Efectos perjudiciales de los incentivos
Iván Alonso considera que el incentivo fiscal para contratar a trabajadores en el sector de agroexportación y la industria textil sirve para que los impuestos de los contribuyentes induzcan a empresas a contratar gente para trabajos poco productivos.
Por Iván Alonso
Es decepcionante escuchar las ideas del Gobierno para reactivar la economía. Parece que el tiempo no hubiera pasado y estuviéramos de nuevo en los años 80 del siglo pasado. Regímenes especiales, incentivos tributarios, simplificaciones superficiales. Todo lo que tenga o pueda tener un impacto inmediato, sin reparar en las distorsiones o ineficiencias que se introducen en el aparato económico. Cuando se multiplican, los efectos supuestamente benéficos de esos regímenes e incentivos comienzan a neutralizarse entre sí, pero quedan, ocultos, sus efectos perjudiciales, uno sobre otro.
“No descartamos que pueda ir a más sectores”, dice el ministro de Economía, Alex Contreras, sobre los incentivos a la contratación de trabajadores para la agroexportación y la industria textil. “No descartamos”… Como si fuera una demostración de audacia. Pero cuanto más se extiendan los incentivos a otros sectores, menos efectivos serán para atraer más trabajadores a la exportación y a la industria textil, o para retenerlos en esos empleos. El daño a la economía, sin embargo, no desaparece; más bien, se generaliza.
El incentivo funciona porque es el fisco el que cubre, con una deducción impositiva, la diferencia entre lo mínimo que el trabajador quiere ganar y lo máximo que el empleador está dispuesto a pagar. Pensemos en lo que esto significa. Lo mínimo que el trabajador quiere ganar es, podríamos decir, lo que vale su tiempo; el ingreso que justifica cambiar de ocupación o simplemente salir de su casa. Lo máximo que el empleador está dispuesto a pagar es el valor de lo que espera que el empleado produzca. Si no produce lo suficiente –en la agroexportación o en la industria textil, digamos– como para pagarle lo que quiere ganar, no tiene sentido económico que se dedique a ese trabajo. La única manera de que una empresa lo contrate es que alguien cubra la diferencia.
El incentivo fiscal sirve, en otras palabras, para que los impuestos que usted paga se usen para inducir a las empresas a contratar gente para trabajos poco productivos. Sirve también como desincentivo a la inversión. Si usted puede reemplazar una máquina por un cierto número de personas, pagadas, en parte, por el fisco, ¿para qué va a invertir?
La falacia detrás de los incentivos a la contratación es que esos trabajadores no encontrarían otra cosa que hacer. Pero eso no es verdad. La cantidad de independientes, de emprendedores, de informales, demuestra que la gente no se queda cruzada de brazos por mucho tiempo. El desempleo, como término medio, no dura más de tres o cuatro semanas.
Otra idea, no más brillante ni más novedosa, es la simplificación tributaria, que no es estrictamente una simplificación, en el sentido de hacer más simple el cálculo de los impuestos, sino la eliminación de dos de los cuatro regímenes tributarios que existen hoy. Pero ese no es el problema que agobia a las empresas. El cálculo de los impuestos no es tan complicado. El gran problema es que al momento de sacar el RUC comienza un partido interminable contra la selección de Jalisco, que puede anular goles, cobrar penales, estirar los descuentos y forzar los suplementarios. Todo debidamente notificado en su buzón electrónico, si es que usted puede descifrar qué es la infracción 12345 del procedimiento 6789.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 8 de diciembre de 2023.