Un académico best-seller
Alberto Benegas Lynch (h) reseña la obra de Youval Noah Hariri, académico de la Universidad de Oxford y que enseña en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Es poco frecuente que un académico se convierta en un best-seller. Hay además casos extraordinarios como muchas de las obras de Paul Johnson de más de mil páginas sin subtítulos y que han logrado ventas masivas, claro que no en todos los casos son leídas sino que queda bien exhibirlas en las bibliotecas.
Un caso notable de muy reciente data es el de Youval Noah Harari, doctorado en historia en Jesus College de la Universidad de Oxford y que enseña en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Tiene treinta y tres años y ha publicado dos libros traducidos en varios idiomas, entre ellos al castellano, titulados respectivamente De animales a dioses y Homo Deus, cuyas ventas en varios países están ubicados en la lista de best-sellers y en varios medios se ha dicho sobre el autor expresiones equivalentes a “nace una estrella”.
Los libros contienen datos y reflexiones de mucho interés pero en esta nota periodística queremos puntualizar lo que estimamos son errores de cierta envergadura. De entrada decimos que los títulos de los libros conducen a conjeturar que los seres humanos se han transformado en dioses supuesto que, precisamente, constituye una presunción fatal digna de los caudillos contemporáneos (la fatal arrogancia titularía su último libro el premio Nobel en economía F. A. Hayek). Desafortunadamente esta conjetura se confirma parcialmente en los trabajos que mencionamos de Harari, aunque finalmente los escritos de marras se traducen en prácticamente la extinción de los humanos debido a la tecnología tal como veremos más abajo en este apretado resumen (y no en el sentido esbozado por Huxley).
Conseguí el correo electrónico del profesor Harari merced a los buenos oficios de Gustavo Perednik quien enseña en la misma universidad de Harari y con quien escribimos en coautoría un libro (Autopsia del socialismo). Le escribiré en inglés en una cápsula las críticas que siguen ni bien se publique esta columna, que adjuntaré por si también lee nuestro idioma.
Divido estos comentarios en cinco puntos que pensamos son centrales. Veamos unos pocos aspectos del primer libro mencionado. Harari reconoce algunos de los méritos del capitalismo pero advierte y destaca (junto a otros economistas clásicos) que éstos tienen lugar “siempre que no las malgasten [las riquezas] en actividades no productivas”.
Es de gran trascendencia percatarse que en una sociedad abierta, en todos los casos, los exitosos desde el punto de vista crematístico son el resultado de atender las necesidades del prójimo. Los que aciertan en las demandas de los demás obtienen ganancias, los que yerran incurren en quebrantos. El cuadro de resultados es el termómetro de la eficiencia por lo que los siempre escasos recursos se ubican en las manos que mejor los administran.
Independientemente de que el concepto de productividad es enteramente subjetivo, incluso cuando alguien invierte en dinero porque (igual que en toda inversión) conjetura que el valor futuro será mayor que en el presente y, para seguir con el ejemplo que recoge Harari, el sujeto en cuestión coloca su dinero bajo el colchón, el resultado será que transfiere poder adquisitivo a terceros ya que la cantidad de moneda en circulación será menor en relación a los bienes y servicios disponibles y, por tanto, los precios bajarán.
En cualquier caso, si los consumidores consideran que no se está invirtiendo bien a sus criterios provocan pérdidas en el patrimonio de quines proceden de esa manera. Desde luego que este razonamiento no se aplica a los pseudoempresarios que se alían con el poder político de turno al efecto de saquear a la población, pero este cuadro de situación no es compatible con una sociedad abierta.
En segundo lugar, el autor adhiere al lugar común de emprenderla contra la Revolución Industrial al escribir que “La revolución industrial que se extendió por toda Europa enriqueció a banqueros y a propietarios de capital, pero condenó a millones de trabajadores a una vida de pobreza abyecta”. Los autores que esto dicen parece que se refirieran a una situación pre-Revolución Industrial donde los campesinos estuvieran danzando en torno a ollas llenas de deliciosos y humeantes alimentos, con salud rebosante y salarios jugosos. Muy por el contrario, las pestes y las hambrunas eran lo común entre los siervos de señores feudales. La mortandad era por cierto muy temprana y la miseria extendida a todos, salvo los pocos privilegiados por compartir las explotaciones que llevaban a cabo los nobles y sus bandas.
La Revolución Industrial fue consecuencia del inicio de un cambio de sistema hacia la propiedad privada y el consecuente respeto por al fruto del trabajo ajeno. Sin duda que las condiciones fueron duras al principio, incluyendo el trabajo de mujeres y niños pero preferían eso a ser condenados a morir por las espantosas penurias a que estaban condenados por el régimen anterior. A partir de entonces, poco a poco, se pudo considerar como algo cierto los estudios de los jóvenes y las tareas de ama de casa de las mujeres como resultado de trabajos arduos pero que permitieron el incipiente ahorro y las mejoras en las condiciones de vida. Préstese atención que recién en esa época comenzó a escribirse sobre la cuestión social ya que antes se daba por sentado que el destino de la gente era la muerte prematura en las calles. En verdad si prestamos atención a nuestros ancestros (todos provenimos de las cuevas y la miseria, cuando no del mono) es esta la historia de todos nosotros. En la medida en que el sistema garantizaba derechos, el progreso era seguro, en la medida de la rapíña el retroceso era el resultado imposible de evitar.
En tercer lugar en este apretado resumen y ahora en el segundo libro referido, Harari es más explícito al concluir que “Es peligroso confiar nuestro futuro a las fuerzas del mercado, porque estas fuerzas hacen lo que es bueno para el mercado y no lo que es bueno para la humanidad o para el mundo”. El autor trata al mercado como si fuera algo ajeno a la humanidad, cuando en realidad se refiere a un proceso administrado cotidianamente por la gente con sus votos y abstenciones de votar en el supermercado y afines. El propio Harari es parte del mercado al vender sus libros, al alimentarse, su vivienda, su computadora, refrigerador, transporte, vestimenta etc. En otras palabras, lo bueno para el mercado es lo bueno para la población con sus millones de arreglos contractuales Todo lo que nos rodea es consecuencia del proceso de mercado y cuando éste se interfiere por el uso de la fuerza de los aparatos estatales, los resultados son los faltantes artificiales, los desajustes y, por ende, la pobreza ya que el derroche de capital afecta directa y negativamente sobre los ingresos y salarios en términos reales.
Cuarto, el autor que venimos comentando se pronuncia sobre asuntos laborales al sostener que la tecnología amenaza a los trabajadores con quedarse sin empleo con lo que “los humanos corren el peligro de perder su valor”. En verdad los progresos tecnológicos liberan recursos humanos y materiales para encarar otros bienes y servicios que no podían atenderse debido, precisamente. a que estaban esterilizados en la producción de los bienes que ahora quedan liberados merced a la mayor productividad que hace posible el avance tecnológico.
Las necesidades son ilimitadas y los factores de producción son escasos. Mientras no estemos en Jauja habrá necesidades insatisfechas (y si estuviéramos en Jauja no habría que preocuparse por el trabajo de nadie). El empresario siempre atento para sacar partida del arbitraje que presenta la subestimación de costos en relación a los precios finales, requiere capacitar para trabajos manuales e intelectuales al efecto de lograr su cometido. En este sentido, la vida es una transición de una posición a otra. Cada día todos los que trabajan pretenden proponer nuevas medidas lo cual siempre implica reasignar recursos humanos y materiales. Como he dicho antes, el hombre de la barra de hielo fue desplazado y reubicado debido al refrigerador, igual ocurrió con el fogonero antes de las locomotoras Diesel y así sucesivamente con todo lo demás. El progreso implica cambio, no es posible progresar sin cambio. Si se destruiría toda la tecnología del planeta no habrá mayor empleo sino bajas abruptas en los salarios debido a la caída en los rendimientos.
Y quinto, Harari resulta ambiguo, falso y por momentos contradictorio respecto al libre albedrío (“cuando aceptamos que no hay alma y que los humanos no tienen una esencia interna llamada ´el yo´ ya no tiene sentido preguntar ¿cómo elige el yo sus deseos?”[…] “La ciencia no solo socava la creencia liberal en el libre albedrío, sino también la creencia en el individualismo”).
El materialismo filosófico (o determinismo físico según la terminología popperiana) da por tierra con la libertad, la responsabilidad individual, la posibilidad de ideas autogeneradas, las proposiciones verdaderas y falsas y la moral. Todo el andamiaje analítico de la tradición liberal cae si no hay libre albedrío, psique (alma) o mente (distinta del cerebro), si en última instancia los humanos somos como loros, más complejos pero loros al fin.
El premio Nobel en neurofisiología John Eccles declara que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil su condicionamiento […] digo enfáticamente que negar el libre albedrío no es un acto racional ni lógico […] el pensamiento modifica los patrones operativos de la actividad neuronal del cerebro […] Cuanto más descubrimos científicamente sobre el cerebro, más claramente distinguimos entre los eventos del cerebro y el fenómeno mental, y más admirable nos resultan los fenómenos mentales” (en Mind & Brain).
En este contexto Harari se repite la visión convencional de la “inteligencia artificial” de una máquina cuando, como entre muchos otros, explica Raymond Tallis, la inteligencia remite a inter-legum, esto es leer adentro, captar esencias, naturalezas, conceptualización, abstracción y aspectos emotivos propios del ser humano y no de una máquina programada por humanos. Del mismo modo nos dice el mismo autor que es impropio hablar de “la memoria de la máquina” lo cual sería lo mismo que cuando nuestros antepasados le hacían un nudo al pañuelo para recordar tal o cual acontecimiento, en este caso tampoco es propio aludir a “la memoria del pañuelo”. Incluso no es riguroso siquiera referirse a que “computa la máquina” ni que “calculan las máquinas” puesto que se trata de impulsos eléctricos sin conciencia de computar o calcular, lo mismo que es de uso metafórico sostener que el reloj “nos dice la hora” (en Why the Mind is Not a Computer).
Como hemos apuntado al abrir esta nota periodística, los dos libros de Harari con sus casi quinientas páginas cada uno contienen datos de suma importancia y observaciones muy atinadas pero a nuestro juicio los cinco puntos que dejamos consignados debilitan cuando no demuelen su presentación. Como el conocimiento es provisional y abierto a posibles refutaciones, naturalmente y como en todos los casos (es de Perogrullo) está presente la posibilidad de debatir y contradecir nuestras reflexiones.