Un mar de euros

Iván Alonso considera que hay dos peligros relacionados a la estrategia de "relajamiento cuantitativo" anunciada por el Banco Central de Europa: (1) que las empresas no quieran tomar más préstamos y (2) que una reacción demasiado efusiva del sector privado genere una inflación descontrolada.

Por Iván Alonso

Europa no termina de recuperarse. Su economía ha vuelto a crecer, pero a una velocidad anual menor que 1%; el desempleo sigue alto, alrededor del 12%; y los precios, a lo largo del año que acaba de terminar, cayeron 0,2%. Es esto último —una caída generalizada en el nivel de precios, o sea, una deflación— lo que más preocupa al Banco Central Europeo, porque hace aumentar el valor real de las deudas, afectando la capacidad de pago de los prestatarios y comprometiendo, por tanto, la estabilidad de los bancos. Por eso la semana pasada ha anunciado el BCE un plan para pasar de la deflación a una inflación cercana al 2% anual.

De aquí a setiembre del 2016, si no más, el BCE imprimirá (figurativamente hablando) 60 mil millones de euros mensuales para comprar bonos emitidos por los gobiernos de sus países miembros y otras instituciones oficiales europeas. Son más de un billón de euros en total. Se trata de la versión europea de lo que en EE.UU. se ha denominado “relajamiento cuantitativo” y que, en realidad, no es otra cosa que lo que aquí conocemos desde los tiempos de Pedro Beltrán como “la maquinita”.

La metáfora es buena aun en esta era digital, aunque la máquina en cuestión no sea una impresora, sino más bien una laptop. Para comprarle, digamos, mil millones de euros en bonos del gobierno irlandés al Gringott’s Bank el BCE no necesita enviarle un maletín lleno de billetes. Basta que su presidente, el italiano Mario Draghi, teclee la cifra y presione “enter”, y aparecerá esa misma cantidad en la cuenta que dicho banco mantiene en el BCE. El BCE acaba de emitir mil millones de euros. O, para usar un tecnicismo, acaba de crear mil millones de euros de “reservas”.

Lo que se espera a continuación es que los bancos a los que el BCE les compre los bonos usen esas nuevas reservas para comprar más bonos de gobiernos europeos o aumentar sus préstamos al sector privado; que con esa plata las empresas contraten más gente y compren más insumos a sus proveedores; que éstos, a su vez, demanden más bienes y servicios de otras empresas; etcétera. La reactivación de la demanda por obra y gracia de la emisión de moneda debería hacer que los precios comiencen a subir para que la deflación se convierta en una inflación moderada y, de paso, ayudar a que la actividad económica se recupere.

Así es como debería funcionar el plan anunciado por el Banco Central Europeo, pero hay dos peligros. El primero es que las empresas no quieran tomar más préstamos. Como dice un viejo dicho entre los economistas, “puedes llevar un caballo al río, pero no puedes obligarlo a tomar agua”. Ése, en el fondo, no es ningún riesgo porque no empeora la situación actual. El verdadero riesgo es que, a falta de prestatarios privados, las nuevas reservas bancarias terminen utilizándose para que los gobiernos europeos se sigan endeudando.

El segundo peligro es que el plan resulte demasiado exitoso (en sus propios términos). Una respuesta efusiva del sector privado puede multiplicar dos o tres veces la cantidad de euros que el BCE ponga en circulación: cada euro prestado se convierte en un depósito que vuelve a ser prestado. En lugar de una inflación moderada, como se espera, el resultado puede ser una inflación descontrolada y una recuperación frágil y artificial, que cese tan pronto como el BCE deje de imprimir más euros.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 30 de enero de 2015.