¿Aranceles? Un tremendo error

Daniel Lacalle explica que el proteccionismo de EE.UU. viene desde los inicios de la administración de Obama y que China se auto-inflige un daño con su política insostenible de subsidiar a cualquier costo el dumping de sus empresas estatales.

Por Daniel Lacalle

Hace un año, escribí un artículo titulado “El proteccionismo solo protege al Gobierno”. En ese artículo recordaba que el proteccionismo no ha aparecido con Donald Trump.

Entre 2008 y 2016, ningún país del G-20 implementó más medidas proteccionistas que EE.UU. Pero como en esos años lo hacía la Administración Obama, no pasaba nada.

Ahora nos rasgamos las vestiduras ante una desafortunada, miope e inútil medida de la Administración Trump. Imponer aranceles a las industrias del acero y el aluminio. Tan miope, desafortunada e inútil como los centenares de medidas proteccionistas de Obama. Pero éste las hacía con una sonrisa y callado, y como era un gobierno demócrata, sin la reacción mediática agresiva.

Lo primero que debemos entender es que EE.UU. lleva subvencionando, rescatando el exceso de capacidad en estas industrias desde hace años.

EE.UU. ha llevado al G-20 en varias ocasiones (la última en 2017), el despropósito de unos países que mantienen una capacidad de producción a todas luces innecesaria, y todos pretenden que sea a) otro el que cierre y b) vender en EE.UU. todo lo que les sobra. En el G-20 se pidió transparencia sobre la capacidad productiva y, sobre todo, datos de las subvenciones entregadas por los gobiernos para sostener esas industrias improductivas y obsoletas. Nada ocurrió.

China fue, en 2017, responsable de más de la mitad de la producción de acero, unas 800 m toneladas y cuenta con capacidad excedentaria de más de 300 m toneladas anuales. En el caso del aluminio, es similar, China ha aumentado su producción de un 10% en el año 2000 a más del 55% del total global.

¿El problema? Que le sobra capacidad por todos los lados muy por encima de sus necesidades nacionales, y subvenciona a sus empresas estatales ineficientes y monstruosamente endeudadas para vender en el exterior al precio que sea, aunque sea a pérdidas, a pesar de que ya en 2000 la capacidad productiva global excedía la demanda.

Año tras año, se reunían en el G-20 para tratar el problema del acero y del aluminio. La sobrecapacidad se seguía subvencionando. Todos ponían una sonrisa, firmaban un acuerdo en papel mojado para “ser transparentes” y se dedicaban a vender a EE.UU. todo y más, hundiendo los precios al vender por debajo de los costes reales, entre un 50% y un 106% por debajo del precio medio.

Ese es el principal problema. Que hemos aceptado a nivel global que China inunde el mercado a precios por debajo de coste con la esperanza de que “algún día cambiarán” y con la excusa de que son el motor de crecimiento del mundo. Pero no lo hacen.

Por un lado intentan exportar su capacidad subvencionada y encima, su mercado interno está enormemente intervenido. Hoy, la sobrecapacidad en China es de más del 60% en algunas industrias —ya hemos visto también el caso de los paneles solares— y el país sigue aumentando deuda hasta el punto de que las empresas estatales son las menos rentables y las más endeudadas. Según Gavekal, las empresas estatales chinas tienen una media de rentabilidad sobre activos del 3% y una deuda de 160% de su capital. Una bomba de relojería. Solo hay que esperar. Porque explotar, siempre explota.

Pero la solución de los aranceles es negativa para consumidores y la economía.

Que China subsidie y venda por debajo de un precio adecuado solo hace daño a China. A corto, medio y largo plazo. Pero la pregunta es: ¿Tiene por ello EE.UU. que subvencionar o rescatar ese exceso de capacidad? Claramente, no.

Debemos entender que la política de aranceles siempre genera más desventajas que el problema que intenta solucionar. Lean “The Political Economy of Trade Protection: The Determinants and Welfare Impact of the 2002 US Emergency Steel Safeguard Measures” de Robert Read.

La solución al dumping de China hubiera sido mucho más efectiva si en el G-20 no hubiera otros muchos países que tuviesen la misma estrategia, vender sobrecapacidad a pérdidas.

La solución a estas prácticas es mucho más comercio global, de verdad. Estas prácticas se permiten porque los tratados bilaterales conceden desde el poder político ventajas innecesarias a los conglomerados semiestatales, o miran para otro lado. Si la organización mundial del comercio, OMC (Organización Mundial del Comercio), impusiese multas severas y verdaderas restricciones a las prácticas anti competitivas, y lo hiciera de manera eficaz y rápida, esto no ocurriría ni con China ni con nadie. Pero el espejismo del “crecimiento chino” y de pensar que si miras a otro lado dejarán de imponer prácticas anti-comercio ha nublado a muchos.

Ahora, que no se froten las manos los inflacionistas. La imposición de aranceles proteccionistas no va a disparar la inflación. De hecho es desinflacionista. La sobrecapacidad permanece, pero el crecimiento económico se ve afectado, y los efectos desinflacionistas en caída de consumo y actividad económica son superiores a los que presuponen de subida de precios.

En EE.UU. me dicen que el paquete de seis cervezas típico subirá de 7,49 dólares a unos 8,5 en un mes. Se consumirán menos cervezas. Lo siento, inflacionistas, las estimaciones más altas son de un 0,1% en la subyacente (Barclays). Y las medidas respuesta de unos y otros, probablemente reduzcan el comercio internacional como ocurrió entre 2008 y 2016.

La solución al proteccionismo e intervencionismo de China no es más proteccionismo. Es más comercio de alto valor añadido. Pero no se preocupen, los políticos piensan lo contrario.

China no sufrirá por estas medidas. Simplemente le dan una excusa para justificar su intervencionismo. Los más desfavorecidos son los países pobres, que sufren el doble efecto de menor comercio y cierre de empresas.

Este artículo fue publicado originalmente en la página de Daniel Lacalle (España) el 18 de marzo de 2018.