Y Maduro dio el golpe

Lorenzo Bernaldo de Quirós considera que lo que ha pasado en Venezuela sólo se explica por la complacencia o negligencia de las democracias occidentales y, en especial, de la ausencia de una política norteamericana hacia Hispanoamérica.

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

Las elecciones venezolanas se han saldado con un fraude de proporciones gigantescas. Todos los sondeos a pie de urna arrojaban una victoria de la oposición frente al tirano Nicolás Maduro de entre 20 y 40 puntos. Las más optimistas para el régimen reducían esa distancia a 10 puntos. El pucherazo era previsible no sólo por el control gubernamental del Consejo Nacional Electoral ni por la prohibición a la ONU o a la OEA de enviar observadores, sino por las declaraciones del dictador venezolano al iniciarse la campaña cuando dijo públicamente que ganaría “por las buenas o por las malas” y anunció un “baño de sangre” en caso de triunfar las fuerzas opositoras. El Régimen no ha mostrado en ningún momento su intención de abandonar el poder, sino su vocación de perpetuarse en él con o sin el respaldo de las urnas.

A pesar de todas las argucias empleadas por el chavismo para impedir la participación popular en los comicios presidenciales, de su actuación contra la oposición que ha visto encarcelados a 46 de sus dirigentes en los últimos dos meses, de la inconstitucional e ilegal prohibición a Maria Corina Machado de concurrir a aquellos tras haber obtenido en las primarias el 90 por 100 de apoyo, los demócratas venezolanos y muchos analistas domésticos e internacionales consideraban posible milagro, sintetizado en lo que algunos denominaron la Segunda Declaración de Independencia. .  

El titánico y heroico esfuerzo de la oposición por devolver a Venezuela la democracia y la libertad, la visión de estos comicios como la gran oportunidad para acabar con la regla totalitaria imperante han chocado de manera frontal con la realidad de un Régimen totalitario dispuesto a mantenerse a cualquier precio sin descartar el recurso a la violencia como lleva demostrando desde hace más de dos décadas. El propio Jefe de las Fuerzas Armadas así lo señaló con meridiana claridad el día anterior a la cita de los venezolanos ante las urnas.

La reacción de la comunidad internacional ha sido unánime. Las principales democracias occidentales, incluida la chilena gobernada por la izquierda, han cuestionado de manera rotunda los resultados electorales y han exigido un recuento general e independiente de los votos. Como es natural y previsible, Maduro y sus secuaces se han negado, acusando a quienes formulan esa petición de atacar la independencia y la soberanía de Venezuela y de estar al servicio de los intereses imperialistas de la reacción, deseosa de liquidar el paraíso creado por la revolución bolivariana

Esa obscena declaración se contradice de manera rotunda con los hechos de la gestión del binomio Chávez-Maduro. De acuerdo con el Indice de Libertad Humana 2023 elaborado por el Instituto Cato, Venezuela ocupa el puesto número 160 de los 165 países analizados. Sólo superada por la República Islámica de Irán, por Birmania, por Sudán, por la República del Yemen y por Siria; unos maravillosos compañeros de viaje. Este es el infierno creado por los bolivarianos que además de esclavizar y empobrecer a quienes viven en el país ha lanzado al exilio a casi 8 millones de individuos. 

Los socios y correligionarios del tirano, entre ellos, cuatro de los sistemas más criminales y autocráticos del mundo –Cuba, Irán, Rusia y China– han dado su entusiasta sostén al fraude perpetrado por Maduro y sus acólitos. Y es lógico, Venezuela es su plataforma para desestabilizar Hispanoamérica; una estrategia idéntica a la empleada por la URSS con Cuba y Nicaragua en los años de la Guerra Fría. Con esos antecedentes, si Maduro sigue al frente de Venezuela, las acciones desestabilizadoras en la región se agudizarán porque la necesidad de exportar la revolución será básica para su supervivencia y, para eso, contará con aliados. 

Ante este panorama, la actuación del Gobierno español sólo merece un calificativo: repugnante. Desde su acceso al poder, la coalición social comunista ha mostrado una absoluta y entusiasta complacencia con la dictadura venezolana. Se ha alineado con el Foro de Sao Paulo primero y con el Grupo de Puebla después cuyo objetivo es implantar en Hispanoamérica dictaduras totalitarias de izquierdas. Ha sido cómplice activo de la política de aplastamiento de los derechos humanos practicada por los bolivarianos, mostrando un desprecio y una falta de compasión inaceptables para con sus víctimas.

En este contexto pasará a la borgiana historia universal de la infamia el comportamiento del ex Presidente del Gobierno, Sr. Rodríguez Zapatero, convertido desde hace años en el embajador volante de la tiranía venezolana. Al margen de otras consideraciones “prácticas”, que escaparían a este breve comentario, el antiguo Secretario General del PSOE admira al Régimen chavista y a otros de su especie por una sencilla razón: pueden hacer lo que ningún gobierno izquierdista radical puede hacer en el antes denominado mundo libre. Es el precio pagado a la nostalgia.

Por otra parte, es escandaloso el silencio gubernamental ante la negativa de las autoridades venezolanas a permitir la entrada en el país de los observadores enviados por el PP o el trato humillante y vejatorio dado a D. Victor González Coello de Portugal, ex dirigente de Vox, diputado por ese partido hasta las pasadas elecciones generales y promotor de la Carta de Madrid cuya detención y humillante interrogatorio por la policía política de la Dictadura bolivariana no ha merecido comentario ni protesta alguna por parte del Ejecutivo español. No todos los ciudadanos españoles son dignos de protección.  

La querencia de la izquierda española por el Régimen venezolano es una reencarnación de la vieja tesis de Carlos Rangel expuesta con brillantez en su memorable ensayo Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario. Ven en Venezuela, como vieron y siguen viendo a otros estados de Hispanoamérica, un laboratorio de ingeniería social para poner en marcha sus utopías liberticidas, algo imposible de aplicar, por muy erosionadas que estén, en las democracias de los países desarrollados.

Venezuela es un caso paradigmático de esos sueños utópicos y, también, de sus perniciosas y letales consecuencias. La revolución bolivariana no ha experimentado un proceso degenerativo de sus ideales originarios, sino en una muestra patente de adonde conduce siempre el colectivismo carnívoro, a transformarse en una tiranía corrupta, en una cleptocracia opresora y asesina al servicio de su clase dirigente, de aquello que los sovietólogos llamaron nomenclatura. Todo para ella, sin el pueblo y contra el pueblo, eso sí, empaquetada en un cesarismo plebiscitario, fraudulento y autodenominado liberador..

Lo acaecido en Venezuela sólo cabe explicarse por la complacencia o, para ser precisos, por la negligencia de las democracias occidentales y, en especial, de la ausencia de una política norteamericana hacia Hispanoamérica decidida a apoyar, consolidar y fortalecer a los gobiernos de la región comprometidos con la defensa de las instituciones de la democracia liberal. Y no sólo eso. Tampoco se ha hecho nada para contrarrestar la creciente penetración en esa área de las potencias autocráticas, enemigas de todos los valores occidentales, léase China, Rusia, Irán y Cía. Esto era impensable hace tres décadas.   

¿Qué hacer? Maduro y sus secuaces nunca van a aceptar una derrota en las urnas. La indignación formal ante el golpe de facto dado por el tirano no sirve para nada y tampoco la imposición de sanciones económicas o diplomáticas a su Régimen, cuyos únicos perjudicados son los ciudadanos de ese país. Los sistemas políticos, regla general, nunca se derrumban por la acción de la ciudadanía cuando quienes los gobiernan constituyen un grupo homogéneo, tienen el monopolio de la violencia y están dispuestos a utilizarla. Esta, a priori, parece ser la situación en Venezuela. 

Desde esta perspectiva, se plantea una pregunta clave: ¿Qué ocurriría si, ante el gigantesco fraude perpetrado por la dictadura venezolana, los ciudadanos se echasen a la calle en defensa de la libertad? ¿Cuál sería la reacción de los países democráticos? ¿Aceptarían una especie de Tiananmen caribeño o una represión masiva como la realizada por el Gobierno cubano hace tres años? Nadie lo sabe y ese interrogante es una de las principales fortalezas del Régimen que además cuenta con el apoyo de potencias regionales y de fuera de la región.