Subvenciones a las energías limpias frente a un impuesto sobre el carbono

Jeffrey Miron señala que los impuestos sobre la energía "sucia" es la forma menos mala de reducir las emisiones de carbono.

Por Jeffrey A. Miron

Una cuestión fundamental en los debates sobre política climática es que a los políticos y a la opinión pública no les gustan las implicaciones del análisis económico estándar.

El consenso científico existente implica que el carbono y otras emisiones de gases de efecto invernadero (en adelante, "emisiones") constituyen una externalidad, es decir, un efecto de las acciones de una persona sobre otros agentes económicos, de formas no mediadas por los precios. La contaminación atmosférica de los autos y las fábricas, los vertidos de fertilizantes de las granjas y los ruidos fuertes de las autopistas y los aeropuertos son ejemplos habituales.

En presencia de externalidades, los mercados libres producen demasiada cantidad del bien generador de externalidades, y el gobierno puede, en principio, mejorar la eficiencia económica.

El enfoque estándar es un impuesto que eleva el precio del bien, lo que reduce su producción y, por tanto, la externalidad. La producción económica medida disminuye, pero la producción económica real –la producción medida menos la externalidad– aumenta.

Los impuestos sobre las emisiones, sin embargo, no salen bien parados en las urnas porque aumentan los precios del gasóleo de calefacción, la gasolina y otros bienes y servicios.

Por eso, los políticos sugieren subvencionar las fuentes de energía "limpias", como la solar o la eólica. Esto reduce el precio de estas energías y aleja su utilización de las fuentes de altas emisiones. Las industrias subvencionadas y los consumidores de energía están contentos porque los precios de la energía son más bajos.

Sin embargo, al abaratar la energía, las subvenciones pueden aumentar las emisiones. Las subvenciones a los vehículos eléctricos, por ejemplo, podrían aumentar el número de automóviles y, dado que la producción de estos vehículos utilizará una cantidad considerable de energía "sucia" en un futuro previsible, esto podría aumentar las emisiones. Peor aún, la energía que carga las baterías de los vehículos eléctricos suele proceder de la combustión de carbón o petróleo, que emiten más carbono que la gasolina. Según un estudio reciente, la subvención óptima para la compra de un vehículo eléctrico debería ser un impuesto de 742 dólares en lugar de un crédito de 7.500 dólares.

Así pues, las subvenciones a las energías limpias son una mezcla de efectos potencialmente compensatorios. Sólo los impuestos sobre las emisiones mueven inequívocamente la economía en la dirección correcta.

Un artículo reciente examina estas cuestiones empíricamente:

Estudiamos las subvenciones a las energías limpias en un modelo cuantitativo de economía del clima. ... En los valores estándar de los parámetros, las subvenciones a la producción limpia aumentan las emisiones y disminuyen el bienestar en relación con el laissez-faire. ... Incluso en [un] escenario más optimista, una subvención limpia genera emisiones significativamente más altas y menor bienestar que un impuesto sobre la energía sucia.

Exactamente. Los impuestos sobre las emisiones son probablemente la forma menos mala de reducir las emisiones. Las excepciones son posibles, pero las subvenciones a las energías limpias merecen un escrutinio cuidadoso, incluso si las limitaciones políticas hacen imposibles los impuestos sobre las emisiones. A veces, no hacer nada es mejor que las alternativas viables.

Este artículo apareció en Substack el 22 de enero de 2024.