De verde para rosado

Alfredo Bullard comenta la iniciativa de la ministra de la Mujer en el Perú de instar a unos soldados a que se pongan mandiles rosados para dar a entender que lo femenino tiene un espacio en lo militar.

Por Alfredo Bullard

Hace unos años, un alto mando del Ejército (no recuerdo el nombre del militar) salió al frente de la discusión sobre si se debía aceptar homosexuales en las fuerzas armadas. Dio públicamente un argumento que expuso con cara de quien ha dado una sentencia contundente e irrefutable, como si ya no hubiera dejado espacio para ninguna discrepancia razonable: “No podemos aceptar soldados homosexuales. Se enamorarían del enemigo”. 

Perdió una oportunidad única de quedarse callado. Su argumento, además de discriminador, es patéticamente absurdo. Con ese tipo de razonamiento, un ejército de mujeres sería la perdición para un ejército de hombres (y viceversa). 

Más allá de esa anécdota (con ribetes de tragedia), lo cierto es que nuestra sociedad ha relacionado siempre lo militar con lo masculino. Y si vamos un paso más, hemos asociado lo masculino con virtudes como el valor, la reciedumbre, la resistencia, la fuerza física, entre otros. Vinculamos la capacidad de ser un buen militar con la de ser hombre. Más allá del tímido crecimiento de mujeres en las fuerzas armadas, los números apabullan en relación con el número de hombres que las integran. 

Al hacerse la relación entre la homosexualidad y lo femenino (una vinculación por lo demás simplista, muy imprecisa y prejuiciada) se asocian los defectos de un soldado con la feminidad: “No es usted lo suficientemente hombre”, “Pórtese como varón”, “Parece una mujercita”. De allí a calificar a un mal soldado de “maricón” hay solo un paso. 

Por eso ha causado tanto revuelo que un grupo de soldados, a iniciativa del Ministerio de la Mujer, se ponga mandiles rosados. Ha sido criticado como antagónico a la calidad de militar. Ello parte además de otro estereotipo (esta vez imputable a los promotores de la idea) de asociar lo rosado con femenino. De allí a derivar del color rosado que quien lo usa debe ser gay hay solo un paso. 

Me costó entender la intención de la ministra de la Mujer de vestir militares con mandil rosado. Pero me cuesta más entender la intención de ver el hecho como ofensivo a la actividad militar. A la primera le critico el relacionar un color con ser femenino o masculino. Pero a la segunda se le agrega además de hacer esa relación, el visualizar lo femenino como críticamente ajeno a ciertas actividades, como puede ser la de soldado, y así reducir la violencia contra la mujer. 

Creo que pocas cosas contribuyen menos a aceptar con naturalidad las cosas, que forzarlas. Es forzado vestir a soldados de rosado para dar a entender que lo femenino tiene un espacio en lo militar. Y es forzado creer que vestir de rosado es síntoma de falta de hombría y que la falta de hombría (sea lo que sea que eso signifique) es un defecto. 

Lo cierto es que la ropa rosada es irrelevante para el asunto de fondo: ser tolerantes y aceptar que las identidades de todo tipo (raciales, de género, de orientación sexual, de religión) son ajenas a las capacidades y calidades de las personas. 

A diferencia del dicho, no todo es del color con que se mire.

Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 22 de junio de 2019.