Trump, el dólar y el peso

Manuel Suárez-Mier estima que si EE.UU. pretende "estabilizar" el tipo de cambio entre el dólar y el peso mexicano de tal manera que se elimine el déficit comercial entre las dos naciones, no logrará resolver su déficit global, que se debe a influjos de capital impuestos por su nivel de ahorro y gasto.

Por Manuel Suárez-Mier

Con un gobierno tan errático como el de EE.UU. con Donald Trump es muy difícil, cuando no imposible, determinar qué es lo que hará, a diferencia de sus promesas y amenazas muchas de las cuales han sido descartadas, por lo que trataré de aclarar lo que él y su gente han insinuado respecto a la política cambiaria que pretenden proponer en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.

Hace algunas semanas Trump afirmó que un dólar fuerte “sonaba bien,” pero agregó que “nuestro dólar se está fortaleciendo demasiado… es muy, muy duro competir cuando se tiene un dólar fuerte y otros países están devaluando sus monedas”, agregando que “le gusta la política de tasas de interés bajas (que aplica el Fed)”.

En efecto, con la obsesión patológica del gobierno de EE.UU. de eliminar todos sus déficit comerciales con el resto de los países, se entiende que busque un tipo de cambio débil, lo que curiosamente ya había empezado a ocurrir aún antes de su toma de posesión, cuando los mercados se percataron que sería muy difícil que el Congreso aprobara sus proyectos de mayor gasto en infraestructura y menores impuestos.

El otro elemento que al fin parecen haber percibido las mentes más sensatas que rodean a Trump, es que sus amenazas proteccionistas a países como México, sólo resultaron en una rápida depreciación del peso, lo que conlleva a un déficit comercial aún mayor para EE.UU. en su relación bilateral, justo lo opuesto a sus repetidos deseos.

Una pieza adicional de este rompecabezas es la declaración de Wilbur Ross, el poderoso secretario de Comercio de EE.UU., que como parte de la renegociación del TLC de Norteamérica que iniciará hacia el fin del verano, pretende que se definan “mecanismos para asegurar que la tasa de cambio peso-dólar sea más estable”.

A reserva de ver algo más específico, cualquier dispositivo que pretenda “estabilizar” la paridad entre el dólar y el peso representa abandonar la libre flotación de nuestra moneda que, con contadas excepciones, ha estado exenta de intervenciones del banco central, y que ha sido esencial para restaurar la estabilidad de la economía.

Como mostré en mi columna de la semana pasada, es imposible que un país tenga una política monetaria autónoma y flujos de capital libres si no tiene como condición forzosa la más cabal flotación de su moneda frente a las del resto del mundo, y muy particularmente respecto al dólar, por mucho el principal socio comercial de México.

“Estabilizar” la paridad del peso ante al dólar por decreto, o mediante un tratado trilateral de observancia obligatoria, que es lo mismo, representa regresar al mundo de los tipos de cambio fijos que siempre terminaron en onerosas crisis cambiarias, o el retorno a la adopción de “bandas” que acoten la fluctuación de nuestras monedas, como las que existían cuando el costosísimo “error de diciembre” de 1994.

Entre los peligros que le veo a un eventual mecanismo “estabilizador” de la paridad, es que EE.UU. insista en fijarlo a un nivel tal que elimine el déficit comercial bilateral, lo que sólo trasladaría a otros el comercio entre nuestros países, sin posibilidad de corregir su déficit global que depende esencialmente de influjos de capital impuestos por sus niveles de ahorro y gasto, la contraparte puntual de sus déficit comerciales.

Si interpreto bien la hasta ahora nebulosa intención del gobierno de Trump, sería necesario que nuestro equipo negociador del TLC se empiece a preparar para que cuente con un sólido grupo de expertos en políticas cambiaria y monetaria que, a mi juicio, debiera incorporar a curtidos y diestros veteranos de Hacienda y del Banco de México, campeones de múltiples y exitosos convenios internacionales.

¡Creo que hay que preparase para lo peor!

Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 2 de junio de 2017.