Todos eramos Keynesianos en aquel entonces
Por Ike Brannon
Una cosa que la historia nos enseña es que una persona que concibe una gran idea puede que no reciba crédito por ella. En 1961, un economista poco conocido de Carnegie Tech llamado John Muth publicó una pieza en la revista Econometrica demostrando que las personas concienzudamente usan la información disponible para predecir los precios futuros y luego hacer decisiones económicas basadas en esas “expectaciones racionalesâ€. El descubrimiento de Muth parece obvio hoy, pero era radical en 1961, durante el auge de la economía Keynesiana.
La economía Keynesiana fue construida sobre la base de que las personas eran de poca perspicacia y que no podía confiárseles el hacer decisiones económicas racionales. Por eso los Keynesianos concluían que el gobierno necesitaba conducir el barco económico en aguas establesâ€"ellos estaban convencidos de que los empresarios y los trabajadores eran demasiado torpes para hacerlo correctamente por si solos. Porque Muth cuestionó la creencia Keynesiana al decir que esos trabajadores y empresarios eran por lo menos igual de inteligentes que los burócratas del gobierno, su artículo recibió poca atención inicialmente. Desalentado por falta de una reacción, Muth pronto abandonó esta área de investigación.
Pero en las décadas que siguieron, las expectaciones racionales ganaron territorio dentro de la profesión, eventualmente desarraigando la economía Keynesiana y pavimentando el camino para la revolución de la economía de oferta. Su artículo es ahora uno de las piezas más citadas en las ciencias sociales, y el trabajo de Muthâ€"especialmente su creencia de que los trabajadores y los empresarios hacen un buen trabajo al realizar decisiones económicasâ€"es una parte aceptada del canon de la economía.
Mientras que su idea recibe un amplio reconocimiento hoy, lo mismo no se puede decir del mismo John Muth. Muth murió el 25 de octubre del 2005, nunca saliendo de su oscuridad a pesar de sus contribuciones a la profesión. Fue el anterior colega de Muth, Robert Lucas, quien ganó el Premio Nóbel por la teoría de las expectaciones racionales, con la contribución de Muth escasamente mencionada en los anuncios de los premios. Su trabajo amerita por lo menos un recuento superficial.
La idea de las expectaciones racionales es simple de manera engañosa: Los compradores y vendedores que necesitan predecir los precios del futuro no asumen meramente que serán los mismos que los precios actuales. En vez, utilizan toda la información disponible para tomar una decisión informada sobre cuáles serán los preciosâ€"por lo menos cuando les sirve de algo hacerlo.
Además, su adivinanza educada será, en promedio, correctaâ€"las personas cometerán errores, pero no estarán consistentemente equivocados. Muth demostró que en el mercado de puercos, el cual se pensaba exhibía amplias y predecibles fluctuaciones de precio, las expectaciones racionales explican los precios considerablemente bien.
El estudio de Muth fue publicado al mismo tiempo que la economía Keynesiana se había convertido ascendiente en el mundo de las políticas públicasâ€"la Curva de Phillips había sido recientemente revelada y estaba lista para ser explotada. Detrás de ella yacía la noción de que los políticos y burócratas pueden permanentemente reducir el desempleo mediante la inflación de la oferta de dinero y la creciente inflación.
El razonamiento por detrás de la Curva de Phillips dice que una inflación más alta engaña a los trabajadores, que confunden un dólar apreciándose con un aumento real en su poder de compra. Como resultado, las personas aceptan trabajos que de otra manera no aceptarían y trabajan más horas que las que trabajarían de otra manera, aumentando el empleo y la producción.
Dado el excepcional desempeño de la economía en los 1960s, pocos tenían razón alguna para cuestionar la ortodoxia económica de aquel entonces. El modelo de las expectaciones racionales de Muth languideció antes de que Lucas decidiése utilizar el concepto de Muth para explicar por qué la Curva de Phillips dejó de funcionar durante la era de la “stagflation†de los 1970s. Las expectaciones racionales decían que la Curva de Phillips no tenía sentidoâ€"las personas puede que no hagan decisiones óptimas económicamente todo el tiempo, pero no pueden ser consistentemente engañados por las políticas gubernamentales.
La idea transformó radicalmente la profesión. Inmediatamente cambió la conversación entre los macroeconomistas y los políticos y burócratas sobre como administrar la demanda agregadaâ€"esto es, conducir el barco económicoâ€"para hablar de proveer un ambiente económico estable y saludable que serviría para aumentar el lado de oferta de la economía. No es coincidencia que la economía del lado de oferta se desarrolló luego de las expectaciones racionales.
Hoy en día, el impacto de las expectaciones racionales sigue siendo enorme. Por ejemplo, el director-elegido de la Junta del Banco de la Reserva Federal, Ben Bernanke, expresó el deseo de apuntar a una inflación de entre el uno y el dos por ciento, una política admirada por muchos hoy, que hubiera sido vista como arriesgada antes de la ascensión de las expectaciones racionales.
Muth tuvo una larga y productiva carrera en la Universidad de Indiana, donde hizo contribuciones importantes a la administración de operaciones y también fue uno de los primeros en estudiar la inteligencia artificial. Mientras que el hubiera apreciado el reconocimiento de un Premio Nóbel, Muth era un caballero vergonzoso que se hubiera sentido incómodo con la notoriedad que conlleva el premio. El se sentía mucho más en casa en los varios bares en el centro de Bloomington, donde el no se oponía a ejercer sus horas de oficina.
El mundo de la economía le debe a el una deuda de gratitud por su trabajo, y su fallecimiento no debería de llegar sin por lo menos un reconocimiento a él por poner en movimiento un cambio sísmico en la forma en como los economistas perciben el mundo. El Presidente Richard Nixon famosamente dijo en 1971 que todos somos Keynesianos ahora. Gracias a John Muth, virtualmente casi ninguno de nosotros lo es hoy.
Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.