Un esquema institucional diferente

Alberto Benegas Lynch (h) cree que "No parece posible ni serio continuar declamando una democracia inexistente mientras se arrasa con las autonomías individuales" y que hay que un esquema institucional alternativo.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Como he apuntado en otra oportunidad, en las primeras doce líneas del tercer tomo de la edición original de Law, Legislation and Liberty de 1973, Hayek escribe que los esfuerzos realizados hasta el momento por el liberalismo clásico para frenar los abusos del Leviatán han sido (y siguen siendo) un completo fracaso. Por ello es que en esa misma obra sugiere la implementación de lo que bautizó como “demarquía”, esto es la despolitización de una de las Cámaras en el Congreso, lo cual explica detalladamente en el libro de referencia.

En esta nota periodística queremos agregar dos aspectos que estimamos cruciales para el Poder Ejecutivo y uno para el Judicial, siempre en el contexto de la línea argumental de que el ideal de autores como Giovanni Sartori en cuanto a la democracia como un método de selección  y alternancia de autoridades que preserva los derechos de las minorías se ha desvirtuado para convertirse en cleptocracia, es decir, el gobierno de los ladrones de propiedades, libertades y vidas (en lugar de la tradición lockeana que se dirigía a preservar esta valiosa triada).

Si compartimos la conclusión de Einstein en cuanto a que no resulta posible obtener resultados distintos aplicando los mismos métodos, se torna necesario explorar otras avenidas y agudizar el ingenio para evitar la grotesca parodia de democracia que hoy tiene lugar en prácticamente todos lados.

La democracia no dice cual sea el método de elección que prefiera el pueblo ni como deben configurarse los tres poderes siempre y cuando estén debidamente separados. La primera modificación que sugerimos se basa en las argumentaciones de los Padres Fundadores en EE.UU. y en las que elaboraron algunos de los protagonistas de la Revolución de Mayo en lo que después fue la Argentina. En el primer caso la propuesta no prosperó aunque tuvo vigorosos patrocinadores y produjo vibrantes debates tal como, entre otros, documenta Forrest McDonald respecto de Edmund J. Randolph quien fuera gobernador de Virginia y el segundo Secretario de Estado del gobierno de EE.UU. En el otro caso, después de la Junta Grande y la Junta Conservadora, la experiencia duró relativamente poco no sin antes haber dispuesto medidas constitutivas del gobierno patrio de gran fertilidad. Se trata del establecimiento del Triunvirato al efecto de evitar la entronización de caudillos o de “el líder” y diluir el peso de una sola persona a través de un cuerpo colegiado en el que las decisiones se tomaran por mayoría lo cual requeriría negociaciones y dificultaría decisiones apresuradas, tal como previamente se consignó en debates sobre el triunviri en el derecho romano con la idea de mitigar el poder de un solo sujeto y diluir el peligro consiguiente a través de una comisión. (Actualmente, cada miembro del Triunvirato ejercería rotativamente  —por ejemplo, cuatrimestralmente— el cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas).

La segunda medida sugerida para evitar las escandalosas situaciones que ocurren actualmente estriba en adoptar lo que antes hemos escrito sobre el consejo de Montesquieu en el segundo capítulo del Segundo Libro de El espíritu de las leyes donde afirma que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”. Si esto se llevara a cabo, la gente dejaría de relatar las bostezantes anécdotas personales de los candidatos que se proponen y proclaman en la contienda electoral y de tejer tediosas e inconducentes elaboraciones sobre los partidos políticos y, en su lugar, dado que cualquiera puede ser gobernante, se torna necesario centrar la atención en lo que no pueden hacer con las vidas, haciendas y libertades de los gobernados. En este caso, habría un cambio en el eje del debate y las ocupaciones y preocupaciones canalizarían las respectivas energías en establecer claramente cuales han de ser los límites del poder.

Siempre el tema institucional apunta a los incentivos. Del mismo modo que el imprescindible federalismo en materia fiscal —donde la coparticipación es de las provincias o estados al gobierno federal y no al revés— obliga a los respectivos gobernadores a aplicar impuestos que no ahuyenten a la población en busca de otra jurisdicción más sensata y tenderá —en provecho propio— a atraer inversiones lo cual, a su vez, empujará a reducir gastos públicos. Del mismo modo decimos, el sorteo incentiva la búsqueda de vallas y diques de contención al abuso del poder, en lugar de institucionalizar coaliciones que explotan a las minorías.

No se trata de apuntar a la perfección ya que esta no está al alcance de los mortales, se trata de minimizar problemas mientras se continua con la tarea educativa en el contexto del debate sobre lo que hemos denominado “el síndrome Hobbes” a través del atento estudio y la contra argumentación de la presentación convencional de los bienes públicos, las externalidades, los free-riders y el dilema del prisionero.

Finalmente, respecto al Poder Judicial, sería de interés permitir que, en el marco de arreglos contractuales, las partes pudieran designar los jueces que en primera, segunda e instancia definitiva resolverán los eventuales conflictos, sin regulaciones de ninguna especie (incluyendo la obligación de que los seleccionados sean abogados) y reservar los jueces gubernamentales allí donde las lesiones al derecho o las malas interpretaciones del convenio suscripto surjan sin que hayan mediado contratos previos, lo cual nos retrotrae a lo sucedido principalmente en los inicios del common law tan bien descripto por autores como Bruno Leoni en donde fallos judiciales en competencia operaban en un proceso de descubrimiento del derecho circunscribiendo las funciones del Poder Legislativo a la administración de las finanzas del rey o del emperador.

Pensamos que una vez vencida la timidez por la sugerencia de una novedad para aquellas mentes anquilosadas en el pasado, se podrán adoptar estas cuatro sugerencias (una de Hayek, una de la historia estadounidense y la argentina, una de Montesquieu y otra del common law y la República Romana y los primeros tramos del Imperio) en base a lo disconformes que en general están los gobernados de todas las latitudes con lo que les viene ocurriendo en el sistema en vigente, por más que en toda campaña política machaconamente se reiteran promesas vacuas para terminar con la corrupción, la injusticia y la inseguridad siempre reinantes.

No parece posible ni serio continuar declamando una democracia inexistente mientras se arrasa con las autonomías individuales. Si se propusiera un sistema institucional distinto al sugerido en estas líneas para permitir el curso de la sociedad abierta, sería de interés conocer el andamiaje conceptual en el que se sustenta y discutirlo, pero si no se presenta proyecto alguno y el silencio fuera la respuesta, no insistamos tercamente con lo que a ojos vista nos conduce al despeñadero en la esperanza de que súbitamente ocurra un milagro. Y tengamos en cuenta que lo propuesto es al efecto de dar rienda suelta a lo que Adam Smith denominaba la “libertad natural” en contraposición a los megalómanos que pretenden fabricar el “hombre nuevo”, tan bien representados en la obra teatral Calígula de Albert Camus en la que el personaje de marras vocifera sandeces típicas de los planificadores de vidas y haciendas ajenas: “Vamos a revolucionar la economía política”; “Mi plan, por su sencillez, es genial lo cual cierra el debate”; “Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible”; “¿De que me sirve este asombros poder, si no puedo hacer que el sol se ponga por el este?”; “Lo que deseo hoy con todas mis fuerzas está por encima de los dioses”; “Haré de este siglo el don de la igualdad”…“Y necesito gente, espectadores, víctimas y culpables”.

Por el contrario, tal como aconseja Norman Mailer en sus reflexiones sobre la escritura dirigidas al espíritu curioso, adherimos a que para mejorar el conocimiento hay que “ampliar lo que nos dieron, forjar (podría haber dicho clarificar) un mundo que siempre estaba ante nosotros de un modo distinto de cómo lo habíamos visto el día anterior. […] Estoy interesado, más bien, en que todos mejoremos en la tarea de pensar”.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 28 de abril de 2011.