Capitán Fantástico
Alfredo Bullard comenta lo que la película Capitán Fantástico nos puede enseñar acerca del derecho de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos, para bien o para mal.
Por Alfredo Bullard
Hace varios años participé en un debate en la Universidad de Yale. Una reconocida académica colombiana sostuvo que el Estado debía intervenir para evitar las enseñanzas de la Iglesia Católica, principalmente las relacionadas a su conservadurismo extremo en asuntos como el rol de las mujeres o los derechos de los homosexuales. Calificó esas enseñanzas como una nueva forma de Inquisición.
Debo reconocer (y creo que no es ningún secreto) que simpatizo con su crítica al conservadurismo extremo y, muchas veces, deshumanizante de la Iglesia. Pero expresé mi absoluto desacuerdo con censurarla. Su derecho a decir y enseñar cosas (así las consideremos equivocadas) es tan sagrado como mi derecho a discrepar. Usar el poder estatal para impedirle expresarse es, en realidad, la verdadera Inquisición.
El fin de semana anterior a la marcha conservadora en contra del Currículo Nacional de Educación Básica (esa de #ConMisHijosNoTeMetas) vi la película “Capitán Fantástico”, dirigida por Matt Ross y con la actuación de Viggo Mortensen (que le valió una nominación al Óscar).
La película refleja el mismo debate. Pero lo hace de una manera bastante más inteligente, muy por encima del nivel de Phillip Butters o del cardenal Cipriani. Se la recomiendo. El protagonista decide, con el acuerdo de la madre de sus hijos, sacarlos de la sociedad y vivir en las entrañas de un bosque. Ninguno de los seis hijos va a la escuela (lo que era ilegal). Son educados por sus padres sin ajustarse a ningún currículo ni plan nacional de educación. Los niños reciben una educación excepcional. Han leído de todo: historia, literatura, física cuántica. Admiran a Chomsky. Son atletas capaces de escalar montañas, cazar animales y construir casi cualquier cosa. Su educación supera con creces la de cualquier niño de edad similar.
La vida del Capitán Fantástico se basa en el mismo lema: Con Mis Hijos No Te Metas. Reivindica su derecho legítimo, como padre, de educarlos como considere conveniente. Por supuesto que cuando salen al encuentro con la sociedad padecen todas las falencias culturales y de trato social derivado de una educación de ese tipo. A mi criterio, el Capitán Fantástico cometió muchos errores entre varios aciertos. Pero ese es su derecho.
El problema de ese debate no nace en lo que dice el currículo nacional. Coincido plenamente con la parte que ha generado la reacción de los conservadores, y decir que ello contiene algo llamado ideología de género es tan absurdo como sostener que el pasaje en que Cristo decide no lanzarle piedras a la esposa infiel a su marido contiene la ideología del adulterio.
Mi discrepancia es con la existencia de un currículo nacional que regle la educación que nuestros hijos deben recibir. Si es correcta la idea de Con Mis Hijos No Te Metas, entonces lo es para todo. El Estado ha expropiado buena parte del derecho de los padres a decidir sobre la educación de los hijos. Como el Capitán Fantástico, los padres podemos cometer errores, pero estoy en mi derecho de hacerlo, pues el Estado también se equivoca y lo hace además sin ninguna legitimidad.
Usemos otro ejemplo del mismo currículo nacional. Según su texto, “El estudiante comprende la trascendencia que tiene la dimensión espiritual y religiosa en la vida moral, cultural y social de las personas”. Y si como padre soy ateo o agnóstico y deseo transmitirles a mis hijos que la religión no es buena, ¿no estoy acaso en mi derecho? ¿Quienes marcharon ese día estarían de acuerdo con que también debe retirarse esa parte del currículo? Porque si no lo están, son unos hipócritas que reclaman que no se metan con sus hijos pero sí se quieren meter con los hijos de los demás.
Es curioso que un currículo que pretende defender el respeto a la diversidad —con la que coincido— sea en sí mismo una negación del derecho a la diversidad educativa, que debe ejercerse mediante el derecho inalienable de los padres de ser quienes decidimos cómo educar a nuestros hijos.
Creo que son las escuelas las que deben definir qué es lo que se va a enseñar y la matrícula, como acto libre y voluntario de los padres, la que refleje qué modelos educativos y principios deben preferir unos y otros. Lo demás es meterse con los hijos ajenos.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 23 de marzo de 2017.