Cuentos y palos
Macario Schettino considera que la misma democracia que le cerró el camino al grupo terrorista ETA, fue la que le abrió el camino al independentismo catalán.
Las pulsiones regionalistas han sido continuas en varios países europeos. Ha habido intentos separatistas, con mayor o menor razón, en Reino Unido, Italia y España, por mencionar los más notorios. Puesto que la nación es un concepto, una entelequia, su existencia, su extensión, sus límites, resultan de acuerdos internos y externos, y no responden por completo a idioma, historia común, religión, etnias o accidentes geográficos.
La Guerra Civil Española terminó con el triunfo de la llamada Facción Nacionalista, dirigida por Francisco Franco, quien gobernó hasta su muerte en 1975. Uno de los gritos más frecuentes para saludarlo era aquél de ¡España! ¡Una, fuerte, libre! Aplastó cualquier intento regionalista durante su dictadura, pero su enfrentamiento final fue con el nacionalismo vasco, que en su versión de extrema izquierda y radical, creó un grupo terrorista conocido por sus siglas: ETA. A ellos se debe un atentado que puede haber sido determinante en la historia de España, el asesinato del almirante Carrero Blanco, sucesor designado de Franco. Su muerte abrió el espacio para la designación de Juan Carlos I, y por lo mismo, del retorno de la democracia a España en la segunda mitad de los setenta. ETA continuó atacando al gobierno español, con lo que perdió legitimidad y, después de la caída del Muro de Berlín, en 1989, fue ampliamente rechazada por los mismos vascos, hasta su desaparición, en términos prácticos, en este siglo.
La llegada de la democracia, que cerró el camino de ETA, abrió el del independentismo catalán. Jordi Pujol, a la cabeza de Convergencia y Unión, se convirtió en el factótum en Cataluña hasta su retiro parcial en 2003, aunque impuso a Artur Mas como sucesor. En 2015, la formación política de Pujol desapareció entre acusaciones de corrupción que llevaron a su hijo a la cárcel, a Mas a la inhabilitación, y a Cataluña al caos.
Pujol fue la bisagra del sistema político español por un cuarto de siglo: se alió con Adolfo Suárez, con Felipe González y con José María Aznar para permitirles gobernar, a cambio de una creciente autonomía regional (especialmente para Cataluña), y todo indica que también a cambio de una riqueza personal creciente. Para cuando se retira, Cataluña ya no es la región más rica de España. Hoy está en cuarto lugar después del país Vasco, Navarra y Madrid.
Pero si bien no se mantuvo el nivel económico, lo que sí se hizo en Cataluña fue alimentar el nacionalismo, especialmente a través del uso del catalán. Después de haber sido proscrito por Franco, el idioma se recuperó, y paulatinamente se impuso con la misma ferocidad con que aquél había forzado el uso del castellano, hasta desaparecer a éste del sistema educativo, las transacciones económicas, y el discurso público en general. Dos generaciones después, los independentistas catalanes ya no eran una minoría, sino posiblemente la mitad de los habitantes, de forma que se promovió el referéndum independentista, que fue cancelado por las instancias legales de España y la Unión Europea.
No importa. Lo hicieron ayer domingo, a sabiendas de que eso provocaría enfrentamientos. El gobierno de Rajoy se equivoca de plano, e intenta impedir el evento sin fuerza suficiente, obteniendo lo que los secesionistas buscaban: heridos. Decenas de actos de 'represión' circularon por las redes antes de ayer.
Españoles y catalanes verán cómo resolver eso. Lo que me interesa hacer notar es la importancia de los cuentos, las narraciones. Cambie el idioma en la escuela, enseñe una historia ficticia, y en dos generaciones tiene usted la posibilidad de dislocar la política. Si se ayuda con redes sociales, y una manita de Putin, es todavía más fácil.
No es la economía, son los cuentos los que producen los palos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 2 de octubre de 2017.