Una guerra auto-destructiva contra el software chino
Julian Sanchez explica que las ordenes ejecutivas que buscan prohibir las aplicaciones chinas TikTok y WeChat perjudicaría principalmente a las empresas estadounidenses tratando de competir en los mercados asiáticos.
Por Julian Sanchez
Donald Trump ha cumplido su promesa en torno a sus amenazas en contra de las empresas tecnológicas chinas, emitiendo órdenes ejecutivas que buscan efectivamente prohibir no solo la aplicación popular para compartir videos y la plataforma TikTok, sino también la aplicación china de mensajes WeChat desde el 20 de septiembre. La anterior es una plataforma para hablar y expresarse utilizada por millones de estadounidenses, pero la orden que apunta a la otra aplicación podría ser más disruptiva.
La popularidad masiva de WeChat en China —es la aplicación más popular en el país por un considerable margen, con más de mil millones de usuarios a nivel mundial— la hace una herramienta indispensable para los estadounidenses (y visitantes) que se comunican con familiares, amigos, y contactos de negocios allá. WeChat no es solo utilizada para enviar mensajes: también es una importante plataforma de pagos con cientos de millones de usuarios activos (muchos más que los equivalentes domésticos como Apple Pay), lo cual hace que la orden prohibiendo las “transacciones” con la empresa un golpe auto-infligido a cualquier empresa estadounidense tratando de de competir en los mercados asiáticos. También dejará con una desventaja a los fabricantes estadounidenses de dispositivos móviles, quienes quedarán atrapados tratando de venderle a los consumidores asiáticos equipos en los que puede que no sea fácil instalar el software más popular de todos.
Mientras que el caso de “seguridad nacional” para apuntar a TikTok podría ser más que un esfuerzo para beneficiar a las corporaciones estadounidenses obligando a la empresa matriz, ByteDance, a venderse a precio barato, es más difícil ver cómo WeChat, con su base de usuarios principalmente chinos, podría desempeñar sus operaciones en EE.UU. como una empresa distinta y viable. Las preocupaciones de que la aplicación es un objetivo para la vigilancia china son por lo menos más razonables en el caso de WeChat que en el caso de TikTok, pero siempre y cuando los usuarios en EE.UU. estén más frecuentemente utilizándola para comunicarse con personas en China, ese es un riesgo que aplica de igual forma a las llamadas telefónicas y a los mensajes de texto tradicionales: cuando te comunicas con personas en otro país, hay un riesgo de que el gobierno de ese país estará escuchando la conversación. Además, la orden no hará nada para abordar su supuesta preocupación de que WeChat solía monitorear “la información personal y propiedad de los nacionales chinos que visitan EE.UU.” —muchos de los cuales presumiblemente llegarán a EE.UU. con sus propios dispositivos móviles y software traído de casa. La orden de TikTok es igual de incoherente: señala que muchas agencias federales ya han prohibido (y razonablemente) la instalación de la aplicación en dispositivos del estado, lo cual está dirigido a subrayar la seriedad de la amenaza, pero deja en el misterio por qué a los estadounidenses que no trabajan para el estado debe prohibírseles tomar sus propias decisiones acerca de si la aplicación constituye un riesgo inaceptable.
Esta es una desviación radical de la postura que EE.UU. siempre ha adoptado anteriormente, y que todavía está reflejada en el sitio Web del Representante Comercial de EE.UU. (USTR, por sus siglas en inglés), en una “hoja de datos” publicada a principios de este año:
Cuando los estados imponen barreras innecesarias a los flujos de datos a través de las fronteras o discriminan en contra de los servicios digitales extranjeros, las empresas locales muchas veces son las más perjudicadas, dado que no pueden aprovechar los servicios digitales transfronterizos que facilitan la competitividad global.
El USTR específicamente condena “las restricciones de gran envergadura a las transferencias transfronterizas de datos y los mandatos de localización de datos de amplio alcance” de China. Aún así el razonamiento de las ordenes ejecutivas son efectivamente un pedido de localización de datos. Si TikTok puede ser sancionada decido a la mera posibilidad teórica de que la empresa podría ser ordenada a compartir datos almacenados en EE.UU. con China, entonces prácticamente cualquier empresa tecnológica de propiedad foránea operando en EE.UU. podría ser un blanco de manera similar (Y, dado que, como China, EE.UU. permite que el gobierno demande en secreto los datos de extranjeros de las empresas estadounidenses sin una orden judicial, otros países podrían estar sumamente justificados de tener como blanco a nuestras empresas también). Luego de décadas de pedir que otros países permitan que las empresas estadounidenses compitan de manera justa en sus mercados, hemos anunciado una política de emitir una sentencia de muerte vía ordenes ejecutivas para las empresas que logran competir demasiado exitosamente en nuestros mercados.
Así como la administración de Trump invocó la “seguridad nacional” como un pretexto para imponer aranceles al aluminio canadiense sin aprobación del Congreso, las ordenes que sancionan a TikTok y WeChat apestan al caprichoso nacionalismo económico envuelto en un muy ligero argumento de seguridad. Estas ordenes son cómicamente hipócritas, peligrosas para la libertad de expresión, y un ataque ruinoso sobre el mercado abierto, digital y global que EE.UU. solía promover con tanto vigor.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato at Liberty (EE.UU.) el 13 de agosto de 2020.