Una lectura liberal a favor del aborto
Yamil Santoro considera que hay múltiples argumentos por los que, desde una visión liberal, se puede estar a favor del aborto.
Por Yamil Santoro
Pretendo en este texto realizar un aporte al tema procurando explicar los motivos por los cuales entiendo que el aborto es compatible con el ideario liberal, sin por ello afirmar que quienes se oponen al tema no lo son. Para contrastar posturas, haré dialogar al presente texto con la nota “El aborto y el respeto irrestricto por la vida de los otros” escrita por Alberto Benegas Lynch (h). De antemano sepan disculpar la extensión pero no quiero aportar un panfleto al debate, de eso ya hay mucho. Para los ansiosos, adelanto la conclusión: se puede ser liberal y estar tanto a favor como en contra del aborto, pero creo que es más consistente estar a favor.
¿Qué es ser liberal?: los orígenes del liberalismo
Es una tradición que se nutre del humanismo renacentista y de su pulsión transformadora: la noción de que el sentido de la vida no es la "vida eterna" ni la salvación, sino que vivir mejor en vida es un fin en si mismo. Así surge un nuevo norte que el liberalismo abraza en su seno: la idea de “Progreso” como Norte.
A su vez, hereda parte de sus luces del iluminismo del cual incorpora la importancia de ejercer el librepensamiento, de desembarazarse de los dogmas y de resistirlos. Esta falta de certezas a priori nos lleva al abordaje respetuoso de lo diferente y lo desconocido. Lo cual nos exige una cuota de humildad.
Tercero se nutre del positivismo. El mismo plantea que el conocimiento genuino surge del método científico. Es decir, de la teorización y contrastación empírica. Esto lleva al liberalismo a ser una corriente abierta, analítica, fuertemente descriptiva que construye soluciones a partir de lo dado, de lo posible y de lo comprobable. Es una corriente donde los apriorismos no tienen cabida. Esto no quiere decir de ninguna manera que un liberal no pueda ser creyente, sólo que el liberal debe refrenarse de tratar de convertir en regla general (norma) sus preferencias particulares.
Este apego por la evidencia genera una serie de dificultades y el liberalismo se termina encontrando con límites epistemológicos que le impiden arribar a consensos plenos en varios temas. Karl Popper, Thomas Kuhn y Paul Feyerabend aportaron luz sobre los límites de la pretensión positivista de encontrar un modelo único, unívocamente superior al resto lo cual nos aleja de la pretensión de unanimidad a priori. A raíz de esta imposibilidad de reducir temas a verdades únicas nace la idea y la necesidad de una sociedad abierta que permita el contraste de posiciones alternativas, basadas en la evidencia y guiadas por la razón. Asumiendo la parcialidad de toda mirada también exige impedir la preeminencia o persistencia en el poder de una de una visión determinada y para eso erige las instituciones democráticas y republicanas de gobierno.
El liberalismo exige hacerse cargo de la responsabilidad que acarrea el "yo elijo". Sea por tradición o por deformación, muchas personas se fueron refugiando, para evitar esta incomodidad de un Mundo inestable, en distintas vertientes del iusnaturalismo. Se sacrificaron ciertas luces y libertades del liberalismo para adquirir un sistema "que cierra", sin fallas o sin riesgos. Se trata de una regresión al dogmatismo que el liberalismo supo dejar atrás. Así vemos hoy muchos liberales repiten fórmulas como mantras y salen a medirle el liberalismo en sangre al otro como si se tratare de un camino ascendente hacia la iluminación de un saber supremo. Al final de cuentas el liberalismo tiene mucho más que ver con una forma de relacionarse con el conocimiento y con los otros antes que explicarse por un conjunto de respuestas institucionales o políticas públicas. Por eso resulta imprescindible abordar la dimensión ontológica para avanzar en nuestra reflexión.
¿Qué hace al “ser humano” ser humano?: Heidegger y la ontología fundamental
Benegas Lynch (h) sostiene que "el liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros” pero con eso nos quedan un sinfín de preguntas por responder y no podemos terminar de darle sentido sin una lectura ontológica complementaria. Sin una idea o definición del “ser humano”. Y sobre qué hace al ser humano ser, valga la redundancia, humano no tenemos una única explicación válida y probablemente aquí aparezca el primer escollo que remite a la cuarta pregunta fundamental kantiana: “¿qué es el hombre?”
Para arribar a una respuesta compatible con las ideas de una sociedad abierta creo que la discusión ontológica debe llevarnos a dialogar con Heidegger. Él sostiene que: “Aquello que sea el hombre, esto es, lo que en el lenguaje tradicional de la metafísica se llama la `esencia´ del hombre, reside en su ex-sistencia”. Dicho pensador nos plantea, con la noción de ontología fundamental, que el ser humano no es una cosa, sino un ser en el Mundo. Que su ser se construye a partir de su existencia de manera relacional, que deviene de su relacionamiento con todo lo que le rodea y de cómo procesa mediante la generación de sentido a dicho Mundo. Hay alguien cuando es capaz de relacionarse con el mundo circundante, cuando hay consciencia, hasta entonces hay algo no alguien. De la misma manera que al cesar dicha capacidad, con su muerte, vuelve a ser algo y deja de ser alguien. Para este autor, el ser alguien no se explica únicamente por la materialidad del cuerpo.
Pero quizás el legado más valioso que nos otorga dicho autor refiere a sus nociones vinculadas a la metafísica de la subjetividad al poner en evidencia que la idea que tenemos del “ser humano” lejos de ser pétrea o permanente está circunstanciada a cada lugar y momento histórico. No hay solo una definición de ser humano universalmente válida que nos permita resolver el problema que analiza este artículo. Debemos buscar por otra vía las respuestas.
Todos somos humanos, pero algunos somos más humanos que otros
Si tomamos la noción inicial de Heidegger resulta que no es equiparable un ser humano existente que un ser humano en potencia o embrionario. Ambos comparten similar código genético y desde el punto de vista biológico podemos afirmar que se trata de constructos similares en etapa de desarrollo distintas. Pero resulta claro, a priori, que no estamos hablando de la misma cosa. Al menos conforme a esta visión que supedita la capacidad de estar siendo como condición de humanidad. Porque el problema radica esencialmente en que el embrión, hasta tanto adquiera desarrollo suficiente, no puede ser sin quien lo gesta. No existe per se. Es un ser en expectativa. O un ser por ser. No es un ser completo o suficiente y en consecuencia no puede atribuírsele idéntica condición que aquel que ya está siendo. El feto no puede establecer una relación directa con el mundo si no está intermediada por el ser gestante. Es un ser que es por medio de otro ser. Su existencia está obligatoriamente intermediada por una única persona posible.
¿Y qué pasa si el ser intermediario no quiere cargar con él? Aparece una clara tensión entre el ser-que-es-por-si y el ser-que-es-por-el-otro. ¿Qué implica “el liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros” en este contexto? Tenemos un ser con proyectos, que vive por si y para si, y otro ser que aún no existe acabadamente por si mismo y que demanda una servidumbre del otro para poder ser. En ese marco parecería ser que la definición de Alberto priorizaría al proyecto del ser acabado por sobre la potencialidad humana del embrión.
Esto debe entenderse en el marco de que los seres humanos no somos entes absolutos prescindentes del resto del Cosmos sino que somos seres circunstanciados, atravesados por un complejo entramado de interrelaciones. Y, en este marco, ambas vidas no valen lo mismo: sea cual sea la decisión estaremos priorizando a una sobre la otra indefectiblemente. O imponemos la servidumbre de quien gesta o aceptamos la vulnerabilidad intrínseca del ser humano en potencia. No hay soluciones felices. Es lo que en Derecho se conoce como caso trágico: se trata de un caso en el que no existe ninguna decisión que no implique un daño a algún bien considerado esencial.
¿La tradición libertaria también tiende a la legalización del aborto? El eviccionismo como novedad
Referentes libertarios como Murray Rothbard, Ayn Rand y Walter Block han refrendado esta visión planteando que sacrificar o someter a un ser presente por un ser futuro es inmoral. Argumentan que el feto está en el vientre “por permiso” de quien lo tiene. Si la gestante no lo desea se convierte en una suerte de “intruso” que viola el Principio de No Agresión y en consecuencia puede ser expulsado.
La ausencia de voluntad por parte del feto, que algunos podrían argumentar para considerarlo “inocente”, fue abordada ya por autores como Robert Nozick que, bajo la noción de amenazas inocentes, sostienen que la voluntad del agresor no es un requisito imprescindible para que se habilite el uso de la fuerza como respuesta ante la amenaza. Desde la óptica de la libertad negativa, utilizando los términos de Isaiah Berlin, sería admisible extirpar al cuerpo extraño que violenta la integridad del cuerpo que lo alberga.
La postura más interesante que he encontrado dentro de la escuela libertaria es la postura llamada eviccionismo (evictionism). Tal posición, esgrimida fundamentalmente por Walter Block, plantea que la gestante tiene derecho a abortar hasta tanto el feto tenga capacidad de sobrevida por fuera del seno materno. Es decir que la vida es disponible siempre que no puede ser sostenida de otra forma que la cesión corporal de la madre. Lo interesante de esta visión es que establece un criterio de corte efectivo entre la posibilidad de disponer sobre la vida de otro ser de forma relativamente clara y con un criterio consistente. Además, dicho margen necesariamente se irá achicando a medida de que la ciencia avance y permita “rescatar” a los fetos o “liberar” a las madres antes en el tiempo de gestación.
¿Un “homicidio” en el seno materno no equivale a un homicidio fuera de este? La Ley
Ahora, Alberto se refiere al aborto como un “homicidio en el seno materno” y tal definición es correcta pero engañosa. No voy a entrar a discutir en qué momento un conjunto de células adquiere o no entidad de ser humano ya que la ciencia médica y el derecho han dado ya su dictamen: hay vida desde el momento de la concepción, así lo confirma nuestro código civil en su art. 19. El feto es un sujeto de derecho que se perfecciona con el nacimiento, un ser en expectativa de nacer. Y esto no es menor puesto que el artículo 21 sostiene que “Si no nace con vida, se considera que la persona nunca existió”. El nacimiento es, para el Derecho argentino, la condición que perfecciona la personalidad proyectando una infinidad de consecuencias jurídicas distintas a partir un acontecimiento definitorio. Para la legislación civil, la muerte en el seno materno no tiene el mismo valor que la muerte fuera del seno materno.
Tampoco sostiene tal igualdad el código penal argentino que sanciona al homicidio agravado por el vínculo (matar a un hijo nacido) con reclusión perpetua mientras que a la madre que aborta a su hijo se la sanciona con prisión de uno a cuatro años de prisión. Se tratan ambos casos de vidas humanas pero con valoraciones o protecciones legales diferentes. El bien jurídico tutelado o no es idéntico o se admite la preeminencia de la voluntad sobre dicho bien jurídico. En consecuencia, merece menos reproche penal darle muerte al por nacer que al nacido. Es ley que haya una valoración disímil de dos vidas humanas. Así ocurre en este caso y en muchos otros más como la legítima defensa donde se prioriza a la vida del agredido por sobre el agresor bajo ciertos supuestos.
Corriéndole el velo a la opacidad del Derecho: desnudez jurídica y la agonía de la decisión
Luego Benegas Lynch (h) espeta una frase de una lógica contundente: “Solo en base a un inadmisible acto de fe en la magia más rudimentaria puede sostenerse que diez minutos después del nacimiento estamos frente a un ser humano pero no diez minutos antes”. ¿Pero qué le vamos a hacer, Alberto? Así es el Derecho: una convención social que establece consecuencias determinadas ante supuestos fácticos determinados. La esencia misma del Derecho radica en su convencionalidad primero y de una plasticidad adicional que se plasma el accionar jurisdiccional de los Jueces. Los institutos jurídicos son, por ende, siempre una construcción ex post al proceso legislativo y que “van siendo” en la medida en que son actualizados y aplicados por los operadores jurídicos.
Enojarse con la arbitrariedad del Derecho nos llevaría a nuestro problema original: al no haber una única solución posible estamos forzados a elegir, a construir una regla. Reglas que construimos en las Legislaturas, reglas que construimos deliberando en los Tribunales. Idéntica crítica podemos hacerle a cualquier instituto jurídico, como la mayoría de edad que legalmente se adquiere con un segundo de diferencia y a tantas otras construcciones jurídicas.
El punto no es ese sino que el feto no puede prescindir de quien lo gesta. Nos guste o no su destino está determinado por su entorno. Y la pregunta es si priorizamos a la persona existente (continente) o a la futura persona (contenido). Y cuando digo priorizar es porque a alguien vamos a terminar arrojando a un riesgo: o expondremos al hijo al riesgo de ser abortado o expondremos a quien lo gesta a servir obligadamente de incubadora de un ser.
La inviabilidad de la sustitución como factor determinante
Hacia el final Alberto aporta un argumento que refuerza los puntos aquí expuestos: “Se ha dicho que el feto es 'inviable' y dependiente de la madre, lo cual es también cierto, del mismo modo que lo son los inválidos, los ancianos y los bebes recién nacidos, de lo cual no se sigue que se los pueda exterminar impunemente”. Lo dicho es casi correcto salvo porque hasta determinada fecha el feto es exclusivamente dependiente de quien lo gesta sin posibilidad de ser sustituida la persona en dicha función.
Inválidos, ancianos y bebés pueden ser asistidos por otros seres humanos. Su existencia no depende de forma exclusiva y excluyente de un ser específico. Por lo que, justamente, es por eso que es admisible a mi entender un margen decisorio distinto a quien debe sacrificar obligadamente una parte de si por un tercero y cuyas opciones son dos y solo dos: matar o someterse. Distinto nivel de responsabilidad podemos exigirle a quien tiene más opciones para responder ante la carga que le representa el otro ser.
Al final, no hay voluntad sin consciencia. Y sin voluntad no hay posibilidad de respeto recíproco.
Cierra su nota diciendo: “Entonces, cuando aludimos al respeto irrestricto nos referimos a todas las manifestaciones pacíficas y voluntarias cualquiera sean éstas siempre que no lesionen la vida, la propiedad y la libertad del prójimo”. Pero como los destinos están unidos por una forma de interdependencia innegable no hay escenario posible donde la vida, la propiedad y la libertad de alguna de las dos partes no se vea comprometida. La diferencia es que, como ya vimos, no puede haber respeto recíproco puesto que de una parte hay voluntad y de la otra no aún. Y ante la falta de voluntad y la falta de opciones, entiendo que es nuestro deber priorizar a los que viven, a los que pueden elegir y a los que tendrán que asumir la responsabilidad.
En cualquier caso, como dije al principio, se puede ser liberal y concluir tanto que debe o no habilitarse el derecho al aborto. Tratar de clausurar el debate mediante fórmulas cerradas o mantras implica eludir la responsabilidad más compleja que enfrentamos los seres libres: la obligatoriedad de elegir. Entre otras cosas, elegir las reglas bajo las cuales queremos vivir y la necesidad de arribar a consensos mediante mecanismos democráticos. No hay salidas fáciles a muchos de los dilemas que presenta la libertad y este tema probablemente lidere el ranking de los temas incómodos. Sólo pido que tengamos el coraje de encarar los problemas de frente y apropiarnos de nuestras preferencias. De asumir el “yo creo”, “yo opino” o “yo prefiero”. De no escondernos en definiciones cerradas para escondernos de la incómoda realidad de que nadie puede “tener razón” en este u otro tema.
A modo de conclusión, quisiera recordar la importancia del modelo de convivencia planteado por Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos” que no sólo sirve de guía para pensar un diseño gubernamental sino que creo aporta consideraciones valiosas para el trabajo dentro de la comunidad liberal y cierro con esta cita: “La razón de que toda descripción sea selectiva reside, en términos generales, en la infinita riqueza y variedad de los aspectos posibles de los hechos del mundo que nos rodea. Para describir esta infinita riqueza sólo tenemos a nuestra disposición un número finito de una serie finita de palabras. De este modo, podremos describir con toda la extensión que queramos, pero siempre nuestra descripción será incompleta, siempre será una mera selección, y por añadidura pequeña, de los hechos que tenemos ante nosotros. Esto nos muestra que no sólo es imposible evitar un punto de vista selectivo, sino también que toda tentativa de hacerlo es indeseable, pues de lograrlo, no obtendríamos una descripción más 'objetiva' sino tan sólo un mero cúmulo de enunciados totalmente inconexos. Claro está que es inevitable adoptar un punto de vista y que la ingenua tentativa de eliminarlo sólo puede conducir al propio engaño, a la aplicación no crítica de un punto de vista inconsciente (…)”.
*Un texto que recomiendo enfáticamente y que conocí al escribir este artículo es The ethics of killing: Problems at the margins of life, allí Jeff McMahan repasa los distintos argumentos en contra del aborto y tiende a concluir, a mi entender, que la posición a favor de la habilitación del instituto es la más consistente en términos éticos.