la subyugación humana. Uno también podría justificar la planificación para remover la estatua de Theodore Roosevelt de las escaleras frontales del Museo de Historia Natural de EE.UU. en la ciudad de Nueva York. La medida ha sido criticado como la “cancelación” de Roosevelt. Pero el asunto en cuestión es el diseño que presenta al presidente difunto sobre un caballo que se erige encima de un afroamericano y un americano nativo, y el museo está simultáneamente nombrando un ala en su honor. 

Pero la gran mayoría de los ataques a los monumentos son el mejor de los casos mal concebidos y en el peor de los casos obscenos. 

¿Es deplorable que Washington y Jefferson poseían a otros humanos —como muchos otros en su clase— a pesar de predicar que aborrecían la práctica? Claro, por supuesto. La historia complicada de Jefferson incluye una oposición activa a la esclavitud en la primera mitad de su carrera, luego un compromiso y un silencio, y además presidía una hacienda que se mantenía con el trabajo de esclavos. 

Aún así, mientras que la esclavitud es una mancha en el nacimiento de este país, los principios de la libertad y de la igualdad promovidos por nuestros Padres Fundadores fueron instrumentales para avanzar la libertad y el bienestar humano —incluyendo, eventualmente, la abolición de la esclavitud. Honrarlos es reconocer ese logro, no negar los defectos públicos y privados de estos hombres. Revocar estos honores sería una expresión simbólica de que la república estadounidense misma está “cancelada”, como la Confederación o la Unión Soviética.

Ir detrás de Grant, un hombre que consistentemente (capaz que siempre, efectivamente) promovió los derechos civiles de los afroamericanos, es absurdo. Es cierto, que en un momento Grant poseyó de mala gana —pero pronto liberó— un esclavo que le fue regalado por la familia de su esposa. No obstante, ¿qué tantas figuras públicas del pasado completamente escapan las dificultades morales de su época? Particularmente inadmisible es el ataque en Madison, Wisconsin a la estatua de siglos de antigüedad del Coronal Hans Christian Heg, un abolicionista que murió combatiendo en la Guerra Civil. La estatua fue removida, decapitada y lanzada a un lago por los revoltosos. Esto no es activismo; es destrucción nihilista. 

Los ataques de la multitud a los monumentos estadounidenses deben parar —o ser detenidos. Están equivocados. También le están dando al Presidente Donald Trump munición para la guerra cultural. 

Pero esta también es una oportunidad para Joe Biden. Él necesita condenar de manera inequívoca el vandalismo e ilegalidad mientras que reconocen las preocupaciones legítimas acerca de algunos monumentos. Una expresión firme acerca de este asunto demostraría liderazgo—y mostrar que el Partido Demócrata todavía pertenece a los moderados y liberales, no a los extremistas. 

Este artículo fue publicado originalmente en Newsday (EE.UU.) el 26 de junio de 2020.