Cuando la intervención humanitaria conduce a crímenes de lesa humanidad
Ted Galen Carpenter considera que EE.UU. carga con gran parte de la responsabilidad por la tragedia humanitaria que se dio en Libia luego del derrocamiento de Muammar Qaddafi.
Los golpes solo siguen llegando. Cuando la administración de Barack Obama, junto con los aliados de Washington en la OTAN, lanzaron una guerra aérea para derrocar al dictador libio Muammar Qaddafi en 2011, las expectativas eran altas frente al futuro de ese país una vez que Qaddafi fuese removido. En cambio, el resultado ha sido una incesante historia de horror.
Las facciones en combate han librado luchas d poder que crearon flujos repetidos de refugiados desesperados, muchos de ellos intentando realizar el peligroso viaje a través del Mar Mediterráneo en pequeños botes sobrecargados que buscan un santuario en Europa. Otros países, incluyendo Egipto, Turquía, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, y Rusia se han vuelto partes del conflicto, respaldando a sus jugadores políticos y militares favoritos, de esta manera sumando al derrame de sangre y al caos. La Libia de hoy es el escenario de cínicas guerras de poder entre los clientes de esas potencias extranjeras.
Un nuevo informe de las Naciones Unidas resalta el grado de la tragedia que los líderes estadounidenses ayudaron a desatar. La misión de investigación de la ONU identificó crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad por parte de múltiples partes justo desde 2016.“Nuestras investigaciones han establecido que todas las partes de los conflictos, incluyendo los estados terceros, los combatientes y mercenarios extranjeros, han violado el derecho humanitario internacional, en particular los principios de proporcionalidad y distinción, y algunos también han cometido crímenes de guerra”, dijo en un comunicado Mohamed Auajjar, director de la misión de investigación.
El reporte encontró que la violencia, incluyendo los ataques contra hospitales y escuelas, “han afectado dramáticamente los derechos económicos, sociales y culturales” en Libia. También documentó el reclutamiento y la participación de niños en las hostilidades, así como también la desaparición y las matanzas extrajudiciales de mujeres destacadas. Un miembro de la misión resaltó reportes acerca de la presencia continua de combatientes extranjeros en el país. Entre estos se encuentran facciones que han migrado del conflicto sirio y mercenarios privados supuestamente contratados por el Grupo Wagner basado en Rusia.
Qué contraste con el feliz optimismo con el que la administración Obama veía los resultados iniciales de su cruzada humanitaria. A vísperas del colapso del régimen de Qaddafi, el presidente dijo que “Tripoli está saliéndose del alcance de un tirano. La gente de Libia está mostrando que la búsqueda universal de la dignidad y la libertad es mucho más firme que el puño de hierro de un dictador”. Luego de la captura y ejecución brutal del dictador, Obama afirmó “la oscura sombra de la tiranía ha sido levantada” en Libia.
Otros partidarios de la intervención fueron incluso más triunfalistas. Los senadores John McCain (Republicano de Arizona) y Lindsey Graham (Republicano de Carolina del Sur) concluyeron que “El fin del régimen de Gadhafi es una victoria para el pueblo libio y la causa más amplia de la libertad en Oriente Medio y a lo largo del mundo”. La profesora de Princeton University Anne Marie Slaughter, afirmó que los escépticos de esa intervención habían sido “demostrado estar sumamente equivocados”. El columnista del New York Times Nicholas Kristof sostuvo que Libia era un recordatorio “de que algunas veces es posible utilizar herramientas militares para avanzar las causas humanitarias”.
La información del reporte de la ONU provee confirmación adicional de que Libia ha sido un desastre caótico desde que se dio la guerra de cambio de régimen de Washington. Además, a pesar de la tregua entre las dos facciones principales (el internacionalmente reconocido Gobierno del Acuerdo Nacional y la Fuerza Armada Nacional de Libia del Mariscal de Campo Khalifa Haftar), los prospectos de acabar con el caos mediante las elecciones planificadas para diciembre son extremadamente frágiles.
Los abusos que la ONU ha identificado son justamente los últimos en una larga historia de desarrollos desagradables. De hecho, la ruptura del orden social en Libia ha sido tan extenso que mercados de esclavos donde se venden migrantes africanos negros capturados aparentemente han vuelto a aparecer.
Desafortunadamente, demasiadas partes que fueron culpables de la tragedia en Libia parecen no haber aprendido de las consecuencias desastrosas de las políticas que ellos recomendaron. Uno buscaría en vano en los escritos de la Secretaria de Estado Hillary Clinton o de la funcionaria del Consejo de Seguridad Nacional Samantha Power, dos de las promotoras más vocales de la intervención dentro de la administración de Obama, para encontrar algún tipo de reconocimiento de errores.
La aprobación del activismo estadounidense respecto de Libia sigue siendo alto. Incluso hoy, hay llamados tanto en EE.UU. como en otras partes para que Washington “se haga presente” y lidere un esfuerzo internacional para crear una Libia más estable. Esos individuos y organizaciones que promueven dicho camino desvían la atención de los resultados desagradables de las anteriores acciones estadounidenses.
El Presidente Biden debe resistir a dichos cantos de sirena. En defensa de Biden, él parecía ser un miembro del equipo de política exterior de Obama que se oponía firmemente a la intervención original. El entonces consejero adjunto de seguridad nacional de Obama, Ben Rhodes, confirma este punto. Rhodes recuerda que en una reunión importante del presidente y su equipo de consejeros de política exterior, “Biden dijo que la intervención era, esencialmente, una locura —¿por qué deberíamos involucrarnos en otra guerra en un país con una mayoría musulmana?” Su advertencia estaba más que justificada.
Ahora como presidente, Biden necesita evitar caer en la tentación de aprobar todavía más intervencionismo estadounidense —especialmente si tiene cualquier componente militar, como la participación de Washington en una misión internacional para mantener la paz. EE.UU. y sus aliados ya le han hecho suficiente a ese pobre país. Incluso un papel diplomático debe permanecer limitado. Washington repetidas veces ha leído mal las dinámicas internas en sociedades musulmanas y adoptado políticas contraproducentes. Los líderes estadounidenses necesitan permanecer en el trasfondo y dejar que otros gobiernos lideren la estrategia frente a las luchas internas de Libia. El papel diplomático de EE.UU. debería enfocarse en urgir a Rusia, Turquía y otros jugadores externos que dejen de vender armas, de desplegar mercenarios, y otras medidas que están exacerbando el combate en Libia.
Crear un ambiente caótico en el que los crímenes de guerra y los masivos abusos de derechos humanos podrían florecer le hizo un gran daño al pueblo libio, y Washington tiene carga con gran parte de la responsabilidad por esa tragedia. Además, importa poco si las intenciones estadounidenses eran buenas; el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Las políticas deben ser juzgadas por sus consecuencias, no por sus motivos u objetivos.
El nuevo informe de la ONU también documenta ampliamente las consecuencias feas y de largo plazo de la intervención de EE.UU.-OTAN en Libia. Muammar Qaddafi era un gobernante desagradable y brutal pero la Libia post-Qaddafi es un lugar todavía peor que de lo que era con él al mando. Los funcionarios de la administración de Biden necesitan aprender las lecciones adecuadas, sin importar cuán serenas y humillantes sean.
Este artículo fue publicado originalmente en Responsible Statecraft (EE.UU.) el 12 de octubre de 2021.