Venezuela, un país de contradicciones

Andrea Rondón García señala que en Venezuela el bolívar ya no cumple las funciones de una moneda pero es el dinero que reciben la mayoría de los venezolanos y que todos los bienes y servicios se valoran en dólares.

Por Andrea Rondón García

Recientemente Sergio Dahbar escribió “Así viven los ricos de Venezuela”, un artículo publicado en el portal m.revistadonjuan.com y que es presentado con esta introducción “Sergio Dahbar se le midió indagar sobre el tema del que nadie habla ni quiere hablar: cómo viven los ricos en Venezuela a cuerpo de rey y, casi de manera clandestina, sirviéndose de conductores y escoltas que les hacen mandados. Se fue a los restaurantes en donde corren botellas de Petrus y de Möet & Chandon. Llegó hasta donde los chavistas gastan fortunas con mujeres Miss Venezuela amparados en un ambiente en el que nadie los ve. Visitó mercados en donde venden carne traída de Manhattan. Estuvo en las tiendas de ropa que han organizado su negocio 'a domicilio' para los miembros del gobierno que pagan, sin ruborizarse, cuentas de 20.000 dólares. Bienvenidos al lujo chavista”. (ver aquí).

El artículo refiere una Venezuela que no todos conocen pero se presume su existencia. Estas dos Venezuelas no se ven sólo en estos temas a los que alguien podría decir que son muy específicos o se requirió de una investigación para evidenciarlo. Pero en realidad las vemos en todos y cada uno de los momentos de nuestro día a día.

Tomemos sólo un ejemplo: ¿Cuál es nuestra moneda realmente?

Escuchas en la calle cifras como 150 dólares; 200 dólares; 15 dólares; 20 dólares (se podrá establecer un control de cambio, pero no puedes controlar la realidad). Pero también escuchas estas frases verídicas: “son 120 bolívares, perdón, 120 mil bolívares”; “son 850 mil bolívares (Bs. 850.000,00) pero me equivoqué y pasé la tarjeta por 8 millones cincuenta mil bolívares (Bs. 8.500.000,00), anularé la operación”.

Venezuela está viviendo desde hace algunos años –tan solo que hoy en día no hay quién discuta esta situación– un proceso hiperinflacionario que pone al descubierto la destrucción de nuestra moneda, el bolívar, y la consecuente necesidad de defendernos frente a esta destrucción buscando una moneda dura, a pesar del control de cambio instaurado por el régimen en el año 2003.

El bolívar perdió su calidad de dinero, es decir, (i) no sirve como instrumento de intercambio y (ii) no constituye un ahorro. De hecho, podemos ver en distintos locales comerciales aceptar a cambio de sus servicios distintos bienes y productos. Hemos regresado a lo más básico, a la economía del trueque porque cualquier bien o servicio cumple más y mejor las funciones de dinero que el bolívar.

Ahora bien, tampoco podemos afirmar que nuestra economía está dolarizada de facto, porque si bien algunos servicios ya se deben pagar en una moneda distinta al bolívar, por ejemplo, en realidad no existe un flujo libre de divisas. Son pocos los que pueden costear las aventuras contadas por Sergio Dahbar en su artículo o sin ir muy lejos, son pocos los que pueden costear una consulta odontológica.

Nuestra economía es un mar de contradicciones: El bolívar ya no es dinero pero es la moneda que recibe la inmensa mayoría de los venezolanos. Todos los bienes y servicios (salvo los regulados con su consecuente desaparición) se valoran en términos de dólares, pero son pocos los que reciben ingresos en esta moneda y las remesas no son suficientes en muchos casos. Hemos regresado a la economía del trueque por la precariedad de nuestra situación y al mismo tiempo, nos hemos convertido en unos expertos en materia de criptomonedas (¿el dinero del mañana?, tal vez).

Siempre tengo presente este pasaje del libro de Roberto Ampuero y Mauricio Rojas en Diálogo de conversos: “El socialismo puede echar al mercado por la puerta, pero le entra de vuelta por la ventana del mercado negro. Creen que pueden controlar los precios así como creen controlar las conciencias, pero esto último puede resultar más fácil que lo primero” (Diálogo de conversos, Suramericana, Santiago de Chile, 2015, p. 128). Con la aspiración a controlarlo todo, no sólo generan mercados negros, sino también estas contradicciones que vivimos los venezolanos a diario.