Vuelve Titania McGrath
Carlos Rodríguez Braun comenta el personaje ficticio creado por el humorista irlandés Andrew Doyle, Titania McGrath.
Los lectores de La Razón descubrimos a Titania McGrath gracias a Rebeca Argudo. Así, hemos podido leer “Woke” el año pasado, y ahora su otra obra que acaba de aparecer, “Mi pequeño libro de activismo interseccional”, ambos publicados por Alianza con traducción de Alejandra Freund.
Con más de 660.000 seguidores en Twitter, y ya con un programa de televisión para ella, Titania en realidad no existe, es un personaje de ficción inventado por el escritor y humorista irlandés Andrew Doyle. Ha tenido un gran éxito porque revela las dos caras del pensamiento progre: es aterrador por su odio a la libertad, pero también es divertido, porque es ridículo y absurdo.
Cuando Titania, una insoportable niña bien vegana y feminista que va de activista por la justicia social, se queja de la enorme opresión que impide que las mujeres salgan adelante, aclara: “Margaret Thatcher no cuenta, ella solo era mujer en el sentido biológico de la palabra”. Es solo una de las muchas perlas sobre la hipocresía del pensamiento único en este tema: “Si no eres feminista, no eres realmente una mujer. No existen las mujeres felizmente casadas, solo están aquellas que sufren de un fuerte síndrome de Estocolmo. Toda relación sexual heterosexual es violación. Ningún hombre es inocente. Todas las mujeres casadas son esclavas”.
El infinito desprecio de la elite progre hacia las personas corrientes, a las que supuestamente defienden, aparece nítidamente: “Al electorado se le había ordenado explícitamente qué tenía que votar sobre el Brexit y aún así la jodieron: algunas personas no tienen arreglo. Nunca culpéis a la clase obrera de su estupidez. Si pudieran permitirse una subscripción al Guardian, seguro que estarían mucho más iluminados”.
La galería de retratos incluida en su último libro es también certera. Reprocha a Martin Luther King porque defendió que la gente fuera juzgada por su carácter y no por el color de su piel: “Está claro que no tenía ni idea de intereseccionalidad, y por tanto era un racista vergonzante”. Es que “odiar a alguien por el color de su piel no es racista si esa persona es blanca”. Sobre Stalin concluye: “su mayor legado fue demostrar que el comunismo funciona”.
Y expresa bien la manipulación progre de la educación con este mensaje: “lo último que necesitamos es una generación futura que pueda pensar por sí misma”.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 7 de diciembre de 2021.