Trabajadores del Tercer Mundo necesitan trabajos del Primer Mundo

Por Radley Balko

Los opositores a la globalización dicen que cuando una compañía del primer mundo se traslada hacia una país en desarrollo en busca de mano de obra barata, están explotando a sus nuevos empleados y aprovechándose de la pobreza en el tercer mundo. ¿Es eso lo que realmente está sucediendo?

Talvez la mejor forma de medir si los trabajadores del tercer mundo piensan que son explotados por las empresas del primer mundo es preguntándoles. En el 2003 el Pew Center for People and the Press hizo exactamente eso, encuestando a 38.000 personas en 44 naciones, abarcando cada región en el planeta.

Cuando se les preguntó acerca de su percepción sobre las corporaciones multinacionales, en nueve de los diez países africanos estudiados, por lo menos un 70% de los encuestados respondieron “bien” o “muy bien”. El décimo, Angola, tuvo un 69%. En seis de los ocho países latinoamericanos estudiados, por lo menos un 60% de los encuestados respondieron “bien” o “muy bien”. En seis de los ochos países asiáticos estudiados, la mayoría de los encuestados tenia una visión favorable de las multinacionales. En Europa del Este, solo Polonia y Rusia tenían una visión mayoritariamente negativa acerca de las multinacionales.

Los resultados del estudio del Pew pueden ser contra intuitivos para una audiencia occidental inundada con historias de horror de las fábricas explotadoras, pero no es una sorpresa para los académicos que estudian el desarrollo de los países y el comercio.

Linda Lim, profesora de la Universidad de Michigan, visitó las fábricas de Nike en Vietnam e Indonesia en el 2000 y encontró que los trabajadores de esas fábricas ganaban en promedio cinco veces el salario mínimo del país respectivo. Paul Glewwe, profesor de la Universidad de Minnesota, reporta que el consumo per-capita entre los trabajadores vietnamitas de compañías extranjeras es el doble que el promedio nacional. Ed M. Graham del Institute for International Economics encontró que las fábricas asociadas a las corporaciones multinacionales estadounidenses pagan, en promedio, el doble que el salario local en el mundo en desarrollo.

Para los obreros en el mundo en desarrollo, lo que nosotros llamamos trabajos de explotación pueden ser de hecho la mejor opción en una serie de opciones disponibles para ellos, de malos empleos: y/o la única oportunidad para mantenerse ellos y sacar de la pobreza a sus familias. Incluso los salarios mínimos pueden mejorar dramáticamente la forma en que viven las personas. El columnista del New York Times, Nicholas Kristof, escribe que un par de dólares en algunos países pueden comprar redes contra mosquitos. Para una madre en el tercer mundo, preocupada de que sus hijos se contagien de malaria, una remuneración tan pequeña puede tener un impacto enorme en su calidad de vida.

Hay que reconocer que estas fábricas son solamente lo mejor de un conjunto de opciones en el mundo en desarrollo. Removerlas como una alternativa puede ser devastador, haciendo retroceder a las economías emergentes varios años atrás y previniendo que las personas en estos países puedan lograr avanzar varios pasos hacia un mejor nivel de vida.

Considere estos dos ejemplos del Imperio Británico. El economista y columnista Thomas Sowell escribe que medio siglo atrás, el sentimiento publico en Inglaterra se vino abajo con respecto a las firmas británicas, las cuales estaban pagando salarios bajos a los trabajadores de África Occidental. Los legisladores decidieron hacer algo al respecto, exigiendo que las compañías paguen salarios artificialmente altos. Por supuesto, muchas compañías británicas se dieron cuenta que los nuevos salarios no permitían recuperar la inversión, y se marcharon. Con respecto a los trabajadores de África Occidental, Sowell escribe “ellos no obtuvieron la experiencia laboral que les hubiera permitido mejorar sus habilidades y volverse más valiosos y posteriormente trabajadores con un mayor salario”.

Hoy en día, África continua sufriendo una vil pobreza.

En contraste con África Occidental está el otro ex-protectorado británico, Hong Kong. Ahí, la Corona Británica adoptó un enfoque laissez-faire a la economía de Hong Kong. Hong Kong encontró rápidamente el fundamento de su economía en la mano de obra manufacturera. Hoy en día, Hong Kong se ha movido más allá de estas fábricas manufactureras y se puede vanagloriar de ser una de las más fuertes economías. A los EE.UU. y al Oeste de Europa le tomó un siglo o más pasar de ser una economía agraria de subsistencia a una dinámica, mientras que a Hong Kong sólo le tomó 25 años pasar de una economía de subsistencia a ser una economía dinámica con una industria de alta tecnología y un sector financiero altamente sofisticado.

El tema del trabajo infantil ha sido desde hace tiempo un punto de controversia en el debate de la globalización. La noción del trabajo infantil es abominable, pero la cruda realidad es que una compañía occidental que deja de usar mano de obra infantil en algunos de los países del tercer mundo no va a cambiar las condiciones económicas que tienen esos niños. Tampoco cambia los estándares culturales locales que aceptan y esperan que los niños trabajen. Desgraciadamente, en muchos rincones del planeta, cerrar las puertas de las fabricas a los niños a menudo los condena a un destino mucho peor.

A principios de la década de 1990, por ejemplo, el Congreso de los EE.UU. consideró una legislación que impusiera sanciones a las compañías que se beneficiaban del trabajo infantil. La propuesta de ley nunca fue aprobada por el Congreso, pero si desencadenó una enorme presión política en estas empresas. Una empresa alemana cedió ante las presiones de los activistas, y despidió a 50.000 niños trabajadores en Bangladesh. La Organización Británica de Caridad Oxfam, condujo después un estudio en esos 50.000 trabajadores y encontró que miles de ellos se cayeron después en la prostitución, el crimen o llegaron a padecer hambre hasta morir.

En 1995, activistas en contra de la explotación de los trabajadores persuadieron a Nike y a Reebok para que cerraran las plantas manufactureras de pelotas de fútbol en Pakistán para prevenir protestas planificadas durante la Copa Mundial de 1998. Los cierres de estas fabricas pusieron en la calle decenas de miles de pakistaníes. Adicionalmente, los cierres inspirados por activistas dejaron en la calle a otros cientos de miles más. La UPI reporta que la media en el ingreso familiar en Pakistán cayó rápidamente en un 20 por ciento. En el Libro Race to the Top escrito por Tomas Larsson, el economista de la Universidad de Colorado, Keith Maskus, dice que los obreros infantiles pakistaníes que perdieron su trabajo, fueron encontrados posteriormente mendigando o recogidos y vendidos en círculos internacionales de prostitución.

La UNICEF reporta que un boicot internacional en la década de 1990 contra la industria de alfombras de Nepal sostenida con mano de obra infantil, forzó a miles de trabajadores infantiles a dejar de trabajar. Un gran porcentaje de esos trabajadores infantiles fueron después encontrados trabajando en el agitado comercio sexual de Nepal.

En un mundo lleno de economías estables y robustas, recursos naturales abundantes y fuerzas laborales altamente tecnificadas, la mano de obra barata en el mundo en desarrollo es la única ganga. Aunque nos hace sentir mejor demandar que las corporaciones del mundo desarrollado inviertan solo en países con altos estándares laborales, en la realidad esas políticas roban a los más pobres del mundo de su único activo comerciable.

Deberíamos de permitir a los empleadores buscar en donde sea a trabajadores voluntarios, pero la palabra clave es “voluntarios”. “Libre” comercio que utiliza mano de obra esclava o coaccionada no es libre, es un robo. Pero si personas viviendo en la pobreza están dispuestas a trabajar al nivel salarial que las multinacionales les ofrecen, nosotros no debiésemos de entrometernos. Las corporaciones obtienen mano de obra barata. Los más pobres del mundo pueden empezar a avanzar hacia el progreso. Los consumidores occidentales obtienen bienes más baratos. Y nosotros comenzamos el proceso de mover a las economías más pobres del mundo hacia el camino de la prosperidad, lo cual beneficia a todos.

Traducido por Nicolás López para Cato Institute.