¿Un populista en la Casa Blanca?
Ian Vásquez considera que el fenómeno de Donald Trump en gran parte se debe a las políticas del Presidente Barack Obama y sus antecesores.
Por Ian Vásquez
Es casi seguro que el candidato presidencial antisistema, Donald Trump, represente al Partido Republicano en las elecciones de noviembre. Esta semana arrasó en las primarias que tuvieron lugar en 11 estados.
Si así fuese, su rival en las elecciones nacionales probablemente sea Hillary Clinton. Según las encuestas, Clinton ganaría esa contienda. Pero no podemos descartar la posibilidad de que Trump termine en la Casa Blanca. Hasta ahora, el magnate ha desafiado a los expertos que predecían que nunca llegaría a obtener mucha popularidad —y luego que no la podría mantener—. En junio del año pasado registraba solo 5% de apoyo entre los republicanos.
Trump llegó a dominar ese terreno por rebelarse contra el sistema político estadounidense y las normas de su propio partido. Dice lo políticamente incorrecto, hace declaraciones extremas, insulta a sus críticos, no profundiza en sus propuestas y, a pesar de que sus análisis incurren repetidamente en el error —a propósito o no—, no parece afectar su popularidad. Ha dicho que echaría a los 11 millones de inmigrantes indocumentados del país, que impondría un arancel del 45% a las importaciones chinas, que construiría un muro en la frontera con México (pagado por México), que prohibiría por completo la entrada de musulmanes al país, etc.
Trump es el candidato populista de EE.UU. Pese a que su riqueza se debe en gran parte al capitalismo de compadrazgo, a veces lo reprocha y se pinta como víctima de la élite. Dice, por ejemplo, que de presidente ampliaría las leyes difamatorias para poder así demandar con éxito a periodistas críticos. Actitud digna de un Hugo Chávez o un Rafael Correa.
Es evidente que el populismo estadounidense es parecido al latinoamericano. En las palabras del analista Moises Naím, se trata de “prometer lo que se sabe que no se va a cumplir, en distribuir lo que no hay, en adoptar políticas que se sabe que son contraproducentes”. Como sus contrapartes latinoamericanas, Trump también “promueve ideas que han sido probadas y no funcionan”. Sus propuestas proteccionistas para los productos chinos, por ejemplo, resultarían en represalias comerciales que para EE.UU. efectivamente cerrarían el mercado chino, que es ahora el tercer destino más importante para las exportaciones estadounidenses.
¿Cómo es que EE.UU. está a punto de tener, por primera vez desde los años veinte, un candidato presidencial en uno de los partidos principales que es abiertamente proteccionista? El descontento de buena parte del electorado del que Trump recibe su apoyo es real. Así como en Europa, donde también han surgido políticos populistas, la clase gobernante se ha distanciado del pueblo, que la ve con desprecio. A medida que adquieren cada vez más poder los políticos y burócratas —a través de regulaciones, programas gubernamentales, impuestos complejos y demás— crece necesariamente el favoritismo y la influencia de los grupos de presión. Los beneficios concentrados en los políticos y su clientela viene a costo de los demás y el resentimiento popular tiende a expresarse con el bajo crecimiento que muchas veces es su resultado.
En parte, el fenómeno Trump se debe a las políticas del presidente Obama y sus antecesores. Esas políticas garantizaron y favorecieron ciertas inversiones que causaron la crisis financiera de EE.UU. y luego usaron el dinero del contribuyente para rescatar a ciertos bancos y empresas políticamente conectadas que tuvieron que haber caído en bancarrota. En el camino, Obama incrementó enormemente el gasto y la deuda pública, sacó a millones de personas del mercado laboral, aumentó el poder del Ejecutivo y produjo un crecimiento tardío y mediocre. Estamos viendo los resultados.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 5 de marzo de 2016.