El propósito de los paraísos fiscales

Carlos Rodríguez Braun señala las contradicciones presentes en el reciente comunicado de Oxfam, firmado por 300 economistas de varios países, e indica que los paraísos fiscales no perjudican a las personas sino a los estados.

Por Carlos Rodríguez Braun

Acudiendo al llamado de Oxfam, 300 economistas de varios países firmaron no hace mucho una carta, que empieza así: “Los paraísos fiscales no aportan ningún valor al bienestar o la riqueza global, puesto que carecen de un propósito económico útil. Aunque, sin duda, estas jurisdicciones fiscales benefician a ciertas personas ricas y empresas multinacionales, tal beneficio se produce en perjuicio de otras personas y, por tanto, solo contribuye a agravar la desigualdad”.

Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, afirmó: “Millones de las personas más pobres del mundo seguirán siendo las principales víctimas de la elusión y la evasión fiscal a menos que los Gobiernos actúen de forma coordinada para acabar con los paraísos fiscales”.

Los economistas se desmienten a sí mismos porque aducen que los paraísos fiscales tienen un propósito y a la vez no lo tienen. Dirá usted: su objetivo es promover la utilidad de quienes en ellos se refugian, pero, como señalan los 300 economistas, “tal beneficio se produce en perjuicio de otras personas”. La directora de Oxfam remata indicando quiénes son esas personas perjudicadas: las “más pobres del mundo”.

Pero el hecho de que las personas físicas o jurídicas retengan más de lo que es suyo les beneficiará a ellas y también a otra gente. Las personas físicas tendrán más dinero, y lo podrán consumir o invertir, beneficiando a otros. Si son empresas las que obtienen más ingresos al pagar menos impuestos, eso beneficiará a sus trabajadores y accionistas, y a una multitud de otras personas que invierten en ellas a través de fondos de inversión o de pensiones.

Los perjudicados por los paraísos fiscales no son los pobres sino los Estados. De ahí a decir que esos lugares no tienen objetivo alguno media un largo trecho; y si encima, como la directora de Oxfam, se argumenta que esto daña principalmente a los más pobres, entonces ya se está desbarrando descaradamente, confundiendo a la Madre Teresa con la Agencia Tributaria: no son las personas más pobres aquellas en las que los Estados gastan el grueso de su recaudación.

Dos notas finales. Un argumento contra los paraísos fiscales ha desaparecido: ya no son más una cueva de asesinos. Nada de esto se menciona en la carta de los 300 economistas convocados por Oxfam. Parece que, por fin, se puede reconocer que los paraísos fiscales no existen porque haya muchos terroristas, sino porque los impuestos son muy elevados.

La segunda nota es la cita de Adam Smith con la que los economistas terminan su carta: “No es muy ilógico que los ricos contribuyan al gasto público, no solo en proporción a sus ingresos, sino en algo más que esa proporción”. La trampa aquí es doble: de una parte, Smith era partidario de una progresividad fiscal moderada; y de otra parte, la parte fundamental, el economista y filósofo escocés insistió siempre en que la presión fiscal debía ser baja. Vamos, que si le hubieran hecho caso, no habría paraísos fiscales.

Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 15 de septiembre de 2016.