Una solución a la congestión en las calles de Lima
Alfredo Bullard afirma que la avenida Abancay en Lima es como un "pastizal sin dueño" en el que los propietarios de los vehículos no racionan su uso puesto que es "gratis".
Por Alfredo Bullard
Usted tiene una vaca frente a un pastizal sin dueño que ofrece alimento para su animal. Tiene que decidir si la lleva a pastar. Si lo hace, su vaca come gratis y se engorda. Resultado: lleva a la vaca a pastar.
Todos hacen lo mismo. El pastizal se congestionará de vacas que comerán y comerán hasta que con el pasto acabarán. Como el pastizal no es de nadie (o es del Estado, que es lo mismo), nadie invertirá en regarlo y resembrarlo. El resultado será el desastre.
¿Qué pasaría si el pastizal tuviese dueño? Este solo dejaría entrar a quienes le pagasen por llevar su ganado a pastar. No pondría un precio demasiado bajo porque no querría demasiadas vacas, pero tampoco pondría un precio muy alto porque perdería negocio. El propietario invertiría en regar y resembrar porque desearía que su negocio fuese sostenible.
La avenida Abancay, a las 5:45 de la tarde, es como el pastizal sin dueño. Los propietarios de combis y carros somos los dueños de las vacas. Usar la calle es gratis. Nadie tiene interés en arreglarla y administrar el tránsito. La avenida Abancay es depredada.
Si las calles tuviesen dueño, tendríamos que pagar por usarlas. Ello racionaría su uso. Los precios subirían en las horas punta, motivando a la gente a conducir a otras horas o a compartir autos o a usar más transporte público masivo que ocupe menos espacio y reparta el mismo costo entre varios. Los precios racionarían el tránsito.
¿Voy a tener que pagar por circular? Le cuento que ya lo hace, y mucho. Gasta tiempo, dinero y gasolina atracado en el tráfico. Respira un saludable anhídrido carbónico y asume el riesgo de más accidentes. La pregunta no es si cuesta o no, sino cuánto y cómo se paga.
Claro que ustedes se preguntan cómo puede funcionar algo así. Si llenamos Lima de peajes habrá más congestión que antes. Pero hay sistemas satelitales o mecanismos electrónicos que nos permiten, a bajo costo, registrar exactamente por dónde circula un auto. A fin de mes te puede llegar la factura por las calles que has usado. El uso razonable de la calle reduce congestión, accidentes y contaminación.
¿Le suena a ciencia ficción? No lo es. En Londres, Singapur y Chile se han implementado versiones limitadas con singular éxito. La propiedad o concesión sobre las calles hace que aparezca un mercado que ordene el tránsito.
¿Difícil de aprobar un sistema así en el Congreso? Pues se equivocan. Les cito unos textos legales: “Con el fin de inducir racionalidad en las decisiones de uso de la infraestructura vial, el Estado procura que los costos asociados a la escasez de espacio vial se transfieran mediante el cobro de tasas a quienes generan la congestión vehicular”.
Con esa norma se puede cobrar a los conductores por el uso de la calle y así racionalizar su conducta.
¿Y qué le parece esta otra norma?: “El Estado procura que las personas naturales o jurídicas, públicas o privadas, que con motivo de obras o trabajos en las vías interfieran el normal funcionamiento del tránsito asuman un costo equivalente al que generan sobre el conjunto de la comunidad afectada, durante la realización de tales trabajos, a través del pago de tasas calculadas en función de las áreas y tiempos comprometidos”.
¿Se imaginan cuántos dolores de cabeza nos aliviamos si a quienes hacen obras en la vía pública les costara demorarse en acabarlas? Todo se haría mucho más rápido.
A que no adivina qué país del mundo tiene una legislación tan moderna. ¿Será Suiza o Japón? Se equivoca. Es el Perú. Acabo de citar la Ley de Transporte y Tránsito Terrestre aprobada por el Congreso en 1999 (hace más de 10 años). La solución está frente a nuestras narices. A veces no nos falta imaginación, sino ganas de ponerla en práctica.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 9 de junio de 2012.