Venezuela: Crueldad constitucional

por Carlos Ball

Carlos Ball es Periodista venezolano, director de la agencia de prensa AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.

No hay mayor crueldad que condenar al pueblo a la miseria y eso es exactamente lo que los miembros de la Asamblea Constituyente le están haciendo al pueblo venezolano. Posiblemente no sea con mala intención; pero entonces se trata de ignorancia criminal.

Por Carlos A. Ball

No hay mayor crueldad que condenar al pueblo a la miseria y eso es exactamente lo que los miembros de la Asamblea Constituyente le están haciendo al pueblo venezolano. Posiblemente no sea con mala intención; pero entonces se trata de ignorancia criminal.

Los asambleístas venezolanos ignoran que la verdadera fuente de la riqueza no es el petróleo ni los demás recursos naturales. Tampoco la situación geográfica ni el ingenio de los gobernantes, sino el capital humano (la habilidad, educación y entrenamiento de la ciudadanía) y el trabajo de la gente. Cualquier cosa que dificulte el trabajo y disminuye la productividad empobrece al pueblo. Y era difícil pensar que a los políticos venezolanos se les pudiera ocurrir algo peor que la absurda inflexibilidad de las leyes laborales redactadas por Rafael Caldera. El caso es que los asambleístas le están dando rango constitucional a una disminución de la jornada diurna a 40 horas semanales (de 44 horas), en un pequeño país con más de 2 millones de desempleados y donde alrededor del 52% de los trabajadores laboran en la informalidad, dado el altísimo costo de la legalidad.

Los países prósperos son aquellos donde la gente trabaja mucho y donde la productividad crece gracias a nuevas inversiones y a la capacitación de la mano de obra. Claro que la gente trabaja más sólo donde puede disfrutar del producto de sus esfuerzos. Los alemanes occidentales reconstruyeron su país en menos de una generación, luego que la industria y la infraestructura fueron virtualmente destruidas durante la Segunda Guerra. En ello coincidieron dos factores claves: la cultura del trabajo del pueblo alemán y una moneda dura provista por Ludwig Erhard, por lo que -a diferencia del resto de Europa- los alemanes podían beneficiarse del fruto de su trabajo, en lugar de sufrir la inflación que prevalecía en gran parte de la Europa de la posguerra.

En Venezuela, por el contrario, hemos tenido en el Banco Central durante 20 años a funcionarios dispuestos a defraudar a la ciudadanía, al incumplir descaradamente con su única obligación: mantener el valor del bolívar. El bolívar, en franco irrespeto a la memoria de El Libertador, se ha desplomado en más de 14.550% en los últimos 15 años.

Y de la cultura del trabajo ni hablemos. Uno tras otro, los principales líderes políticos venezolanos llevan dos generaciones diciéndole al pueblo que Venezuela es un país rico y que no hay que trabajar muy duro sino, más bien, votar por ellos. Así, la nueva constitución es poco más que la invitación a una nueva piñata, donde los grupos que gritan más duro saldrán beneficiados con novedosos privilegios que, de alguna manera, tendrán que ser subvencionados por el resto de la población.

El gobierno socialista de Lionel Jospin redujo en Francia la jornada de trabajo, asignando a una policía especial la labor de revisar los estacionamientos de las industrias para asegurarse de que la gente "respete" la ley y no trabaje más horas de lo resuelto por el gobierno.Como resultado de ello, los jóvenes franceses ambiciosos emigran a Inglaterra, Irlanda y Estados Unidos para poder trabajar y avanzar todo lo que puedan, sin limitaciones políticas. Sin embargo, Francia, tiene una amplia clase media y ahorros acumulados por varias generaciones. Por el contrario, las políticas y la corrupción de los presidentes Lusinchi, Pérez y Caldera frenaron en seco el crecimiento de la economía venezolana, destruyeron la clase media y depauperaron a la clase trabajadora, todo lo cual le abrió el camino al palacio presidencial a Hugo Chávez.

Ahora Venezuela sufre de algo potencialmente más grave: redactores de una constitución que no se han percatado de la Segunda Revolución Industrial y que lejos de limitarse a proteger a la ciudadanía de los desmanes de malos gobiernos, pretenden prescribirle detalladamente al pueblo lo que puede o no hacer. Creen vivir en un mundo estático, sin competencia extranjera ni necesidad de atraer inversiones. Ya los gobiernos anteriores lograron retroceder el nivel de vida del venezolano promedio a comienzos de los años 50. La Asamblea Constituyente parece empeñada en devolver a Venezuela aún más atrás, a la miseria, desesperanza y paludismo de comienzos de siglo.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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