¿Continuarán los Demócratas tratando a Rusia como el enemigo?

Ted Galen Carpenter considera que la administración de Biden debe adoptar una estrategia pragmática frente a Rusia y reiniciar las relaciones con dicha nación para evitar que se de una alianza de facto entre Rusia y China.

Por Ted Galen Carpenter

Un reto temprano de la política exterior al que se enfrenta la administración de Joe Biden será cómo lidiar con Rusia. Desafortunadamente, el presidente-electo está en una posición algo incómoda acerca del asunto dada la furia entre muchos Demócratas respecto de lo que ellos creían que era el papel de Rusia en ayudar a elegir a Donald Trump en 2016. 

Además, el mensaje de fondo era que Rusia es una amenaza implacable y existencial para EE.UU., y que ninguna acusación anti-Rusia parecía demasiado exagerada como para circular. La alegación más reciente y menos fundamentada y no-confirmada —que el Kremlin había ofrecido recompensas por las vidas de personal militar estadounidense que sirve en Afganistán— puso de relieve la crédula animosidad. Aún considerando que el asunto fue mencionado varias veces en el congreso y en durante la campaña, no será fácil para Biden bajarle el tono a la hostilidad hacia Moscú, incluso si decide que la campaña anti-Rusia ha agotado su utilidad política.

Irónicamente, la idea más amplia de que Donald Trump adoptó una política de conciliación hacia Putin era contraria a la realidad. La política de Washington hacia Moscú de hecho se endureció de múltiples maneras durante los años de Trump. Numerosas medidas, incluyendo las repetidas ventas de armas de EE.UU. a Ucrania, la continua expansión de la membresía de la OTAN, un incremento tanto en el número y tamaño de juegos de guerra de la OTAN cerca de las fronteras con Rusia, el retiro de EE.UU. del tratado INF, y los esfuerzos de Washington de sacar del poder a regímenes que son clientes rusos en Siria y Venezuela, confirmaron este punto. Algunos argumentarían que lo hizo bajo presión del congreso, sin embargo, la mitología de que Trump pasó cuatro años encariñándose con un agresor asesino ahora ha penetrado significativamente en la psiquis colectiva de EE.UU. 

Solo podemos esperar que Biden adopte una estrategia pragmática y acepte la necesidad de una reconciliación con Moscú —sin embargo, tal corrección de dirección podría ofender a gente de su propio partido, y probablemente a muchos dentro del establishment del Partido Republicano conforme empiecen a darse las gesticulaciones. Continuar las relaciones hostiles con un poder que no solo es un jugador importante en Europa del Este, Oriente Medio, y Asia Central, sino que también es uno de los países que posee suficiente fuerza militar para acabar con EE.UU. como una sociedad operativa es profundamente insensato. 

Es todavía más miope continuar contrariando a Rusia cuando las relaciones de EE.UU. con China claramente están en deterioro. Lo último que la nueva administración debería hacer es arriesgarse a unir a Moscú y Pekín en una alianza de facto en contra de EE.UU. Ya hay señales de una creciente cooperación, y quienes diseñan la política en EE.UU. deben buscar cómo revertir esa tendencia, no exacerbarla. Henry Kissinger una vez observó que necesitaba ser un objetivo clave de EE.UU. tener lazos más estrechos tanto con Moscú como con Pekín que cualquier nexo que ellos puedan tener entre sí. Ese consejo era sabio durante las últimas décadas de la Guerra Fría, y es un consejo sabio hoy. 

Un reinicio genuino de las relaciones entre EE.UU. y Rusia no será fácil. Mucho antes de Trump, las acciones de Washington habían creado crecientes tensiones bilaterales. La decisión fatídica de expandir la OTAN hacia el Este donde se encuentran las fronteras con la Federación Rusa, en violación de las promesas implícitas efectuadas cuando Moscú acordó aceptar no solo la reunificación de Alemania sino también la membresía de una Alemania unificada en la OTAN, malogró las relaciones con la nueva Rusia no-comunista. También hicieron lo mismo las intervenciones militares occidentales en los países bálticos, las cuales humillaron al antiguo aliado de Rusia, Serbia. Finalmente, la intromisión por parte de EE.UU. y la Unión Europea para derrocar al presidente electo pro-Rusia de Ucrania completó el envenenamiento de las relaciones con Moscú. La toma de Crimea por parte de Putin fue la respuesta intransigente del Kremlin y una advertencia enfática para Occidente. 

Un plan para reparar la relación dañada de Washington con Rusia requerirá varias iniciativas, y el realismo debe ser el principio rector. EE.UU. no va a defender la postura de que la membresía de las naciones agregadas a la OTAN desde el fin de la Guerra Fría sea retirada, sin embargo gran parte de ese proceso de expansión fue tontamente provocativo. Pero esperar que los líderes rusos toleren que Georgia y Ucrania se unan a la OTAN, un paso que tanto George W. Bush y Barack Obama buscaron, es igual de poco realista. Ambos países son lo que el Kremlin considera como la zona clave de seguridad de Rusia. Moscú estaba demasiado débil como para prevenir que la OTAN incorporase a las repúblicas bálticas en 2004, pero Rusia es mucho más fuerte ahora, y está determinada a prevenir una repetición de eso con Georgia y Ucrania. 

De igual forma, la insistencia de Washington de que Rusia elimine su anexión de Crimea y devuelva la península a Ucrania no tiene sentido. Mantener las sanciones sobre Rusia hasta que el Kremlin satisfaga esa demanda irrealista es doblemente inútil. Entre otros factores, Moscú está determinado a retener su importante base naval en Sevastopol. Incluso si los líderes estadounidenses no están dispuestos a darle un reconocimiento formal al cambio territorial, necesitan empezar a retirar las sanciones que fueron impuestas. 

Sin embargo, re-dirigir las relaciones no es un proceso de una sola vía. El papel cada vez más importante de Moscú en el Hemisferio Occidental constituye una legítima preocupación para EE.UU. El Kremlin se ha vuelto un soporte financiero importante para el gobierno firmemente anti-estadounidense de Nicolás Maduro en Venezuela, y el Kremlin ha provisto respaldo militar tangible a dicho régimen también. En marzo de 2019, Rusia envió 200 agentes de sus fuerzas armadas para ayudar a Caracas a renovar su sistema de defensa aérea. Varios cientos de mercenarios rusos también parecen haber estado operando en el país para entrenar y ayudar a las fuerzas de seguridad de Maduro. 

La política de Rusia en Venezuela constituye un reto directo a la Doctrina de Monroe. Así como también lo son los crecientes lazos económicos y militares entre Moscú y el gobierno de izquierda en Nicaragua. Desde la proclamación de la Doctrina de Monroe a principios de 1820, los líderes estadounidenses han considerado las relaciones de patrón-cliente entre los poderes extranjeros y las naciones latinoamericanas como una potencial amenaza de seguridad para EE.UU. Cuba se convirtió en un cliente soviético político y militar por décadas, precisamente la situación que la Doctrina de Monroe buscó prevenir, y esa relación con Rusia ha continuado. Una repetición de ese desarrollo con otros países es inaceptable desde el punto de vista de los intereses de EE.UU., y la administración de Biden debe dejar este punto enfáticamente claro. Pero así como EE.UU. debería insistir que Moscú respete la Doctrina de Monroe, los líderes estadounidenses deben asignarle el mismo respeto a la esfera rusa de influencia en Europa del Este. 

Si la administración de Biden adopta dicha estrategia, hay una esperanza razonable de mejora en las actuales relaciones tóxicas entre EE.UU. y Rusia. La pregunta crucial es si Biden tiene suficiente fortaleza y visión para repudiar la Rusofobia que se ha acumulado en Washington durante los últimos cuatro años. Por el bien de los intereses de EE.UU., es imperativo que tome los pasos constructivos necesarios, sin importar cuán impopulares sean estos en el corto plazo.

Este artículo fue publicado originalmente en Responsible Statecraft (EE.UU.) el 18 de noviembre de 2020.