EE.UU. y Rusia: Molestando al oso

Ted Galen Carpenter asevera que "Tanto Rusia como EE.UU. están teniendo un comportamiento grotescamente inmaduro. No estamos todavía en una nueva guerra fría, pero a menos que los dos gobiernos adopten políticas más responsables, puede que produzcan dicho trágico resultado pronto".

Por Ted Galen Carpenter

Pocas personas quieren regresar a los rencores y a las tensiones que caracterizaron las relaciones entre Washington y Moscú durante la Guerra Fría. Pero las políticas torpes de EE.UU. y Rusia ahora amenazan con regresarnos a esos tristes días. La administración Bush presiona para que la OTAN se expanda más hacia la frontera con Rusia. Por su parte, el régimen de Medvedev/Putin muestra señales de querer causar molestias a EE.UU. en el Caribe.

Ambos gobiernos necesitan relajarse. Condolezza Rice descarta el concepto de las esferas de influencia como una noción obsoleta, pero esa doctrina todavía tiene vida. Los líderes estadounidenses y rusos están ignorando esa realidad y están viéndose perjudicados por ello.

Si una nueva Guerra Fría surge, Washington tendrá gran parte de la culpa debido a las políticas que ha perseguido desde mediados de los noventa. Pero Rusia ahora está provocando a EE.UU. innecesariamente. Las oscuras insinuaciones de hace unas semanas sobre que podría colocar bombarderos en Cuba son completamente imprudentes. Para los estadounidenses, tan solo con la posibilidad de que Moscú pueda desplegar un sistema de armas nucleares en Cuba, les recuerda la pesadilla más grande de la Guerra Fría—la crisis de los misiles en Cuba. Ningún gobierno estadounidense toleraría tal movida—ni debería. El cada vez más frecuente coqueteo de Moscú con el Presidente venezolano Hugo Chávez, un nemesis fastidioso de EE.UU., es menos ofensivo pero también genera tensiones gratuitas.

Estas movidas probablemente reflejan la creciente ira de Rusia hacia las políticas de EE.UU., las cuales parecen tener el fin de minar la influencia rusa en su propio patio trasero y humillar de esta manera a Moscú. La actitud “en tus narices” de Washington no es una novedad. Los funcionarios estadounidenses se aprovecharon del desorden económico y militar de Rusia en la década de los noventa para establecer una posición dominante en Europa Central y del Este. Washington logró la admisión de Polonia, Hungría y la República Checa a la OTAN en 1998—a pesar de las objeciones del gobierno Yeltsin. Esa expansión de la alianza no era ofensiva, comparada con la segunda ronda que llevó a cabo a principios de esta década, en la cual se incorporaron Letonia, Estonia y Lituania—países que anteriormente eran parte de la Unión Soviética.

La expansión de la OTAN no fue la única manifestación de desprecio hacia Rusia durante la década de los noventa. También lo fueron las políticas occidentales en los Balcanes—tradicionalmente una región de mucha importancia para Moscú. En 1995 las fuerzas de la OTAN intervinieron en la guerra civil de Bosnia claramente en contra de los serbios, quienes son aliados políticos y religiosos de Rusia. Y luego, en 1999, EE.UU. y sus aliados emprendieron una guerra aérea contra Serbia, con la cual terminaron por cercenarle su problemática provincia de Kosovo.

Aunque la élite política de Rusia estaba enfurecida por tal comportamiento, considerando la debilidad del país, no podían hacer más que quejarse. Pero esa situación ha cambiado. El país es mucho más fuerte económica y militarmente de lo que era hace una década y Moscú ha empezado a retomar su actitud agresiva. Por ejemplo, ha enfatizado que la intención de Washington de incorporar a la OTAN a Ucrania y Georgia sería sobrepasar un límite importante que no sería tolerado.

Desafortunadamente, los líderes estadounidenses no parecen comprender que la relación de poder de ahora es distinta a la de los noventa. Tan solo en junio la administración Bush siguió adelante con los planes de desplegar un sistema de misiles defensivos en Polonia y la República Checa, una movida que Rusia ve como un intento de degradar la efectividad de sus fuerzas nucleares estratégicas. En respuesta, Moscú ha advertido a Varsovia y Praga que atacará a esas dos ciudades en tiempos de guerra.

La política de Washington hacia los Balcanes se ha mantenido igualmente insensible. En febrero, EE.UU. y sus aliados europeos ignoraron al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (y por la tanto el veto de Rusia) al concederle la independencia a Kosovo. Rusia respondió reuniendo a otros países a quienes les preocupan sus propias regiones con tendencias secesionistas para bloquearle la entrada a Kosovo en varias organizaciones internacionales. En gran parte gracias al lobby de Moscú, solamente 43 gobiernos han reconocido la independencia de Kosovo—muchos han sido aliados y clientes de EE.UU. por mucho tiempo.

Los líderes rusos también están demostrándole a Washington que Moscú puede explotar el precedente de Kosovo. En meses recientes, Rusia ha aumentado su apoyo a Abjasia y Osetia del Sur, dos regiones secesionistas vecinas de Georgia. Lamentablemente, en vez de dar marcha atrás diplomáticamente, el gobierno de Bush se ha entrometido aún más con el envío de mil tropas estadounidenses para que se entrenen conjuntamente con los militares de Georgia.

Es difícil imaginarse un problema con menos relevancia para los genuinos intereses estadounidenses que el estatus político de dos remotas regiones en un pequeño país fronterizo con Rusia. De la misma manera, es difícil imaginar qué intereses nacionales genuinos de Rusia justifican forjar lazos más estrechos con países como Cuba y Venezuela. Tanto Rusia como EE.UU. están teniendo un comportamiento grotescamente inmaduro. No estamos todavía en una nueva guerra fría, pero a menos que los dos gobiernos adopten políticas más responsables, puede que produzcan dicho trágico resultado pronto.