Un déficit que nos beneficia
Cuando en EE.UU. se hablaba de lo perjudicial que era el déficit bilateral con Japón, Milton Friedman explicó aquí que era más probable que este sea algo bueno.
Por Milton Friedman
En la discusión del déficit en la Balanza de Pagos de EE.UU. con Japón, sea en los medios de comunicación o en declaraciones del presidente Clinton y de otros destacados personajes, casi invariablemente se presenta tal déficit como beneficioso para Japón y perjudicial para nosotros. Yo sugiero que la realidad es casi lo opuesto. El déficit ha sido bueno para EE.UU. y se presume que ha sido bueno para Japón, pero tal cosa está mucho menos clara y el resultado para ellos puede haber sido perjudicial.
La opinión convencional mira el asunto desde el punto de vista de los productores, especialmente de aquellos que están en competencia directa con firmas japonesas. Sin embargo, la producción es sólo un instrumento para alcanzar un propósito, no es el propósito en sí. Como escribiera Adam Smith hace más de dos siglos: "El consumo es el fin y único propósito de toda producción; y los intereses del productor deben ser cuidados sólo en la medida necesaria para promover el beneficio del consumidor. Esta regla es tan evidente que sería absurdo tratar de probarla. Pero bajo el sistema mercantilista [al cual estamos regresando con gran rapidez en EE.UU.], el interés del consumidor es constantemente sacrificado por aquel del productor y parece considerar la producción, en lugar del consumo, como el objeto final de toda industria y comercio".
Para continuar con Adam Smith: "El interés del comerciante... en cualquier rama de los negocios o la manufactura es siempre en algunos aspectos diferente y hasta contrapuesto con el del público. Ampliar el mercado y reducir la competencia es siempre el interés de los comerciantes. La expansión del mercado puede ser frecuentemente del agrado del público, pero reducir la competencia va en su contra y sólo sirve para permitir a los comerciantes, al aumentar sus ganancias por encima de lo que serían normalmente, la imposición, para su propio beneficio, de un impuesto absurdo al resto de sus compatriotas".
Siguiendo a Smith, consideremos el comercio con Japón en base al interés del consumidor. El consumidor se beneficia de los bienes y servicios que son importados, no de aquellos que se exportan. Todo obstáculo a la importación, sean aranceles, cuotas u otras barreras, afectan al consumidor. Las exportaciones benefician al consumidor porque ellas proveen los yenes que se necesitan para comprar las importaciones, pero sólo si tales exportaciones se hacen sin asistencia o subsidios gubernamentales. Si las exportaciones se subsidian, el consumidor paga a través de mayores impuestos un precio más alto que el cotizado.
La única manera en que los consumidores pueden gastar más yenes en importaciones japonesas que el monto en yenes recibido por nuestras exportaciones es si los japoneses quieren adquirir dólares, no para importar bienes y servicios, sino para invertir en EE.UU., bien directamente construyendo fábricas o adquiriendo propiedades y acciones. Son justamente estas inversiones las que causan tantas críticas sobre el déficit.
Los gastos que constituyen el déficit benefician doblemente a los consumidores. Primero, le permite importar del Japón una mayor cantidad de bienes y servicios deseados de los que podría de otra forma adquirir. Segundo, las fábricas japonesas en EE.UU. aumentan la competencia confrontada por los productores nacionales y, por lo tanto, promueven menores precios y mejor calidad, mientras que las adquisiciones de títulos y bonos por parte de los japoneses tienden a reducir las tasas de interés. En cuanto a lo sucedido, las inversiones japonesas han creado a muchos millonarios americanos, quienes han podido vender sus propiedades a precios muy superiores a los que de otra forma hubiesen obtenido.
¿Y los japoneses, han salido perdiendo? En general, la respuesta es no. Los japoneses han ahorrado una mayor proporción de sus ingresos de lo que han podido invertir provechosamente en su país. Han considerado las inversiones en EE.UU. como más atractivas que inversiones adicionales en su propio país. Por lo tanto ha sido bueno para ambos. EE.UU. con relativamente menores ahorros ha podido gozar de un mayor volumen de inversiones de las que hubiesen podido financiarse sólo con ahorros internos.
En realidad muchas de las inversiones japonesas en EE.UU. han fracasado y los inversionistas japoneses han perdido grandes sumas, especialmente en las compras de bienes raíces. Esta ha sido la única parte de un juego suma cero: las pérdidas de los japoneses han sido ganancias de los americanos. En el resto, ambos han resultado ganadores.
Pero puedo escuchar a un coro clamando "y qué de los puestos de trabajo?" La mayoría de los consumidores son también trabajadores. ¿Acaso ellos no pierden más en oportunidades de empleos de lo que ganan como consumidores? De ninguna manera. Aquí la situación es enteramente opuesta. Claro que algunos empleos se pueden perder (como sucedió cuando los autos reemplazaron a las carretas y cuando MCI comenzó a competir con AT&T), pero el saldo es positivo para el aumento de los puestos de trabajo. Las inversiones directas de los japoneses claramente aumentan el empleo. Sus inversiones financieras hacen lo mismo al permitir la ejecución de proyectos que de otra forma no hubiesen conseguido financiamiento. Los dólares correspondientes al déficit comercial no desaparecen del mercado; simplemente se gastan en cosas diferentes a las enumeradas como exportaciones de bienes y servicios.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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