El peor acuerdo comercial alguna vez negociado entró en efecto este mes
Inu Manak considera que el objetivo de la administración de Trump con la renegociación del TLCAN nunca fue el de fortalecer el bloque económico regional de Norteamérica, sino más bien el de alterarlo para darle a EE.UU. más control sobre sus socios comerciales.
Por Inu Manak
El Presidente Donald Trump ha señalado al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) como el peor acuerdo comercial alguna vez negociado —y prometido reemplazarlo. Este mes, este ha sido reemplazado por el Acuerdo entre EE.UU.-México-Canadá (T-MEC) y, aunque él no se de cuenta, es este acuerdo el que debería tener ese título desagradable. Mientras que el T-MEC hace algunas mejoras modestas (en gran medida tomando algo del Acuerdo de Asociación Transpacífico —TPP— del que Trump retiró a EE.UU.), también incluye algunos elementos proteccionistas y de política industrial disfrazada. Además, mientras que la administración ha estado apurándose para implementar el acuerdo para poder lograr puntos políticos a lo largo de la campaña, los negocios se quedan a cargo de descifrar las nuevas reglas y los trámites que tendrán que empezar a seguir de ahora en adelante. El T-MEC fue vendido como una forma de reducir la incertidumbre entre los tres socios comerciales frente a las amenazas que regularmente hacía Trump de retirar a EE.UU. del TLCAN.
La primera área donde puede que veamos algún reto a ser implementado fue exactamente la cuestión que recibió una cantidad desproporcionada de atención durante las negociaciones: los autos. Las reglas que determinan si un producto puede cruzar libre de aranceles la frontera —las normas de origen— fueron fortalecidas para el sector automotriz. En el TLCAN, se requería que los vehículos para pasajeros tengan un 62,5% de contenido Norteamericano, mientras que en el T-MEC esto ha sido elevado a un 75%. Esto significa que los productores de autos necesitarán encontrar más componentes dentro de la región, además de asegurar que 70% del acero y aluminio utilizado en la producción también provenga de Canadá, México o EE.UU. Encima de todo esto —y esto es algo que por primera vez se da en un acuerdo comercial— un nuevo requisito de contenido de valor de trabajo fue agregado, el cual requiere que los fabricantes de autos aseguren que entre un 40-45% del contenido del auto sea elaborado por trabajadores que ganen al menos $16 por hora. Esto tiene el objetivo claro de sacar la producción de México, que ha sido un enlace importante en la cadena de suministro de autos de Norteamérica. Para los fabricantes de autos estas reglas presentaran algunos retos de implementación, empezando porque la producción de autos es muy fragmentada, y porque cada productor tanto en la parte alta y baja de la cadena de suministro deben obedecer a las nuevas reglas de contenido. Coordinar esto no es algo fácil. Canadá todavía no ha aprobado las regulaciones que harán que entren en vigencia las normas de autos, y este proceso seguramente será retardado. En EE.UU., la guía acerca de las regulaciones ha sido revelada, pero las reglas interinas finales acerca de las regulaciones uniformes y los valores de trabajo recién se publicaron hace un par de semanas.
La segunda nube de incertidumbre tiene que ver con las nuevas normas laborales, algo que los Demócratas del Congreso presionaron arduamente para que sea incluido en diciembre del año pasado. Como mi colega y yo señalamos en ese entonces, pensamos que el T-MEC se estaba moviendo hacia adelante demasiado rápido y que estas nuevas provisiones, que nuevamente son una nueva característica de cualquier acuerdo comercial de EE.UU., como mínimo requerían algo de discusión y debate abierto. Pero en lugar de evaluar el mérito de incluir dichos términos, la votación también fue acelerada en el Congreso para concretar el T-MEC como el reemplazo del TLCAN. El aspecto más preocupante de las nuevas normas laborales es el litigio potencial que podrían desatar, con la inclusión de una respuesta rápida. El aspecto más preocupante de las nuevas normas laborales es el potencial de despilfarro en litigios que estas podrían desatar, con la inclusión de un mecanismo de respuesta rápida (RRM, por sus siglas en inglés) para el cumplimiento de las normas laborales, que fue establecido para garantizar la compensación por una negación de los derechos colectivos de negociación. Hay dos RRMs distintos, uno entre Canadá y México, y otro entre EE.UU. y México, y esto está específicamente diseñado para gestionar la negación del derecho particular a la libre asociación y a negociar colectivamente por parte de una entidad privada en un sitio determinado de trabajo. Como explica la profesora de Derecho Kathleen Claussen, “el RRM no es tanto un proceso de reclamos sino más bien una forma rápida de abordar la ‘creencia’ por parte de un gobierno de que hay algún tipo de negación de derechos en curso”. Este es un mecanismo que no ha sido probado antes así que estamos por ver qué sucederá. Sin embargo, si el testimonio reciente del Representante Comercial de EE.UU. sirve de guía, es probable que haya una inundación de reclamos que pondrá a prueba el alcance y los límites de este nuevo mecanismo de cumplimiento.
Tercero, el elemento de incertidumbre es algo que ya conocíamos incluso antes de que el acuerdo fuese firmado. Como hemos visto a raíz de las prácticas pasadas en torno al comercio, un acuerdo nunca está realmente totalmente negociado, sino que está en un proceso continuo de negociación. Esto se suma a las repetidas amenazas de diversa forma. Recientemente, Trump sugirió que podría volver a imponer aranceles sobre el aluminio de Canadá a pesar del hecho de que la aceptación de Canadá del T-MEC estaba condicionada a la eliminación de los aranceles en virtud del Estatuto de la Sección 232, el cual emplea a los aranceles como una herramienta en nombre de la seguridad nacional. Sugerir que el aluminio de Canadá constituye una amenaza a la seguridad nacional de EE.UU. no solo es risible, sino que amenaza con perjudicar seriamente nuestro comercio integrado en este producto. 76% de la producción de aluminio primario de Canadá es exportada a EE.UU., y como señaló recientemente el Primer Ministro Justin Trudeau, la industria estadounidense requiere el aluminio canadiense, porque no produce suficiente aluminio propio, y además dijo:
“Si ellos erigen aranceles sobre el aluminio canadiense, simplemente estarían incrementando los costos de sus insumos, insumos necesarios, para su base de manufacturas, lo cual perjudicara a la economía estadounidense. Nuevamente, vemos que nuestras economías están tan entrelazadas que las acciones punitivas por parte de la administración de EE.UU. acaban perjudicando a los estadounidenses de la misma manera que perjudican a los canadienses”.
Si los aranceles de la Sección 232 son impuestos nuevamente (aunque la legalidad de esta acción es altamente cuestionable dado que no satisface los requisitos de procedimiento del estatuto) esto podría sumarse a la desde ya tensa relación con nuestro aliado más firme y uno de nuestros principales socios comerciales.
Todo esto apunta a que hay algo más grande en juego aquí. Mientras que gran parte del comentario que escuchara actualmente acerca del T-MEC es que es una pequeña alteración del TLCAN, y que deberíamos todos simplemente agradecer que el TLCAN realmente no desapareció, es imperativo no perder de vista el hecho de que la administración a propósito sacó las palabras América del Norte de nuestro acuerdo de libre comercio continental. El cambio de nombre del TLCAN no es simplemente una movida simbólica, y las acciones de la administración de Trump han fortalecido el punto de que EE.UU. no ve a sus socios comerciales más cercanos como los veía antes. De hecho, EE.UU. ha recurrido a tácticas de maltrato regular para lograr que Canadá y México hagan lo que la administración desea, y el T-MEC —tres países luchando cada uno por sí mismo— es el resultado desafortunado. La semana pasada el Presidente Mexicano visitó al Presidente Donald Trump, lo cual desató mucha crítica doméstica de Obrador, quien ha defendido la movida diciendo que él “no es un vendido”. Pero eso no es realmente como se ve. Varios expertos en relaciones entre México y EE.UU., incluyendo al ex-embajador mexicano Arturo Sarukhán, han advertido que la visita de Obrador será utilizada como una herramienta, y que es “suicida para la relación a largo plazo y estratégica de México con EE.UU.” Estoy totalmente de acuerdo. Al visitar a Trump, particularmente durante una pandemia que no se está desacelerando en ninguno de los dos países, muestra el peso que EE.UU. tiene para México en términos muy claros. Esta es una movida política de la que Obrador probablemente llegara a arrepentirse.
El objetivo de la administración de Trump con la renegociación del TLCAN era claro desde un principio —no era acerca de fortalecer América del Norte como un potente bloque económico regional, sino en cambio acerca de reestructurarlo para darle a EE.UU. más control sobre sus socios comerciales. El hecho de que Canadá y México firmaron un acuerdo que muchos economistas han estimado que de hecho hará que empeore el comercio en América del Norte es todavía más evidencia de esto. Mientras que puede que haya algunas celebraciones limitadas por la entrada en vigencia del T-MEC, yo estaré observando la ocasión desde Canadá, con una carne canadiense, una cerveza Corona, y un gran “perdón” para Canadá y México por haber tenido la desafortunada experiencia de tener que renegociar el TLCAN y por soportar la incertidumbre que seguro vendrá.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (EE.UU.) el 1 de julio de 2020.