El nacionalismo de Trump y el excepcionalismo americano

David Bier dice que el nacionalismo de "América primero" de Donald Trump en lugar de buscar mantener el excepcionalismo estadounidense buscaría hacer que el país se parezca más a otros países, como aquellos que no tienen constitución alguna.

Por David J. Bier

El presidente Donald Trump prometió el lunes que usaría una orden ejecutiva para acabar con la ciudadanía por nacimiento para los niños de quienes no sean ciudadanos. Esta propuesta y los argumentos que la respaldan muestran cómo el nacionalismo de “América primero” del presidente compromete el excepcionalismo estadounidense y hace que EE.UU. sea un país más pequeño, débil y dividido.

El principal argumento del presidente para abandonar la política histórica de EE.UU., codificada en la Enmienda No. 14 de la Constitución, es que EE.UU. es “el único país en el mundo donde una persona viene y tiene un bebé, y el bebé es esencialmente un ciudadano”. Esto es falso. Canadá y alrededor de 30 países han seguido el ejemplo de EE.UU. en esta cuestión, concediéndole ciudadanía al momento de nacer a cualquiera que nazca en su país.

Pero el hecho de que el presidente crea que esto es una razón válida para reescribir la Constitución mediante decreto ejecutivo ilustra algo acerca de su filosofía nacionalista. En lugar de buscar mantener a EE.UU. como un país excepcional —para utilizar la frase icónica de Ronald Reagan, “la Ciudad en el Valle”— él buscaría hacer de EE.UU. un país más similar a otros, a aquellos que no tienen constitución alguna.

El argumento del presidente equivale precisamente a argumentar que porque EE.UU. es el único país en el mundo con una Primera o Segunda Enmienda, debería abolirse el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la posesión de armas. Nadie que valore el carácter único de la Constitución de EE.UU. aceptaría este argumento.

Pero el nacionalismo de Trump no es uno que esté construido alrededor de la experiencia estadounidense. En cambio, él busca hacer que EE.UU. sea más como otros estados-nación étnicos en Europa, donde la ciudadanía se construye alrededor de la línea de sangre apropiada.

Ser estadounidense no tiene que ver con tener los padres indicados. Tiene que ver con la experiencia del individuo, no de su ancestros.

El argumento secundario de Trump es que la ciudadanía por nacimiento es una política “ridícula” porque un “bebé es esencialmente un ciudadano de EE.UU. durante 85 años con todos esos beneficios”. Acerca de los beneficios que reciben, la Academia Nacional de Ciencias (NAS, por sus siglas en inglés) ha descubierto que los estadounidenses de segunda generación son los más fiscalmente positivos entre cualquiera de los grupos residentes en EE.UU., produciendo mucho más en valor que lo que reciben en beneficios.

Para Trump, millones de estadounidenses que son los hijos o nietos de extranjeros básicamente se han robado su ciudadanía estadounidense y por lo tanto no deberían ser —y, si él lograra su cometido, no serían— estadounidenses. Según la NAS, “el status de ciudadanía de 37,1 millones de estadounidenses de segunda generación que viven en el país (alrededor de un 12% de la población del país), y quizás muchos millones más en la tercera y otras generaciones siguientes estaría en cuestión”.

Esta política encaja en el objetivo de Trump de reducir dramáticamente la inmigración legal. Si él obtuviera lo que busca, al menos un 60% de todos los inmigrantes legales desde 1965 —23 millones de personas— nunca hubiesen venido a EE.UU. El país probablemente tendría 52 millones personas menos. De hecho, sin los inmigrantes y sus hijos, la población de EE.UU. pronto empezaría a caer.

Más allá de los beneficios de hacer al país más fuerte y poderoso, la ciudadanía por nacimiento fomenta la asimilación. Porque cada niño nacido en EE.UU. sabe que es un ciudadano estadounidense, es más probable que adopte valores estadounidenses.

Esto nos lleva a la dimensión final del nacionalismo del presidente: en lugar de ser un nacionalismo que une a los estadounidenses alrededor de una serie de valores en común —como el nacionalismo de los Padres Fundadores— el nacionalismo del Presidente busca dividirlos. Acabar con la ciudadanía por nacimiento transformaría rápidamente a EE.UU. en dos grupos: los estadounidenses “reales” que tienen la línea de sangre adecuada y los estadounidenses “falsos” que no la tienen.

El gobierno pronto necesitaría burócratas para investigar el pasado de las personas para asegurarse de que ellos tuvieron los padres “correctos”. Esto pondría a unos estadounidenses en contra de otros.

Este artículo fue publicado originalmente en New York Daily News (EE.UU.) el 30 de octubre de 2018.