CEPAL y la búsqueda del camino propio

Ángel Soto explica cómo, desde sus inicios, la CEPAL ha buscado un "camino propio" para el desarrollo de América Latina, pero este simplemente consiste de un Estado protagónico en la economía.

Por Ángel Soto

El historiador Víctor Bulmer-Thomas, en su libro La historia económica de América Latina desde la independencia (1998), señala que con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, Latinoamérica avanzó hacia la industrialización y la diversificación de su economía no exportadora. Sin embargo, ésta no se amplió lo suficiente, y se basó en productos primarios cuyas exportaciones —en un 70%— se dirigían a EE.UU., Gran Bretaña, Francia y Alemania (pp. 229-230).

La crisis de 1929 golpeó fuertemente la región. Pero para fines de los treinta —dice Carlos Malamud— la Industrialización Sustitutiva de Importaciones (ISI) había avanzado al punto que se producían desde electrodomésticos hasta armadurías de autos (Historia de América, 2009, p. 413).

La Segunda Guerra Mundial hizo que en Latinoamérica se desarrollara una economía que pudo satisfacer en parte la demanda del viejo continente, pero también significó una tendencia hacia la autarquía y el proteccionismo que encontró en el Estado su palanca para el desarrollo. Para unos fue un Estado modernizador, pero que poco a poco se fue convirtiendo más bien en un Estado Interventor.

Economías planificadas e inspiradas en el ideario de John M. Keynes —muerto en 1946— significaron su predominio intelectual durante casi todo lo que quedaba del siglo XX, y por que no decirlo, incluso hasta el presente. Ciertamente, a diferencia de lo que señalaba su rival intelectual, Friedrich von Hayek, la creencia que el Estado debía reactivar la economía a través del aumento del gasto público financiado con mayores impuestos, deuda y emisión monetaria fue una propuesta atractiva y dominante.

Terminada la guerra, el Consejo Económico y Social (ECOSOC) de Naciones Unidas creó en 1947 cinco comisiones económicas regionales a nivel mundial, que en el caso de Latinoamérica, estableció la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), iniciando sus actividades en la sede ubicada en Santiago de Chile el 25 de febrero de 1948, siendo su objetivo fundamental: “contribuir al desarrollo económico” y “coordinar las acciones encaminadas a su promoción y reforzar las relaciones económicas de los países entre sí y con las demás naciones del mundo”. Más tarde, al ampliarse hacia el Caribe incorporó la promoción del desarrollo social (www.cepal.org). Uno de sus inspiradores fue el chileno Hernán Santa Cruz, enviado a Nueva York para esta tarea por el Presidente de la República Gabriel González Videla.

Coincidimos con el historiador Carlos Malamud, en que CEPAL renovó parte de las élites y afianzó “a aquellos grupos que apostaban por la industrialización en detrimento de algunos sectores de la oligarquía tradicional exportadora, aunque en algunos casos hubo una cierta integración entre la llamada burguesía nacional y la oligarquía terrateniente y exportadora” (Historia de América Latina, p. 417).

Al respecto, la historiadora, Rosemary Thorp, en su libro libro Progreso, pobreza y exclusión. Una historia económica de América Latina en el siglo XX afirma que si bien CEPAL “adoleció de congruencia en un principio, el argumento fundamental se centraba en que el aumento de la productividad debido al progreso técnico industrial en los países del centro no se reflejaba en precios más bajos sino que se retenía allí, mientras que en los países de la periferia, el aumento de la productividad en el sector primario era de menor magnitud y el excedente de mano de obra contribuía a que el nivel de los salarios se mantuviera bajo” (pp. 141-142).

Opinión en la que coincide el historiador Carlos Sabino, quien haciendo referencia a lo que él llama, “el largo reinado de CEPAL”, época en que se apeló a la existencia de “sectores estratégicos”, o cruciales para el desarrollo, “se terminaron creando empresas estatales, se nacionalizaron las existentes o se restringió la participación de los particulares, creándose monopolios que en definitiva aumentaron los precios o redujeron la calidad de los servicios de una manera notable”. Muchas de estas iniciativas fueron iniciadas por privados, pero al ejercer el Estado un control casi total de la actividad económica, impidió la libre entrada de privados al mercado, se fijaron los precios, y se aplicaron condiciones que limitaron los “intercambios libres” (El fracaso del intervencionismo. Apertura y libre mercado en América Latina. Cap. I Latinoamérica antes del cambio).

Una mirada más positiva sobre CEPAL —evidentemente— tiene quien fuera su Secretario Ejecutivo en 1969, Carlos Quintana, quien señaló: “es bien clara la necesidad que enfrenta América Latina de encontrar caminos propios para resolver sus problemas de desarrollo y de cambio social. Y también lo es que para ello, antes que nada, son necesarios el cabal conocimiento de la realidad y la formulación creativa de ideas que la interpreten y que puedan servir de guías eficaces para la acción” (El pensamiento de la CEPAL, 1969, p.11).

Cuestión que se relaciona con la idea expresada por Raúl Prebisch, respecto que era necesario “encontrar nuestros propios caminos en el desarrollo” y acabar con “la concentración del poder económico y sus efectos políticos”. Señala CEPAL: “En la misma planificación del desarrollo es evidente la necesidad de encontrar nuestro propio camino. En los países occidentales más avanzados se está comenzando una experiencia planificadora, pero en condiciones diferentes a las de América Latina. Conviene seguir con toda atención esta experiencia, como es también aconsejan hacerlo con la experiencia socialista, de más larga data, en que la planificación se basa en la gestión económica directa del Estado y el sistema político que parecería serle inherente”. Agrega: “no habrá aceleración del desarrollo sin transformación de la estructura social” (El pensamiento de la CEPAL, 1969, pp- 292-293).

En síntesis, el camino propio propuesto CEPAL para el desarrollo de Latinoamérica, implicaba un Estado protagónico creciente que participara en la industrialización, la planificación, redistribución e integración económica. Si esto provocaba inflación, no era —ven su opinión— causa de la emisión monetaria, sino que implicaba una falla en las estructuras las cuales debían cambiarse. Tal como afirmó el propio Raúl Prebisch en 1961:

“La tesis tan corriente de que la inflación sólo se debe al desorden financiero y a la incontinencia monetaria de los países latinoamericanos es inaceptable para nosotros. No porque neguemos esas notorias desviaciones, sino porque en la realidad latinoamericana existen factores estructurales muy poderosos que llevan a la inflación y contra los cuales resulta impotente la política monetaria” (El pensamiento de la CEPAL, 1969, p. 189).

Este artículo fue publicado originalmente en El Demócrata (Chile) el 28 de mayo de 2016.