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Javier Fernández-Lasquetty indica que Daniel Ortega instauró un nuevo tipo de socialismo en Nicaragua: combina la retórica revolucionaria con un sistema de privilegios garantizados.

Por Javier Fernández-Lasquetty

Lo que está pasando en Nicaragua es muy serio. Desde el 18 de abril todo el país, con los estudiantes en vanguardia, está en la calle plantando cara a la dictadura de Daniel Ortega, antaño un icono de las revoluciones comunistas y en los últimos tiempos el más astuto seguidor del populismo chavista. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA ha estado allí y en un informe preliminar ha constatado que la represión ha causado ya 76 muertos, 868 heridos y 438 detenidos, entre estudiantes, población civil, defensores de derechos humanos y periodistas. Además de “condenar enfáticamente las muertes, agresiones y detenciones arbitrarias”, ha urgido al Estado de Nicaragua a que cese de inmediato la represión de la protesta social.

Un estudiante nicaragüense llamado Lesther Lenin Alemán —su segundo nombre no deja margen para pensar que venga de ninguna caverna derechista— ha impresionado a centenares de miles de personas por la valentía con la que se encara con el todopoderoso dictador y su inquietante esposa para decirle directamente que se vaya, que deje ya el poder que lleva tantos años manejando. Si no han visto el video merece la pena que lo hagan.

¿Por qué razón los medios de comunicación españoles e internacionales están prestando tan poca atención a la revuelta estudiantil en Nicaragua? ¿Será porque es un país pequeño, o porque lo que pase allí no le interesa a nadie? No, por eso no puede ser. En los años ochenta del siglo XX, Nicaragua fue uno de los países que capitalizó mayor interés en España y en el mundo. Eran tiempos de revolución, con Ortega y sus comandantes con camisa verde olivo y boina al estilo del Che Guevara. Entonces sí que teníamos a Nicaragua hasta en la sopa. No había día que la televisión y la prensa no nos contara algo de los jóvenes aliados de Fidel Castro. No había concierto organizado por cualquier ayuntamiento gobernado por los socialistas que no incluyera los gritos de rigor: Nicaragua sandinista, Nicaragua vencerá, etc. Otra vez la falsa superioridad moral de la izquierda: cuando la revolución es de los suyos, todos tenemos que conmovernos; cuando la revolución es contra los suyos, ni se habla del asunto.

Daniel Ortega recuperó el poder a través de unas elecciones en el 2006. Mediante la astucia combinada con la maldad desarmó rápidamente los mecanismos constitucionales que salvaguardan la libertad y la protección mediante jueces independientes. Tuvo la habilidad de abrir un nuevo tipo de socialismo, que combina la retórica revolucionaria con un sistema casi perfecto de privilegios garantizados para algunas de las grandes empresas del país. El trato con ellos fue de los que repugnan a quienes creemos en el libre mercado. Ortega ha construido un régimen mercantilista en el que los privilegios y la protección frente a la competencia son la contrapartida que se ha dado a aquellos empresarios que han aceptado que solo Ortega pueda mandar. La esposa del dictador, Rosario Murillo, además de vicepresidenta es el poder tenebroso y al mismo tiempo caprichoso. Todo Managua estaba poblado de unos extraños armazones metálicos que simulan árboles de colores, y que ahora la población ha ido derribando porque ve en ellos el símbolo del despotismo.

Para reprimir la revuelta estudiantil Ortega y Murillo cuentan con milicias violentas —las llamadas “turbas”— que agreden sin contemplaciones, a veces hasta la muerte, a los que protestan o a los que lo cuentan. La policía acude presurosa, pero no para impedirlo, sino para que los que protestan comprueben que no acuden a protegerles a ellos, sino a quienes les maltratan.

Es necesario levantar la voz desde cualquier lugar del mundo y defender la libertad en Nicaragua. Es la única manera de evitar que el régimen chavista nicaragüense logre aburrir a los manifestantes, para después dejar caer sobre ellos todo el peso de la represión.

Ortega y sus secuaces han gobernado el país desde 1979, con un paréntesis entre 1990 y 2006. Hace casi 40 años cayó el régimen de Somoza, y Nicaragua sigue teniendo una renta per cápita de 2.120 dólares, la más baja de toda Centroamérica. Por eso, entre otras cosas, protestan los nicaragüenses, y por eso merecen que les ayudemos.

Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital (España) el 30 de mayo de 2018.