Viejos pobres (1)

Isaac Katz indica que la dinámica demográfica de México ha cambio de manera importante, habiendo caída las tasas de fecundidad y de natalidad, respectivamente, todo lo cual podría resultar en un país de viejos pobres.

Por Isaac Katz

Una forma de entender el desarrollo económico es ver si el nivel de bienestar (material e inmaterial) de la mayor parte de los individuos que componen una sociedad es mayor que el que tuvieron sus padres (o más aún que sus abuelos) a la misma edad. Visto de esta manera, es claro que para la mayor parte de los mexicanos, su nivel de bienestar ahora es mayor que el de sus padres y más aún que el de sus abuelos. La generación actual tiene acceso a más bienes y de mayor calidad, la mayor parte de los hogares cuentan con los servicios básicos de electricidad, agua potable y saneamiento y la infraestructura urbana sin duda ha mejorado, todo ello sin obviar que en algunas ciudades ha habido un deterioro ambiental, problemas de movilidad y una mayor inseguridad.

El proceso de desarrollo se ha reflejado en la dinámica demográfica caracterizada por dos fenómenos. Por una parte, mayores niveles de capital humano, particularmente de las mujeres (que por lo mismo enfrentan un mayor costo de oportunidad de permanecer fuera del mercado laboral) se ha traducido en una menor tasa de fecundidad (2,1 hijos por mujer) así como una menor tasa de natalidad (17 nacimientos por cada mil habitantes). Dada esta dinámica, se proyecta que para finales de esta década el número de individuos de hasta 15 años de edad como porcentaje de la población total se estabilice en 30%.

Simultáneamente, como resultado de la mayor urbanización de la población, la vacunación de los niños, el acceso cada vez más generalizado a agua potable en los hogares y la consecuente reducción en la incidencia de enfermedades gastrointestinales y el mayor acceso a servicios de salud se ha traducido en un aumento en la esperanza de vida de la población (hoy es de 77 años cuando en 1930 era de 34 años y en 1970 era de 61 años). Ello implica que la población mexicana está envejeciendo, de forma tal que los individuos mayores a 65 años que en la actualidad son el 7% de la población total seguirá aumentando hasta llegar en 2050 a representar el 20%. Ambas dinámicas demográficas implican que la edad promedio de la población, que hoy es de 29 años llegará a 39 años para el 2050.

Hay otra implicación por demás importante: la evolución del índice de dependencia. Este mide la suma del número de individuos menores a 15 años y los de mayores a 65 años (los que están en edad escolar y quienes ya se jubilaron) como porcentaje de quienes están entre ambos limites inferior y superior y que por lo mismo constituyen la fuerza laboral potencial. Este índice ha venido cayendo desde principios del presente siglo (el denominado “bono demográfico” o “ventana de oportunidad demográfica”) y se proyecta llegue a su mínimo en aproximadamente ocho años.

Como país, ya desperdiciamos 20 años de este bono por tres razones principales. La primera es que la economía ha experimentado muy bajo crecimiento (en promedio el crecimiento del PIB por habitante ha sido de únicamente 0,5%) lo que se ha traducido en una relativamente baja creación de empleos. La segunda es que la calidad de estos empleos también ha sido baja, reflejada en que la tasa de informalidad laboral (los que no tienen acceso al sistema formal de seguridad social, principalmente Instituto Mexicano de Seguridad Social (IMSS), Infonavit y cuentas de retiro individuales) se ha mantenido arriba del 55%. Y tercero, no haber mejorado la calidad del sistema educativo y la calidad del capital humano de la fuerza laboral. ¿Nos encaminamos hacia ser un país de viejos pobres?

Continuará en la siguiente entrega.

Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 20 de febrero de 2020.