Trump alimenta una guerra sin fin
Christopher A. Preble y John Glaser consideran que la política de la administración de Trump de haberse retirado del acuerdo nuclear con Irán no ha logrado un acuerdo nuclear mejorado con dicho país y, en cambio, ha enredado a EE.UU. en una escalada dramática y un posible acto de guerra.
Por Christopher A. Preble y John Glaser
En su último discurso acerca del Estado de la Unión, el Presidente Donald Trump dijo audazmente que “las naciones grandiosas no libran guerras fin sin”. Fue una declaración coherente con al menos algo de la retórica de la campaña de 2016. Apuntando tanto a las administraciones del Partido Demócrata como del Partido Republicano, se quejó de que los estadounidenses estaban derramando sangre y recursos valiosos en conflictos en Oriente Medio, en desmedro de los intereses de EE.UU. y la estabilidad regional.
Sin embargo, es probable que la decisión de Trump de ordenar el asesinato del General iraní Qassim Soleimani cerca del aeropuerto de Bagdad la semana pasada arrastre todavía más a EE.UU. hacia el conflicto en Oriente Medio. Las tensiones entre EE.UU. e Irán ahora han llegado a nuevas alturas y el mundo se está preparando para una respuesta violenta por parte de Irán que podría poner en grave peligro a las fuerzas estadunidenses en la región, y a muchos civiles que probablemente quedarían atrapados en el cruce de fuego.
Trump y su equipo parecen estar atrapados en un proceso en escalada, sin ningún final a la vista. ¿Cómo llegamos a este punto? Todo empezó con la decisión irresponsable de Trump de retirar al país del acuerdo nuclear con Irán. Ese acuerdo (oficialmente llamado el Plan de Acción Conjunta Planificada, o JCPOA por sus siglas en inglés) obligaba a Irán a renunciar al 98% de sus reservas de uranio enriquecido, dos tercios de sus centrífugas operativas, y a abrirse al régimen de inspecciones más intrusivas de la ONU en el mundo, según el anterior director de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA).
Trump, sin embargo, siempre odió el JCPOA —aún cuando nunca quedó claro si comprendía el alcance real del acuerdo. Luego de meses de reuniones y negociaciones secretas, el Secretario de Estado John Kerry presentó el marco del acuerdo en la noche del 2 de abril de 2015, declarando que detalles adicionales se definirían durante los próximos meses.
Pero para el siguiente día, el 3 de abril de 2015, Trump había concluido que el acuerdo era “terrible...para EE.UU. y el mundo” y que este “no hacía más que enriquecer a Irán”. Predijo vía Twitter que este “conduciría a una catástrofe”.
No debería sorprender, por lo tanto, que se haya retirado del JCPOA en mayo de 2018. Lo hizo a pesar de que las evaluaciones realizadas por la IAEA, las fuerzas militares de EE.UU. y la comunidad de inteligencia, y aliados y socios alrededor del mundo, concluían que Irán estaba cumpliendo integralmente con los términos estrictos del acuerdo. El presidente luego restauró las empobrecedoras sanciones económicas contra dicho país a manera de castigo por su supuesta falta de cumplimiento, negándole así a Irán su parte del acuerdo. La administración de Trump, junto con el Secretario de Estado Mike Pompeo a la cabeza, denominaron esto “presión máxima”.
Mientras tanto, Trump y sus aliados insistieron que retirarse del acuerdo de ninguna manera nos pondría en un camino hacia la guerra. Esto, dijeron ellos, era una táctica ridícula de la izquierda para sembrar miedo.
Durante un año entero luego de esto, Irán continuó cumpliendo con el acuerdo nuclear. Empezando en el otoño de 2019, Irán empezó a hacer violaciones calculadas del mismo en un intento sin éxito de presionar a Europa, Rusia y China para que revivan el acuerdo tambaleante. Durante todo este proceso, la administración de Trump nunca le dio una salida diplomática viable a Irán —una serie de compromisos que hubiesen persuadido a Washington de remover todas las sanciones y de abstenerse de amenazar con una acción militar.
Desesperados bajo el peso de la guerra económica de EE.UU., Irán luego aumentó sus provocaciones en la región, atacando barcos petroleros en el Golfo Pérsico, bombardeando un campo petrolero en Arabia Saudita, e incluso disparando contra un vehículo aéreo no tripulado (drone) estadounidense que volaba sobre ( o al menos cerca de) el espacio aéreo iraní. En las últimas semanas, luego de una serie de bombardeos "ojo por ojo" y de la invasión de la Embajada de EE.UU. en Bagdad, los grupos Shia respaldados por Irán en Irak empezaron a protestar en contra de la continua presencia de EE.UU. en el país. Ahora, con el asesinato de Soleimani, tenemos una escalada dramática y, posiblemente, un acto de guerra.
En otras palabras, la estrategia de “presión máxima” de Trump produjo exactamente precisamente los resultados opuestos a las intenciones declaradas de la administración. Este es el fracaso innegable de una política. Esto es así, asumiendo que el objeto aparentemente era obtener un acuerdo nuclear mejorado con Irán. Un objetivo alternativo podría ser el colapso del régimen iraní, una fantasía que los halcones iraníes han estado albergando desde que una revolución popular derrocó al Sha respaldado por EE.UU. en 1979.
Ahora la administración de Trump parece estar enredada en su propia red compleja de retórica contradictoria y discrepante, de frecuentes operaciones militares reactivas, y de percepciones exageradas acerca de la amenaza iraní. En ausencia de un camino claro hacia adelante, o de una estrategia coherente, en la que alguna combinación de presión y concesiones convenza a ambos lados de retirarse del precipicio, Trump y su equipo parecen estar atrapados en un proceso en escalada, sin fin a la vista. En otras palabras, en una guerra sin fin.
Este artículo fue publicado originalmente en New York Daily News (EE.UU.) el 6 de enero de 2019.