El ataque

Macario Schettino indica que la polarización que hay en EE.UU. no solo le permite a Donald Trump intentar atacar la libertad de prensa sino también recibir mucho apoyo de quienes ven amenazado su mundo por el pluralismo y las nuevas tecnologías.

Por Macario Schettino

La imprenta (su invención, el papel barato, el fomento a la lectura) originó un cambio muy profundo en la forma de pensar de Europa, pues fue ahí en donde ésta apareció. La primera Biblia de Gutenberg se fecha en 1452, y apenas 65 años después, la imprenta se convierte en el factor determinante del éxito del monje Lutero en su lucha contra el poder establecido de la Iglesia católica. Aunque la leyenda dice que clavó sus 95 tesis en la puerta de su iglesia, fue gracias a la proliferación de hojas impresas que Lutero adquirió una fuerza pública que atrajo a Federico III de Sajonia, que se convirtió pronto en su respaldo frente a la Iglesia y al joven Emperador Carlos V. Cien años después, el conflicto originado en esa nueva forma de interpretar el mundo dio como resultado la guerra más violenta que tengamos registrada: la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), al final de la cual inventamos una nueva forma de organizarnos: la Nación. En esos mismos años, dos grandes novedades se diseminaban por Europa occidental: periódicos y cafés. 

Ya alguna vez hemos hablado de la importancia de las ciudades en la construcción del pensamiento, especialmente de la modernidad. Periódicos y cafés son elementos indispensables del proceso mediante el cual las ciudades, es decir los burgueses, es decir los ciudadanos, toman el poder que hasta entonces estaba en manos de los terratenientes, mejor conocidos como nobles e Iglesia. En menos palabras, la democracia se construye en esas discusiones, que pueden ser largas gracias al café, y profundas gracias a los periódicos.

Aunque los periódicos han ido perdiendo terreno frente a los medios masivos desde hace siete décadas, ha sido el avance de las redes sociales, en las últimas dos, lo que ha puesto en peligro al periodismo. Porque el trabajo de escribir la historia diariamente, investigando, confrontando fuentes, especulando, pasó con relativa facilidad del papel a la radio y televisión. Su tránsito a la red no ha sido igual de fácil. Todo este preámbulo para poner en contexto lo que significa la actitud del señor Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos, que ha decidido destruir todos los medios informativos que no se arrodillen frente a él. Como usted seguramente sabe, el señor Trump pudo ganar la presidencia, en parte, porque logró confundir a un grupo no menor de estadounidenses haciendo uso de información falsa, diseminada a través de las redes. Ya alguna vez comentamos la gran habilidad que tiene para mentir, que desarrolló a niveles extraordinarios durante su paso por un reality show. Utilizó esa habilidad para engañar votantes, y los medios masivos no supieron hacerle frente. De hecho, acabaron regalándole miles de minutos de tiempo aire, porque hablar de Trump vendía, y hacía tiempo que los noticieros no vendían nada. Ahora pagan su error, y carísimo. Donald Trump ha decidido humillar a todos aquellos que no son sus corifeos ni supieron enfrentarlo. Como el dicho bíblico: “a los tibios los vomitaré”. 

Pero, decíamos, la democracia liberal, la que conocemos, tiene su origen en la discusión pública, que pudo existir y desarrollarse gracias al periodismo. El ataque de Donald Trump a los medios no es simplemente la humillación de tal o cual conductor o conductora, es la destrucción de las fuentes sociales de información, elemento fundamental de la democracia. 

La gran polarización en Estados Unidos no sólo le permite al patán que habita la Casa Blanca intentar este ataque, sino recibir abundante apoyo de todos aquellos que perciben que su mundo está en riesgo, por la pluralidad, por las nuevas tecnologías, por lo que sea. Esperemos que esto no dure mucho más.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 3 de julio de 2017.