Un libro de amplio rango para no-economistas y economistas

David R. Henderson reseña el libro de Steven Rhoads que presenta conceptos básicos de economía, The Economist's View of the World.

Por David R. Henderson

A fines de la década de los ochenta, escribí una carta de fan al profesor de la Universidad de Virginia Steven Rhoads sobre su libro de 1985, The Economist’s View of the World. Lo había usado con gran éxito en un curso de economía de nivel de maestría en la Escuela de Posgrado Naval. Entre otras cosas, escribí, “Todavía pienso que es uno de top 10 libros de economía publicados durante los últimos 50 años”. Rhoads citó mi carta en la edición número 35 del libro, publicada el año pasado. ¿Cómo se encuentra la edición de 2021? Todavía pienso que es uno de los libros básicos de economía publicados durante los últimos 50 años.

En los últimos 20 años, ha habido muchos libros buenos de economía en áreas especializadas como la vivienda, la salud, la inmigración, y la economía de los negocios, para nombrar solo cuatro nichos. Pero el libro de Rhoads es especial por dos razones. Primero, enseña de manera gentil a los lectores los conceptos básicos de la economía, como el costo de oportunidad, el marginalismo y los incentivos. Luego aplica esos conceptos a un amplio rango de políticas estatales, mostrando cómo piensan los economistas acerca de estos y por qué muchos de estos —y no solo los liberales— creen que tantas políticas estatales son destructivas. Rhodas, un politólogo, muestra la economía y los economistas en su mejor estado. Segundo, él reta a los economistas en torno a sus puntos de vista acerca de las preferencias y acerca del funcionamiento del sistema político. Su discusión en esta sección es mejor ahora que en la edición de 1985. Me sorprendieron, por ejemplo, sus citas de economistas que he respetado por su opinión acerca de cómo las preferencias de las personas deberían informar la política estatal.

El costo de oportunidad / Los primeros capítulos de esta edición siguen a aquellos de la edición de 1985, pero con ejemplos actualizados. Acerca del costo de oportunidad, por ejemplo, señala que las personas que son encuestadas acerca de varias políticas piensan muy diferente acerca de estas si se les recuerda que estas tienen costos. Por ejemplo, 48% de los estadounidenses encuestados piensan que el ingreso básico universal es una buena idea, pero 54% de ese 48% no estaría dispuesto a pagar impuestos más altos para financiarlo. 77% de las personas encuestadas “favorecían una provisión para una Ley de Atención Médica Asequible que requiera que las empresas de seguros cubran a cualquiera que solicite un seguro, incluso si tienen condiciones médicas pre-existentes”, pero ese respaldo cae a 40% si la provisión resultara en que paguen impuestos más altos. Las personas respaldan todo tipo de programas estatales —hasta que les toca pagarlos.

En el capítulo, Rhoads utiliza el tránsito para demostrar el fracaso frecuente de los políticos en sopesar los costos en relación a los beneficios al momento de formular las políticas. Él cita al economista especializado en transporte de Brookings Institution Clifford Winston diciendo que “los análisis de eficacia de los costos sugieren que las mejoras en el servicio de los buses generalmente cuestan entre $1 a $10 por cada viaje de tránsito mientras que la construcción de rieles tradicionalmente cuesta alrededor de $10 a $100 por cada viaje nuevo”.

El marginalismo / Uno de los primeros principios que le enseñé a mis estudiantes en mis cursos de economía era el poder de “pensar desde el margen”. Entonces es apropiado que Rhoads tiene un capítulo titulado “Marginalismo”. Allí señala que muchas personas piensan respecto de los cuidados médicos como algo que todo el mundo necesita y no logran pensar acerca de los componentes de la atención médica. Pocos podrían negar que una persona con una apendicitis aguda necesita una apendicectomía, pero muchas otras formas de atención médica no son tan claras. ¿“Necesito dos chequeos cada año o con uno basta? Las respuestas de las personas a estas preguntas, señala Rhoads, dependen de cuánto de los costos asumirán. Él describe un experimento en el cual un grupo de beneficiarios de Medi-Cal (el programa de Medicaid en California) tuvieron que pagar $1 por sus primeras dos visitas al consultorio cada mes. Otro grupo no tenía que hacer este pequeño co-pago. ¿Cuál fue el resultado? Las visitas al consultorio para el primer grupo fueron un 8% más bajas que aquellas del segundo grupo. Los costos en tiempo también importan, porque aquellos son totalmente asumidos por los beneficiarios. Rhodas señala que cuando el lugar de atención médica de una universidad fue cambiada de lugar de tal manera que los estudiantes tardaban 20 minutos en llegar ahí en vez de los anteriores 5-10 minutos, las visitas de los estudiantes cayeron en ¡casi un 40! Lo que Rhoads no dice pero debe estar pensando claramente es que cuando las personas reducen sus visitas al consultorio médico, están reduciendo sus visitas menos importantes —esto es, las marginales. 

El termina este capítulo destacando la afirmación del difunto Premio Nobel de Economía James Buchanan de que usted puede distinguir entre un economista y un no-economista según reacción a esta declaración, “Cualquier cosa que vale la pena hacer vale la pena hacerla bien”. Los economistas señalan que ellos no necesitan hacerlo todo bien. Más o menos es suficiente en la mayoría de los casos. Yo no cambio la arena de dos cajas para gatitos cada mañana, por ejemplo. Algunas veces espero un día, y eso es suficiente. 

Los incentivos / El capítulo sobre los incentivos es tan bueno como aquellos sobre el costo de oportunidad y el marginalismo. Rhoads señala que los impuestos sobre la contaminación o un sistema de permisos intercambiables de emisión conducirían a una reducción determinada de contaminación al costo más bajo. Con un impuesto sobre cada unidad de contaminación, los contaminadores pueden reducir las emisiones por un costo inferior al que lo haría el impuesto; aquellos cuyos costos de reducir la contaminación exceden el impuesto, continuarán contaminando. Si el nivel resultante de contaminación es considerado como demasiado alto, el impuesto puede ser aumentado hasta que el nivel deseado de emisiones sea alcanzado. Los permisos comercializables conducen al mismo resultado: aquellos que tienen un alto costo de reducir la contaminación comprarán permisos de aquellos que pueden reducir la contaminación a un costo bajo. Ante la acusación de que dicho sistema le da a la gente “licencia para contaminar”, Rhoads responde de la manera en que responderían los economistas: permitir cualquier cantidad de contaminación le concede de manera implícita a los contaminadores una licencia para contaminar hasta ese límite. 

Rhoads señala que los costos de reducir cualquier cantidad determinada de contaminación pueden variar ampliamente. Él señala un estudio famoso que encontró que una fábrica de productos de papel en St. Louis podría reducir las emisiones de partículas en una tonelada por tan solo $4 mientras que reducir las emisiones de una cervecería en St. Louis costaría $600 por tonelada. Requerir que cada una reduzca las emisiones por una tonelada hubiese costado $604, mientras que requerir una reducción de 2 toneladas y permitir que las dos empresas lo resuelvan hubiese resultado en que la fábrica de productos de papel reduzca la contaminación en 2 toneladas a un costo de $8. Esto ahorraría $596 mientras que rendiría el mismo beneficio ambiental. Dado que los costos pueden variar tanto, señala Rhoads, algunos estudios han encontrado que “dichos esquemas basados en incentivos podrían lograr una calidad de aire equivalente por tan poco como 10 por ciento de los costos de los métodos existentes”.

Rhoads sigue a muchos economistas al momento de aplicar el mismo razonamiento al cambio climático. Como muchos de ellos, él favorece un impuesto sobre las emisiones de dióxido de carbono o un sistema de permisos comercializables de emisiones (ahora generalmente denominado “cap-and-trade”) para logar un nivel determinado de reducción de emisiones al costo más bajo. Tiene razón de que esto lograría lo que él afirma. En un punto, no obstante, se refiere al impuesto sobre las emisión de dióxido de carbono como “fijación del precio del carbono”. Ya tenenos la fijación de precio del carbono; nadie está renunciando a esta. Si bien el impuesto afecta el precio del carbón, un impuesto no es un precio. Además, desafortunadamente, Rhoads —como muchos economistas— no considera que puede que haya maneras con costos inferiores de mitigar el calentamiento global, como la geo-ingeniería

Rhoads presenta de manera agradable los muy diversos efectos sobre los incentivos de las regulaciones del Estándar Empresarial Promedio de Ahorro de Combustible (CAFE, por sus siglas en inglés) y de un impuesto más alto a la gasolina. El primero requiere que los productores de autos logren un nivel alto de millas promedio por galón en la producción de este año de automóviles. Por lo tanto, los estándares más estrictos aplican solo a los autos nuevos y provocarían que las personas se aferren a autos más viejos por más tiempo, socavando el objetivo de reducir el uso de la gasolina; CAFE tampoco hace nada para disuadir la conducción. Un impuesto más alto a la gasolina, en cambio, provocaría que prácticamente todos los usuarios de gasolina reduzcan su consumo de alguna manera. Además, aunque no menciona esto, esto permitiría a las empresas que desean vender los autos devoradores de gasolina y a los consumidores que desean comprarlos lo puedan hacer. Incluso podría causar que las empresas pongan una llanta extra en el maletero, algo que muchos fabricantes ya no hacen en su intento de satisfacer con el objetivo del CAFE.

El estado vs. los mercados libres / El capítulo de Rhoads titulado “El estado y la economía” presenta un caso sólido de que los mercados libres funcionan muy bien al momento de asignar los bienes de manera eficiente, si es que no hay externalidades importantes, mientras que el gobierno funciona muy mal. Una razón importante por la que los mercados funciona tan bien, explica él, son los incentivos. Las empresas con fines de lucro tienen un incentivo fuerte de producir de manera eficiente. Las agencias estatales, en cambio, no tienen dicho incentivo. Las ciudades estadounidenses que contratan empresas privadas para recolectar basura, por ejemplo, tienen costos que son en promedio 30% más bajos que aquellas que tienen a una empresa estatal de la ciudad haciendo el trabajo.

Rhoads también demuestra por qué la política industrial estatal es un fracaso. Cita el argumento del economista de la Universidad de Columbia, Richard Nelson, de que la innovación tecnológica privada es usualmente impredecible: no sabemos con antelación qué funcionará. Nelson ha señalado que en las industrias como los químicos y los electrónicos, “muchas de las apuestas malas fueron abandonadas rápidamente”. Pero las agencias estatales suelen mantenerse apoyando lo que no funciona a pesar de la creciente evidencia de que no funciona. Nelson mencionó a los gastos del gobierno federal en el transporte supersónico y los programas militares de investigación y desarrollo como ejemplos. Él argumentó que el historial del respaldo estatal a productos particulares que los funcionarios piensan que serán ganadores es “absoluto. Absolutamente negativo”.  

Pero si los mercados libres funcionan tan bien, ¿por qué se dice comúnmente que la calidad de vida se ha estancado para los estadounidenses de clase media? El hecho es que estos no se han estancado. Rhoads cita a Stephen Rose del Urban Institute, cuyo meta-análisis encontró que entre 1979 y 2014, el ingreso medio ajustado para la inflación creció en más de un 40%. ¿Se está encogiendo la clase media? Sí, porque parte de sus miembros están mudándose hacia arriba en la escala de los ingresos. En 1967, solo 6% de los estadounidenses estaban en la clase media alta; para 2018, 33% se encontraban ahí. ¿Qué hay de la pobreza? La tasas de pobreza de EE.UU. medida oficialmente no ha caído de manera sustancial, pero eso es porque la medida del ingreso no incluye el crédito infantil, el crédito tributario por el ingreso obtenido, Medicaid, bonos para alimentos, la asistencia estatal para vivienda, los almuerzos escolares subsidiados, y otros programas. Una medida alternativa es lo que se llama “pobreza de consumo”, que mide lo que las personas de hecho compran. El economista Bruce Meyer de la Universidad de Chicago señala que la tasa de la pobreza de consumo cayó de 13% en 1980 a 3% en 2016.

La información de seguridad / En un capítulo titulado “Los economistas y el bienestar individual”, Rhoads señala que las presiones competitivas “no siempre rinden información importante de seguridad”. Eso es cierto, pero su ejemplo de la publicidad de cigarrillos es particularmente inadecuado. Sobre esto, le haría bien leer un reporte de la Comisión Federal de Comercio de 1985 elaborado por John E. Calfee y titulado “La publicidad de cigarrillos, información y regulaciones de salud antes de 1970”. Calfee señala que en la década de 1950, las empresas de cigarrillos empezaron a advertir las malas consecuencias de salud de los cigarrillos de sus competidores. Escribe Calfee, 

“La publicidad voluntaria relacionada a la salud llegó a su clímax con el “susto de cáncer” en 1953-1954 cuando, sin asistencia del estado, la publicidad negativa y auto-infligida de la industria ayudó a provocar que las ventas caigan más rápido que cualquier otro momento entre la Gran Depresión y el presente”. 

¿Puede adivinar lo que pasó después? El gobierno intervino para detenerlo. Calfee explica:

“Hacia fines de 1954, sin embargo, la FTC detuvo la publicidad alarmista de salud de la industria estableciendo una serie de guías para mercadear los cigarrillos, estas eliminaron prácticamente todas las advertencias de salud en la publicidad de cigarrillos. El episodio auto-destructivo del mercado de 1952-54 nunca se ha repetido”.

En pocas palabras, en lugar de que el gobierno federal sea el caballero blanco advirtiéndole a los consumidores de la década de 1950 acerca del peligro de fumar, fue el villano. 

El giro de Rhoads / Hacia el final del libro, Rhoads reta el carácter de muchos economistas modernos. Él se lleva algunos puntos. Señala, por ejemplo, el hallazgo de una encuesta que dice que cerca de 9% de los economistas no donaban a caridades, un número que era más del doble que el porcentaje para cualquier otra profesión. 

Una de sus principales críticas es que los economistas dan por sentado los gustos y preferencias de las personas y argumentan de que el sistema político debería atender las preferencias de las personas sin importar su contenido. Mientras que los economistas muchas veces critican el sistema político desde el punto de vista de Opción Pública, argumentando que los políticos están siguiendo su obtuso interés propio (yo mismo lo he hecho), Rhoads señala que muchos de nosotros somos abismalmente ignorantes acerca de cómo los políticos realmente deliberan sobre asuntos. Él señala que James Madison sostenía que los políticos deberían deliberar no solo atender los deseos de sus mandantes. Pero muchos autores modernos piensan que el sistema político es mejor mientras más reflejan los deseos de los mandantes las políticas elegidas. Rhoads escribe, “Por lo tanto, los economistas modernos son declarados como poseedores de la razón y Madison considerado equivocado”. Además, agrega, los economistas modernos ni siquiera parecen estar enterados de esta controversia. 

Él muestra un buen conocimiento no solo de los economistas modernos sino también de la economía clásica, pero hay una excepción deslumbrante. Al discutir la caracterización de Thomas Carlyle de la economía como la “ciencia deprimente”, dice que Carlyle basó esa visión en “razones maltusianas”. Recordemos que Thomas Malthus pensaba que el crecimiento de la población mantendría a las personas al borde de la hambruna. Pero eso no es lo que estaba pensando Carlyle. En su “Occasional Discourse on the Negro Question”, Carlyle argumentó en contra de los economistas clásicos y a favor de la esclavitud. Lo que hacía la economía deprimente, decía Carlyle, es que los economistas se oponían a la esclavitud. 

Conclusión / Estas críticas no pesan más que la excelencia integral del libro. Algunas veces me preguntan qué libro recomendaría si quisieran entender lo básico de economía y no tienen un conocimiento previo. El que siempre recomiendo es el clásico de 1946 de Henry Hazlitt, Economía en una lección. Segundo, después de ese, agregaría The Economist’s View of the World.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Regulation (EE.UU.), edición de Primavera 2022.