El dios del calentamiento global
¿Debe ser complacido?
Durante años temí que el golpe de un fuerte huracán en Nueva Orleans derivaría en legislación sobre el calentamiento global que no tendrá ningún efecto sobre los ciclones tropicales, pero que dañará la economía de EE.UU. por décadas. Empezamos a ver como serían las cosas cuando Robert F. Kennedy Jr. declaró que la gravedad de Katrina estaba relacionada con la aversión del Presidente Bush a poner un límite a las emisiones de dioxido de carbono, y cuando Hillary Clinton dijo que quería formar una comisión que investigara la respuesta del gobierno al huracán.
La magnitud del huracán Katrina no fue modificada por el calentamiento global. De hecho, a pesar de los cien nuevos artículos que dicen lo contrario, no es tan claro que dicho calentamiento resulta en ciclones tropicales más frecuentes, ni hablar de más intensos. Basta considerar, por ejemplo, el reciente incremento en la frecuencia de huracanes en la Cuenca del Atlántico; es como si hubiéramos vuelto a 1930, 50, y 60, cuando la actividad de tormentas alcanzaba una altura feroz, hasta calmarse por varias décadas.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que existen ciertas diferencias entre esos años y la actualidad. Los huracanes hoy tienden a concentrarse en la Florida y el Golfo de México, mientras que a mitad de siglo golpeaban repetidamente la costa Atlántica hasta Canadá. Es importante destacar ésto ya que, en un mundo en proceso de calentamiento, la simple razón predice que la actividad debería haberse movido para el norte y no para el sur. Obviamente las cosas no son tan simples cuando se trata de huracanes y cambios climáticos.
Pero la Cuenca del Atlántico es sólo una de las tantas cuencas con huracanes en el mundo. En general, hay más ciclones tropicales por año en el Pacífico Norte occidental—por la costa de México—pero pocos lo notan porque raramente tocan tierra como ciclones. En cambio, se debilitan a medida que migran hacia el oeste hacia aguas más frías. De hecho, solamente un océano subtropical, el Atlántico Sur, virtualmente carece de estas tormentas.
Por lo tanto, en vez de focalizarse exclusivamente en lo que ocurre en nuestra región del Atlántico Norte, deberíamos preguntarnos que es lo que está ocurriendo con la actividad de los huracanes en el planeta. Y la respuesta es...nada. Más específicamente, no han habido cambios significativos en su frecuencia o intensidad a pesar de la tendencia de calentamiento desde 1975, de enfriamento a mitad de siglo y de calentamiento a principios de 1900, la cual fue similar a la que experimentamos en la actualidad.
Es verdad que un estudio de la revista científica Nature por Kerry Emanuel alega que los huracanes duplicaron su fuerza en los últimos 30 años. Pero hay al menos cuatro estudios en revisión en la misma revista que cuestionan ese resultado. De hecho, personas que suelen mantenerse al margen de la pelea sobre el calentamiento mundial, como Roger Pielke Jr. de la Universidad de Colorado, han afirmado que el proceso de revisión realizado por colegas en Science—la competencia de Nature en EE.UU.—se ha visto comprometido negativamente en los temas del calentamiento global y de los daños provocados por el clima.
El argumento de Emanuel se cae por su propio peso. Si los huracanes del Atlántico tienen aproximadamente la misma probabilidad de golpear EE.UU., y si su fuerza se ha duplicado, entonces seguramente el daño causado—luego de ajustar por cambios en los valores de la población y la propiedad—nos debería mostrar una tendencia obvia hacia arriba obvia. Pero, cuando se consideran estos factores, como lo hizo Pielke, no podemos detectar dicha tendencia. En cualquier caso, si los huracanes hubiesen duplicado su fuerza, las compañías de seguros estarían hechas añicos. Y todavía sobreviven.
Otro estudio, por Peter Webster y otros colegas, cuyo argumento sigue las mismas líneas, fue publicado recientemente en la revista Science. Intenta probar que, mientras que la frecuencia mundial de sistemas tropicales no muestra una tendencia desde 1970, el porcentaje de huracanes extremadamente fuertes se ha incrementado relativo a los sistemas de tormentas más débiles. Éste es un ejemplo de la utilización de datos muy selectiva con observaciones satelitales de sistemas tropicales posteriores a 1970. ¿Adivinen qué? Entre 1944 y 1970, el porcentaje de huracanaes extremadamente fuertes disminuyó en relación a las tormentas más débiles. La intensidad relativa de las tormetas en la década de los 40 y los 50 es similar a la actual. Por lo tanto, durante el período más extenso, no ha existido ninguna tendencia en la intensidad de los huracanes. ¿Cómo es que quienes revisaron el estudio obviaron esta información?
¿Qué hay de la investigación publicada hace un año por Tom Knutson, que sostiene que los vientos huracanados crecerán por un 6 por ciento durante los próximos 80 años como resultado del calentamiento global? La frecuencia de los huracanes varía tremendamente de un año al otro y entre décadas, por lo que un cambio tan pequeño no puede discernirse en por lo menos 50 años. Además, el estudio de Knutson asume que las temperaturas de la superficie del océano continuarán calentándose mientras nada más cambia. Pero esto no es realista, ya que el calentamiento puede aumentar la frecuencia del Niño, el veneno contra los huracanes del Atlántico. El calentamiento también puede afectar los sistemas de presión alta que generan los vientos alisios, ocasionando un entorno menos favorable para los huracanes, y como resultado haciéndolos menos capaces de infligir daños mayores.
Claramente, muchas cosas pueden pasarse por alto en una simulación por computadora. Por ejemplo, en el estudio de Knutson, más de la mitad de las simulaciones de comportamientos de huracanes se relacionan con el calentamiento de la superficie del mar. Ésta es una hipótesis eminentemente verificable, ya que contamos con un siglo de información sobre huracanes en el Atlántico y sobre la temperatura del agua. Cuando la correspondencia estadística entre los dos se verifica, sólo el 10 por ciento del comportamiento interanual de huracanes puede atribuirse a cambios de temperatura. Es así que el 90 por ciento de la fluctuación anual se debe a otros factores que no son la temperatura del océano.
¿Cómo es posible? Definamos un huracán perfecto, como Katrina, como uno cuya presión barométrica superficial se acerca a las 26.5 pulgadas. Una tormenta como ésta requiere de condiciones raras. Agua caliente es sólo una: es por eso que solamente ha habido 4 de esas tormentas en el Atlántico durante los últimos 100 años. También debe haber, por ejemplo, un mecanismo de ventilación eficiente en el tope de la tormenta, a unos 40,000 pies, y no puede haber aire seco metiéndose en esa circulación. En realidad, suelen haber muchas franjas de aire relativamente seco en un huracán, gracias a las tormentas de lluvia que alimentan el ojo que acumula la humedad. Cuando una franja seca importante se acerca al centro, los vientos disminuyen. Katrina probablemente estaba listo para embarcarse en uno de esos ciclos de reducción de vientos, pero lamentablemente, Nueva Orleans se puso en su camino.
Sin embargo, seguimos escuchando que los océanos más calientes resultan en tormentas que se tornarán más feroces. No deberíamos. Una de las particularidades del comportamiento de un huracán es que hay un umbral, a los 28°C, en el que las tormentas alcanzan una intensidad de Categoría 3 (“severa”). (En los últimos 50 años sólo ha habido dos de estas tormentas sobre aguas frías). Pero una vez que la temperatura excede los 28°C, no hay relación entre agua caliente e intensidad. A cualquier temperatura por encima de dicho umbral, cualquier tormenta tiene las mismas posibilidades de alcanzar una Categoría 4 o 5.
Cada agosto, la temperatura de la superficie del Golfo de México excede ese umbral. Este año el sur de Luisiana alcanzó altas temperaturas: 31°C—casi igual de caliente que en 1997 y 1998. Y, dado que el Golfo alcanza el umbral mágico de 28°C todos los años, sin importar si el planeta se está calentando o enfriando, no hay política económica factible que mantenga las temperaturas por debajo de este número.
No espero que esta información tenga un efecto por sobre las políticas públicas. Solo estoy gritando hacia el interior del huracán.
Traducido por Marina Kienast para Cato Institute.