El Papa político
Ian Vásquez dice que el Papa Francisco, a diferencia de Juan Pablo II, es un duro crítico del mercado y la globalización.
Por Ian Vásquez
Todos los Papas, además de ser líderes espirituales, son políticos, algunos más que otros. La llegada del papa Francisco a Chile y el Perú esta semana nos recordará esa inevitable verdad.
Como sus antecesores, y como lo hizo en ocasiones anteriores, el pontífice aprovechará su viaje a las Américas para pronunciarse sobre los grandes problemas del mundo y de la región, aludiendo a la relevancia del catolicismo. Muy a diferencia de Juan Pablo II, sin embargo, Francisco es un crítico acerbo del mercado y la globalización. Dice que este sistema es “injusto en su raíz”, que crea exclusión, desfavorece a los más necesitados y que “mata”. En su análisis de política económica suele usar palabras fuertes.
El Papa culpa al desalmado mercado de fomentar el terrorismo, pues es la exclusión y la falta de oportunidad la causa de los extremismos islámicos y demás. Hace tres años, el Papa publicó una encíclica sobre el cuidado del planeta. Fue nada menos que una crítica dura y pesimista al sistema económico mundial que, en nombre del consumismo, está creando una creciente desigualdad y expoliación del ambiente mundial que terminará en “catástrofes” si no se implementan cambios radicales. Leer esa encíclica recuerda la agenda política de la vieja izquierda con su llamado a reducir libertades individuales y a favor de estados mucho más intrusos.
En mayor medida que muchos otros pontífices, Francisco se ha involucrado en la política. Su política, claramente de izquierda, se pone de manifiesto en la retórica populista y en su sesgo hacia regímenes populistas. Para celebrar el aniversario de la encíclica “Centesimus Annus” del conservador Juan Pablo II, los dos jefes de Gobierno a quienes invitó a exponer fueron Rafael Correa y Evo Morales. También dio la palabra al entonces candidato socialista estadounidense Bernie Sanders. Cuando visitó Cuba, se rehusó a reunirse con disidentes del régimen. Y solo recientemente ha empezado a criticar aspectos de la dictadura venezolana.
Sin ánimo despectivo, Loris Zanatta, historiador del catolicismo y del peronismo, califica a Francisco como un “Papa populista”. Según Zanatta, “la Iglesia argentina [de donde proviene el Papa] es la tumba de los católicos liberales” y Francisco es “hijo de una catolicidad embebida de antiliberalismo visceral, que se erigió a través del peronismo”. El intelectual argentino Juan José Sebreli es más duro. Sugiere que Francisco y sus seguidores ven en la pobreza una virtud y que desconfían de la modernidad y de algunos de los supuestos avances que trae. Él dice: “El Papa humilde como un cura de aldea esconde un político habilísimo y astuto […] Es el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís, aunque esta duplicidad estaba también en el primer Francisco”.
Puede o no ser justa esa descripción. Pero el Perú y Chile, como casi todos los países americanos, son sociedades de clase media que han visto mejoras enormes en sus estándares de vida en las últimas décadas, precisamente debido al mercado y al mayor consumismo. Respecto a la caída notable de la pobreza y numerosos indicadores de progreso, estos países han seguido la tendencia global que revela la falta de conocimiento económico del Papa. Además de equivocada, la prédica populista es innecesariamente divisoria, pues no faltan los católicos dentro y fuera del Vaticano que no están de acuerdo con los puntos de vista políticos de Francisco.
En lo que considero que sí acierta el Papa respecto a la política es en su visión moderna, liberal y compasiva hacia los migrantes y refugiados. Si aprovecha para promover fronteras más abiertas y convence a los líderes americanos de recibir legalmente a los millones de venezolanos que huyen de la dictadura chavista, su visita será todo un éxito.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 17 de enero de 2018.