¿Deberíamos dejar de preocuparnos por la dependencia europea del gasoducto ruso?

Justin Logan reseña un reciente estudio de Scott Semet, quien señala que a corto plazo, no hay alternativa al gas ruso barato para Europa y que continuar bloqueando el gas ruso tendría efectos significativos y nocivos para Estados Unidos.

Por Justin Logan

Hace un par de semanas el Instituto Cato publicó un nuevo análisis de política pública de Scott Semet sobre las consecuencias duraderas de dejar a Europa (y al mundo) sin gas natural ruso. El año pasado, los europeos estaban muy preocupados por el invierno de 2022-23; afortunadamente, la combinación de un invierno extremadamente suave en el continente, una decisión deliberada de estrangular la producción industrial, y los esfuerzos frenéticos para comprar gas natural licuado (GNL) de otros países ayudaron a Europa a salir adelante mejor de lo que la mayoría de los observadores temían, aunque los países más pobres, como Pakistán y Bangladesh, que de otro modo habrían comprado ese GNL, experimentaron racionamiento y disturbios.

Pero Semet, experto en los mercados energéticos y financieros de Europa del Este, sostiene que el problema subyacente no se ha remediado y es poco probable que pueda remediarse pronto. Gran parte del modelo de crecimiento económico europeo (en particular, el alemán) se construyó en torno a un gasoducto ruso barato que ya no existe. Además, las medidas extremas adoptadas el pasado invierno han tenido consecuencias perjudiciales que pueden agravarse con el tiempo: en Alemania, la inflación y la "destrucción de la demanda" han llevado a su economía a la recesión; en el Reino Unido, el aumento desorbitado de los precios del gas natural ha sido uno de los principales factores de la inflación histórica; y estas realidades económicas están empezando a repercutir en la política europea. La conclusión es que, a corto plazo, no hay alternativa al gas ruso barato por gasoducto para Europa, al menos sin un mayor deterioro del bienestar de la población y una mayor desindustrialización, lo que, según Semet, podría generar más descontento e inestabilidad política.

Incluso fuera de Europa, el documento sostiene que bloquear el gas ruso tendría efectos significativos. Por ejemplo, muchos han señalado al GNL estadounidense como potencial salvador de Europa. Aquí hay tres puntos importantes: en primer lugar, el GNL es mucho más caro, ya que requiere una energía considerable para licuar el gas, por no hablar del costo de las instalaciones de licuefacción y regasificación, y de los buques metaneros. Estos precios más altos ejercerán más presión sobre la economía europea. En segundo lugar, a pesar de los frenéticos esfuerzos por ampliar las exportaciones, existen fuertes limitaciones en la capacidad de licuefacción y en los buques metaneros. En tercer lugar, en la medida en que los productores estadounidenses puedan licuar suficiente gas natural para compensar la pérdida de gas ruso por gasoducto en Europa y sacar provecho de los precios significativamente más altos en Europa, dada la escasa producción de gas en Estados Unidos, el precio del gas natural para los consumidores estadounidenses aumentaría, afectando negativamente a la economía de Estados Unidos.

Semet también profundiza en las repercusiones de la subida de los precios del gas en los costos de la electricidad y la calefacción en Estados Unidos, así como en otros insumos aparentemente mundanos pero de gran importancia para la vida cotidiana, como los fertilizantes y los plásticos. El documento también analiza los resultados de presionar al Sur Global para que sancione y embargue a Rusia.

El documento no sostiene que las consecuencias políticas y económicas del bloqueo del gas ruso signifiquen que Washington deba obligar a Kiev a aceptar la paz en unas condiciones determinadas. Pero sí hace un llamamiento a los responsables políticos para que busquen el fin de la guerra con mayor urgencia y no ignoren este conjunto de "realidades económicas duras y en su mayoría inmutables" que "no pueden superarse con voluntad política".

Por favor, léalo.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 17 de agosto de 2023.