¿Sociedad civil o sociedad política? La elección que determina el futuro de Estados Unidos
Tom G. Palmer señala que la animosidad y el resentimiento han sustituido al civismo para muchos estadounidenses, impulsados por el populismo y la demagogia.

Por Tom G. Palmer
Parece que vivimos en una época de polarización extrema, de odio mutuo entre muchos de nuestros ciudadanos, de falta de voluntad para vivir juntos en una sociedad civil. Los líderes políticos tachan a sus oponentes de "enemigo del pueblo" y amenazan con "represalias" y "venganza". Las turbas de Internet exigen –y a menudo consiguen– la "cancelación" de quienes consideran ofensivos para que no vuelvan a hablar. Según una encuesta de YouGov de 2020, el 38% de los republicanos y el 38% de los demócratas estarían "muy disgustados" o "algo disgustados" si sus hijos se casaran con personas del otro partido. Muchos parecen no estar dispuestos a convivir pacíficamente como ciudadanos iguales de la res publica, nuestra república constitucional. La práctica del civismo se está marchitando y, con ella, la sociedad civil que un gobierno constitucional debe proteger.
Se han hecho muchos diagnósticos y se han propuesto muchas curas o soluciones. Merece la pena examinarlos no sólo desde la perspectiva de lo que debería hacerse, sino también de lo que cada uno de nosotros, como ciudadanos, es capaz de hacer y, si queremos preservar el civismo, debería hacer.
Adam Smith señaló que el odio persistente no sólo es "detestable", sino también incompatible con la existencia continuada de la sociedad civil y, por tanto, debería "ser expulsado de toda sociedad civil" (Por el contrario, incluso un exceso de "amistad y humanidad", aunque tal vez perjudicial para quien se muestra excesivamente amistoso, no es ni indigno ni desagradable, ya que "sólo lamentamos que sea impropio del mundo, porque el mundo es indigno de él").
Una sociedad cuyos miembros se odian y se resienten unos a otros no puede persistir mucho tiempo, desde luego no como sociedad civil. Y con la pérdida de la sociedad civil viene la pérdida de la libertad civil. El Estado de derecho se transforma en Estado de derecho, un instrumento de retribución, redistribución y venganza, políticas que los partidos de izquierda y derecha han venido amenazando con creciente vehemencia. Los militantes y alborotadores del "bloque negro" de extrema izquierda (a menudo denominados "antifa") y los militantes y alborotadores de extrema derecha (miembros de los "Proud Boys" entre ellos) están bastante ávidos de violencia; su brutalidad es una pequeña muestra de lo que puede venir si no se restablece el civismo.
La alternativa a la sociedad civil es la guerra civil, que es el fin último del civismo. Algunos activistas, expertos y políticos se deleitan con la idea; el presidente de un grupo de reflexión llegó a advertir que la "segunda revolución americana" que propone "seguirá siendo incruenta si la izquierda lo permite". La implicación es clara: "Si perdemos, prepárense para el derramamiento de sangre".
Los estadounidenses deberían temer un futuro en el que los ciudadanos se odien unos a otros hasta el punto de prometer sangre, en el que se designen unos a otros no como conciudadanos que pueden discrepar, sino como enemigos a los que no se puede tolerar, que "viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país".
¿Qué es la sociedad civil?
La "sociedad civil" no se refiere únicamente a una parte específica de la sociedad, sino a los órdenes sociales voluntarios y autónomos en general. Surgió históricamente en ausencia de una dirección central. El historiador Walter Ullmann arraigó la sociedad civil en "la forma en que aquellos alejados de la mirada de los gobiernos oficiales dirigían sus propios asuntos", que en Europa después de la Edad Media incluía la formación de ciudades autónomas, las asociaciones de autogobierno que se conocían como "comunas". Dichas comunas eran agrupaciones de ciudadanos basadas en juramentos que se encargaban del gobierno de ciudades y pueblos. El término "civil" procede del latín "civitas", que se refiere a una ciudad en su existencia jurídica y no física, una distinción más difícil de expresar en español. Así, los habitantes de las ciudades recién fundadas vivían en "sociedad civil". El comportamiento de sus miembros era civil (La palabra inglesa "courtesy" procede del comportamiento que se esperaba en la corte real. A medida que las cortes reales han ido desapareciendo o disminuyendo en importancia, ambos términos se han aproximado en su significado).
"Civil" se refiere no sólo a los órdenes jurídico y político de dichas ciudades, sino también al modo estándar de comportamiento –civil– que las caracterizaba y a la organización del orden social mediante relaciones voluntarias y contractuales. El comportamiento civil no se limita únicamente a la familia, los vecinos o los correligionarios, sino que también puede extenderse a los extraños, incluidos los extranjeros. El civismo no exige una lealtad abrazadora a un líder, clan, partido, religión o incluso ciudad o país. Implica respeto por las personas, por la propiedad (es decir, por sus derechos en general, incluidas sus posesiones pero sin limitarse a ellas) y por las promesas. Estas sociedades civiles solían ser fundadas por comerciantes. En el sistema feudal imperante, los comerciantes carecían de estatus, por lo que crearon su propio estatus junto al de los caballeros, clérigos y campesinos.
Al unirse a gremios y comunas, las personas hacían realidad su identidad individual a través de la asociación voluntaria. Como concluye el historiador Antony Black en su libro Guilds and Civil Society in European Political Thought from the Twelfth Century to the Present, "El punto crucial tanto de los gremios como de las comunas era que aquí la individuación y la asociación iban de la mano. Se alcanzaba la libertad perteneciendo a este tipo de grupo. Ciudadanos, comerciantes y artesanos perseguían sus propios objetivos individuales agrupándose bajo juramento".
Ese orden social se caracterizaba por las virtudes comunes entre los mercaderes, que mantenían regularmente intercambios repetidos con múltiples socios comerciales. La reputación adquirió así una importancia capital. Llegó a ser normal considerar a los demás portadores de derechos, entre los que destacaba el derecho a no comprar, y por tanto normal ejercer la puntualidad, la honradez, la buena fe, la tolerancia respetuosa y la negociación en lugar de recurrir a la violencia. El historiador Geoffrey Parker señaló que los mercaderes de la ciudad de Amberes, entonces sometida al rey español, se opusieron a los planes del rey de introducir la Inquisición, alegando que "la inquisición era contraria a los privilegios de Brabante y que, más concretamente, eran tantos los herejes que acudían a Amberes para comerciar que su prosperidad se vería arruinada si se introducía una inquisición residente".
El respeto era –y es– primordial para el mantenimiento de la sociedad civil. En sus Reglas de urbanidad y comportamiento decente, George Washington enumeró como la primera: "Toda acción realizada en compañía debe ser con alguna señal de respeto hacia los presentes".
La sociedad civil floreció y con el tiempo llegó a ser la forma dominante de interacción social, al menos en las sociedades libres. La esclavitud, la servidumbre, el absolutismo y la persecución fueron barridos en gran medida por las nuevas sociedades civiles. Estas sociedades se convirtieron en terreno fértil para nuevas asociaciones de todo tipo. Como señala la historiadora Margaret Jacob, en la sociedad civil proliferaron las "asociaciones voluntarias, en las que los extraños podían convertirse en conocidos". Estas asociaciones incluían negocios, asociaciones empresariales y asociaciones de trabajadores (a menudo conocidas como gremios), logias masónicas y de otro tipo, bibliotecas de préstamo, congregaciones, sociedades benéficas, sociedades de temperancia y muchas más. A medida que los principios de la sociedad civil se extendían más allá de los límites de la ciudad, abarcaban asociaciones agrícolas, asociaciones de caza y una vertiginosa variedad de clubes y agrupaciones voluntarias.
Las logias masónicas daban gran importancia al hecho de ser asociaciones voluntarias de personas libres sin distinción de religión, raza, parentesco o posición social, cada una de ellas regida por sus propios estatutos, tal y como se recogía en 1723 en la obra de James Anderson The Constitutions of the Free-Masons.
En La democracia en América, Alexis de Tocqueville distinguía la sociedad política ("relaciones entre el gobierno federal y los gobiernos particulares y el ciudadano de la Unión y el ciudadano de cada estado") de la sociedad civil ("relaciones de los ciudadanos entre sí") y la sociedad religiosa ("relaciones entre Dios y los miembros de la sociedad, y de las sectas religiosas entre sí"). Observó que en los Estados Unidos de América, bajo un sistema político relativamente limitado y guiado por la Constitución, se produjo un florecimiento especialmente robusto de asociaciones voluntarias:
De todos los países del mundo, América es el que más ha aprovechado la asociación y el que ha aplicado este poderoso medio de acción a la mayor variedad de objetivos. Aparte de las asociaciones permanentes creadas por la ley, conocidas como pueblos, ciudades y condados, una multitud de otras deben su nacimiento y desarrollo únicamente a voluntades individuales.
Los problemas se abordaban y resolvían mediante la asociación voluntaria, en lugar de recurrir inmediatamente a una petición a las autoridades políticas.
Los americanos de todas las edades, de todas las condiciones, de todas las mentes, se unen constantemente. No sólo tienen asociaciones comerciales e industriales en las que todos participan, sino que tienen mil otras: religiosas, morales, serias, inútiles, muy generales y muy particulares, inmensas y muy pequeñas; los americanos se asocian para celebrar fiestas, fundar seminarios, construir posadas, erigir iglesias, distribuir libros, enviar misioneros a las Antípodas; así crean hospitales, cárceles, escuelas. Si, finalmente, se trata de sacar a la luz una verdad o de desarrollar un sentimiento con el apoyo de un buen ejemplo, se asocian. Dondequiera que, a la cabeza de una nueva empresa, veáis en Francia al gobierno, y en Inglaterra a un gran lord, contad con ver en los Estados Unidos una asociación.
Esa floreciente sociedad civil sentó las bases de la democracia liberal constitucional en América y de una sociedad de civismo entre extraños. Más tarde se convirtió en la base del movimiento para garantizar los derechos civiles para todos, es decir, los derechos de las personas en una sociedad civil. El movimiento abolicionista es un ejemplo especialmente impresionante de una red de organizaciones de la sociedad civil que se coordinaron para exigir la libertad para todos, incluida la ayuda a las personas esclavizadas para escapar a la libertad. A medida que los estadounidenses de raza negra fueron obteniendo mayores libertades tras las Enmiendas Decimotercera, Decimocuarta y Decimoquinta, a ese movimiento le sucedió una profunda red de iglesias, clubes profesionales y empresariales, sindicatos y muchas otras asociaciones entre los estadounidenses de raza negra. Esa red, a su vez, fue la base para la organización de boicots, acciones políticas, protestas masivas y otros elementos de la campaña para hacer realidad la promesa incumplida de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, "que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados". La sociedad civil hace posible las relaciones pacíficas y mutuamente beneficiosas entre innumerables desconocidos y, de gran importancia para el funcionamiento de la política democrática liberal, la reparación de agravios y la reforma de las injusticias.
¿Qué le ha pasado a la sociedad civil?
La sociedad civil parece ir por mal camino. Sin duda, el civismo ha disminuido (Durante un viaje en coche en 2020, vi tres vallas gigantescas en las que aparecía el nombre de un candidato presidencial en letras enormes, seguido de "¡Porque te j***!"). El comportamiento se encuentra a ambos lados de la división política ("deplorables", "el enemigo interior", "racista", "trastornado y enfermo", "escoria mediática", etc.) y está haciendo que la deliberación real –una característica definitoria de la democracia liberal– sea mucho más difícil, si no imposible, de llevar a cabo.
Un problema comúnmente señalado es que muchas de las asociaciones que una vez fueron fundamentales para la vida cívica se han marchitado. A menudo me dirijo a un público universitario y les pregunto por un conocido programa de televisión estadounidense: los dibujos animados Los Picapiedra. Cuando pregunto a los estudiantes dónde salían juntos Fred y Barney por las tardes, al final algunos se ofrecen voluntarios: "¿En la logia?". Yo respondo preguntando qué era la logia. Por lo general, ningún alumno puede responder. A principios de la década de 1960, cuando se emitió el programa, decenas de millones de estadounidenses acudían a reuniones de asociaciones cívicas, ya se llamaran logias, sociedades fraternales, clubes, congregaciones o cualquier otro nombre. Proporcionaban ayuda mutua, como seguros médicos y de vida complementados con visitas fraternales y asistencia de otros miembros; una amplia variedad de formas de ayuda a los miembros necesitados; y actividades caritativas en beneficio de los no miembros que sufrían en sus ciudades y comunidades. En la actualidad, estas asociaciones luchan contra el envejecimiento de sus miembros.
Una de las razones de su declive, sin duda, es el auge de las compañías de seguros que emplean los principios de la ciencia actuarial. Dichas compañías agrupan los riesgos de percances de forma más eficiente que las agrupaciones de personas con inclinaciones, ubicaciones u ocupaciones similares, que a menudo son susceptibles de sufrir problemas de selección adversa. Otra razón a la que se ha prestado muy poca atención es la forma en que las políticas políticas han hecho redundantes las asociaciones voluntarias al gravar con impuestos a las personas para que presten servicios por los que antes pagaban cuotas o tasas. Como advirtió Tocqueville: "La moral y la inteligencia de un pueblo democrático correrían peligros no menores que su comercio y su industria, si el gobierno llegara a ocupar el lugar de las asociaciones en todas partes". En el Reino Unido, las antaño enormemente populares "sociedades de socorros mutuos" que proporcionaban asistencia médica a millones de personas (y eran más populares y numerosas que los más recordados sindicatos) entraron en franca decadencia cuando el Servicio Nacional de Salud empezó a cobrar cuotas obligatorias por los mismos servicios médicos por los que los miembros de las sociedades de socorros mutuos pagaban voluntariamente la cobertura para ellos y sus familias. Por qué pagar dos veces por el mismo servicio, razonaron. Procesos similares han destripado organizaciones en Estados Unidos o las han convertido en contratistas de la política estatal, entre ellas Meals on Wheels, anteriormente organizada y financiada por voluntarios, Catholic Charities y muchas más, que ahora reciben la mayor parte de su financiación (y diversos controles asociados) de los gobiernos federal y estatal. Como señaló la revista de la Orden Fraternal de las Águilas en 1915, "El Estado está haciendo o planeando hacer por el asalariado lo que nuestra Orden fue pionera en hacer hace dieciocho años". Todo esto está disminuyendo el atractivo popular de nuestras características beneficiosas. Con ese atractivo debilitado o desaparecido, habremos perdido un argumento de peso para unirnos a la Orden; porque ninguna fraternidad puede depender enteramente de sus características recreativas para atraer miembros". Este desplazamiento de las asociaciones voluntarias tiene muchas implicaciones, entre ellas el declive del papel de las asociaciones como contrapeso al poder estatal y freno a las ambiciones desmesuradas de tiranos potenciales. Recordemos que una plétora de asociaciones voluntarias de muchos tipos fue lo que obligó al sistema político a reconocer los derechos civiles de los estadounidenses de raza negra; si las numerosas asociaciones voluntarias de la sociedad civil se hubieran visto aún más debilitadas por un Estado segregacionista, las leyes de Jim Crow podrían seguir en vigor.
Estos son algunos de los factores que han provocado el declive de las relaciones personales entre los estadounidenses (La movilidad laboral, a la que se solía culpar del desarraigo, de hecho ha estado disminuyendo durante el mismo periodo en que ha disminuido la afiliación a logias y otros clubes, lo que la convierte en una mala candidata para explicar la disminución de la afiliación a asociaciones voluntarias).
¿Por qué el declive del civismo?
Pero, ¿por qué el declive del civismo? Es un tema complicado y difícil, pero sin duda implica una combinación del auge de ideologías populistas y demagogos que diferencian entre el "verdadero pueblo" y los "enemigos del pueblo"; la segregación de la población por ingresos y educación, como Charles Murray documentó en su inquietante libro de 2012 Coming Apart; la guerra cultural de bajo nivel contra los estadounidenses de zonas rurales que viven en el llamado "flyover country", que se hace evidente en las burlas que sufren en el cine y la televisión; la creación de cámaras de eco en las redes sociales, en las que la gente sólo escucha las opiniones de los que son como ellos y llegan a considerar a los que piensan de otro modo como irremediablemente ajenos y amenazadores; y la politización cada vez mayor de la sociedad (o, como dirían algunos académicos, "la colonización de la sociedad civil por lo político"). Algunas de esas causas se abordan mejor promulgando cambios de comportamiento y volviendo a las normas de la sociedad civil, especialmente el respeto a todos y la negativa a designar a los oponentes políticos de uno como "enemigos del pueblo".
Sin embargo, la última de las causas sugeridas –la colonización de la sociedad civil por lo político– es claramente una cuestión de política pública. El gasto federal no relacionado con la defensa ha pasado del 5,1% del producto interior bruto en 1955 al 18,6% actual y consume un 48% más de nuestra producción económica que en el año 2000. Todo ese gasto adicional atrae a grupos de presión e intereses especiales con más eficacia y rapidez que un picnic a las hormigas. Más de 2.000 organizaciones comerciales y profesionales tienen su sede en Washington, DC, y sus suburbios, no porque el aire que rodea el Capitolio sea especialmente propicio para las asociaciones voluntarias o las relaciones comerciales, sino porque es donde pueden presionar más fácilmente para obtener subvenciones, favores especiales y otros beneficios del comportamiento de búsqueda de rentas.
A medida que las asociaciones voluntarias de la sociedad civil se ven colonizadas, absorbidas y desplazadas por la arena política, cada vez son más los asuntos que se convierten en objeto de disputa política. Se convierten en juegos en los que el ganador se lo lleva todo, con una estructura similar a la de las guerras religiosas de siglos pasados. Durante esas guerras, si una religión ganaba el poder del Estado, las otras eran perseguidas, y así se ponía tanto en juego que los oponentes (y rivales por el poder del Estado) eran caracterizados como herejes e infieles, es decir, como enemigos irreconciliables. Lo único que importaba era ganar; perder significaba ser quemado en la hoguera. Hoy asistimos a una dinámica similar. ¿Tendrá una política financiada con fondos federales que establecer credenciales "progresistas" o "woke" o "favorables a la familia" o "tradicionales" como condición para recibir fondos? Cada decisión, independientemente de la facción que esté en el poder, es un paso más en la guerra cultural, otra ocasión para el odio y el resentimiento, otro clavo en el ataúd del civismo. El odio y el resentimiento no sólo socavan o incluso anulan el civismo, sino que también dificultan el mantenimiento del pluralismo, que es fundamental para el funcionamiento de la sociedad civil. Son las múltiples lealtades transversales de la sociedad civil, en la que dos personas pueden ser miembros de diferentes congregaciones religiosas, enviar a sus hijos a diferentes escuelas y tener opiniones políticas muy diferentes, y sin embargo reunirse como miembros de un equipo o aficionados al deporte, como vecinos o compañeros de trabajo –en pocas palabras, como ciudadanos iguales que pueden diferir sin enemistad– lo que hace posible un pluralismo sostenible y armonioso. Como señaló Tocqueville en La democracia en América, "La moral y la inteligencia de un pueblo democrático correrían no menos peligros que su comercio y su industria, si el gobierno llegara a ocupar el lugar de las asociaciones en todas partes".
Reavivar el civismo
Hay muchos proyectos en marcha –esperemos que no lleguen demasiado tarde– para reavivar el civismo. Sphere Education Initiatives –parte del Proyecto Esfera del Instituto Cato, que se esfuerza por ayudar a la gente a aprender a escucharse unos a otros a pesar de sus diferencias– está trabajando con los profesores de secundaria y preparatoria de Estados Unidos para modelar el discurso civil y fomentar el compromiso respetuoso en lugar de la polarización y la demonización. Otras organizaciones, como el Instituto John Locke, enseñan a los estudiantes de secundaria y universitarios a superar lo que el economista Bryan Caplan denomina la "Prueba de Turing ideológica", en la que compiten para exponer de forma convincente los mejores argumentos a favor de las posturas que personalmente rechazan, ya sea sobre el aborto, los impuestos, el comercio, la participación de deportistas transgénero u otros temas. Comprender los mejores argumentos de la otra parte es una buena manera de empezar a ver a los demás como conciudadanos y no como enemigos. Estas iniciativas abordan importantes manifestaciones del declive del civismo. Es evidente que se necesitan otras.
En el frente político, restaurar el civismo significará hacer retroceder o frenar el actual proceso de colonización de la sociedad civil por la política. Eso significa no dejarse seducir por el pseudologismo del silogismo del político –"Hay que hacer algo; esto es algo; por tanto, hay que hacer esto"– cada vez que cualquier asunto suscite preocupación y recurrir, en cambio, a los recursos de la asociación voluntaria. Esta última ha demostrado ser mucho mejor, por poner un ejemplo destacado, para frenar el abuso del alcohol que la Prohibición, que en realidad lo aumentó. En resumen, una sociedad civil requiere un gobierno limitado.
A todos nos interesa el resultado. ¿Viviremos en un país permanentemente dividido por el odio? ¿Caeremos en una guerra civil? ¿O reafirmaremos el compromiso de "formar una Unión más perfecta, establecer la Justicia, asegurar la Tranquilidad interna, proveer a la defensa común, promover el Bienestar general y asegurar las Bendiciones de la Libertad para nosotros y nuestra Posteridad"? Cuando nos encontremos consumidos por la ira, el resentimiento y el odio hacia "la otra parte", sería prudente tener presente la última regla de las Reglas de Urbanidad y Comportamiento Decente de George Washington:
"Trabaja para mantener vivo en tu pecho ese pequeño fuego celestial llamado conciencia".
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Free Society del Instituto Cato (Estados Unidos), en su edición de invierno de 2024.