Sindicatos en competencia
Por Alan Reynolds
La salida de los tres sindicatos más grandes de la Federación de Organizaciones Laborales de EE.UU. (AFL-CIO por sus siglas en ingles) ya ha reducido el número de miembros de la organización por un tercio y sus ingresos por un cuarto. Otros sindicatos puede que se dirijan hacia la salida.
Toda esa competencia para los pagos de los sindicatos es mala noticia para la jerarquía de la AFL-CIO, pero no necesariamente para los sindicatos en general, mucho menos para los trabajadores en general.
Esto parece un momento oportuno para reconsiderar lo que un sindicato es y lo que éste puede y no puede hacer. Cualquier sindicato es una empresa sin fines de lucro que mercadea sus servicios por una cuota. Si cualquier miembro existente o potencial piensa que los servicios no valen lo que valen las cuotas, es de esperarse que disminuya el número de miembros.
Los ofrecimientos de un sindicato podrían incluir asistencia con entrenamiento, consejo sobre la carrera profesional de uno, ayuda con la planificación de horarios y finanzas de la familia y otros servicios de información.
Los líderes de la AFL-CIO dicen que representan a aquellos que pagan las cuotas de los sindicatos. Pero esto introduce un “problema de agencia”. Tal como los intereses de los administradores corporativos pueden ser diferentes que los intereses de los accionistas corporativos, los intereses personales de los jefes de los sindicatos puede que sean diferentes a los intereses de los miembros de los sindicatos.
Estando en una posición para gastar el dinero de otras personas es una gran fuente de poder y prestigio, incluyendo la oferta de ayuda para campaña y de dinero para los políticos. La AFL-CIO usa cerca del 36 por ciento del monto recaudado de los miembros para respaldar las preferencias políticas de los líderes sindicales, aunque un 40 por ciento de los miembros de los sindicatos votaron por el presidente Bush. Aún los miembros que están de acuerdo con los gustos políticos de los líderes de las uniones puede que sin embargo vean a las cruzadas políticas como un gran desperdicio de su dinero.
La vieja guardia que sigue manejando el “movimiento laboral” tiende a describir sus esfuerzos en pintorescos términos marxistas, como una disputa entre una gigante armada de esclavos (“los trabajadores estadounidenses”) y una pequeña elite que administra todo. En realidad, hubieron 137.7 millones estadounidenses trabajando en el 2003, pero sólo 72.9 millones—o un 53 por ciento—todavía estaban siendo pagados por hora, y un cuarto de ellos eran empleados a medio tiempo. Comparen eso con los 47.9 millones de empleados—34.8 por ciento—que trabajaron en posiciones administrativas y profesionales. Los grupos proteccionistas defensores de la AFL-CIO, buscando aumentar el precio de las importaciones, difícilmente atraerán a los trabajadores asalariados en las industrias de servicios, tronquistas y otros que se están saliendo de la AFL-CIO.
A los jefes sindicalistas que representan el movimiento “Cambie para ganar” de los sindicatos no les gusta el énfasis de la AFL-CIO en las políticas partidistas. Pero ellos también definen los objetivos en términos de sus propios intereses—específicamente, presidiendo uniones más grandes con más poder, influencia y dinero. Nadie explica cómo los actuales miembros de los sindicatos pueden beneficiarse de que sus cuotas sean gastadas en tratar de reclutar más miembros para los sindicatos—una tarea frecuentemente fútil con un costo estimado de hasta $3,000 por cada miembro nuevo.
Aunque el salario promedio es muchas veces más alto para los trabajadores sindicalizados, algo de esa brecha refleja a los sindicatos organizando a las compañías más grandes en las ciudades más grandes—aquellas que siempre pagaban salarios relativamente altos. También, como el economista de Harvard Richard Freeman explicó, “los sindicatos negocian los paquetes de compensación que aumentarán la línea de espera para los que apliquen para obtener un trabajo y permitirá a los empleadores seleccionar a los mejores”. En ese caso, nosotros no estamos comparando trabajadores comparables.
H. Gregg Lewis famosamente estimó la brecha de ingresos entre los trabajadores sindicalizados y los no sindicalizados a tan solo 15 por ciento entre 1967 y 1979. En el 2003, sin embargo, David Blanchflower y Alex Bryson descubrieron que la diferencia de salarios era sustancialmente menor que en los 70s.
La compensación laboral merodeaba alrededor de un 70 por ciento del ingreso nacional por décadas, sin importar la cantidad de trabajadores que eran miembros de sindicatos. Cuales sea que fueren las ganancias que los sindicatos obtuvieron, las obtuvieron a expensas de otros trabajadores, consumidores y contribuyentes, y no de inversionistas o propietarios.
La labor organizada puede aumentar la brecha entre los salarios de los trabajadores sindicalizados y los no sindicalizados al hacer la labor para trabajadores sindicalizados escasa. Supongan que algunos sindicatos obtienen un poder de monopolio suficiente para forzar los salarios hacia arriba. Cuando sea que el precio de algo sube, la demanda baja. Por lo tanto deberá haber entonces menos trabajos en las compañías que son sindicalizadas. Y eso, en cambio, deja a más desempleados desplazados hacia el sector que no lidia con sindicatos—por ende, deprimiendo los salarios de los trabajadores no sindicalizados.
En 1992, Henry Farber y Alan Krueger de Princeton descubrieron que “virtualmente todo el declive en el número de trabajadores sindicalizados…es debido a la disminución de demanda por parte de los trabajadores de la representación de los sindicatos”. Eso puede que todavía sea verdad, con la notable excepción de los empleados gubernamentales—35 por ciento de los cuales son miembros de sindicatos, comparado con el 8 por ciento entre los trabajadores privados.
En “La economía de los sindicatos laborales”, Albert Rees concluye: “El efecto más probable de los sindicatos por sobre la distribución de los ingresos es la de redistribuirlos entre los trabajadores…Primero, el dinero de los salarios de los trabajadores no sindicalizados podrá mantenerse estable por la re-asignación de labor producida por el aumento de trabajadores que son sindicalizados; luego, los trabajadores no sindicalizados puede que tengan que pagar más por los productos producidos con labor de trabajadores sindicalizados”. Pero ya no es tan fácil traspasar los costos más altos de labor a los consumidores como lo era antes.
Las uniones son las que más probablemente presionarán los salarios de los trabajadores miembros de uniones cuando (1) no hay buenos sustitutos para la labor de los trabajadores de las uniones, (2) cuando no hay buenos sustitutos para los productos del empleador y (3) cuando la labor de unión es una porción pequeña de los costos totales.
Un ejemplo clásico fue el de los pilotos de aviones bajo el cartel regulado de la Junta de Aeronáutica Civil. Los empleadores no podían reemplazar a los pilotos con máquinas que ahorraban labor, los consumidores no eran libres para escoger aerolíneas más baratas y los salarios de los pilotos eran una fracción de los gastos de las aerolíneas. Por razones similares, el monopolio de “Ma Bell” de teléfonos fue otro blanco irresistible para los sindicatos. Las computadoras eran demasiado primitivas y costosas para reemplazar muchos operadores de teléfonos, y a los consumidores no se les permitía comprar teléfonos o servicios de larga distancia de cualquier otra compañía que no sea AT&T.
El único sector importante en el cual la competición todavía es legalmente prohibida es en el de los servicios públicos. Los empleadores en las escuelas públicas y otros servicios financiados con los impuestos han tenido pocos incentivos para cortar costos mediante la substitución de trabajadores no sindicalizados o mediante la tecnología que ahorra labor. No importa cuán inflado el costo de los servicios públicos sería literalmente criminal negarse a pagar por ellos. Los monopolios de los servicios públicos entonces permiten que las uniones ganen a cuestas de los contribuyentes.
“Entre 1982 y 1993”, escribió James Poterba y Kim Rueben, “los salarios y remuneraciones crecieron 69.2 por ciento en el sector público, y 52.2 por ciento en el sector privado”.
Rompiendo el firme control de la AFL-CIO por sobre la política y los servicios de los sindicatos será beneficioso por la misma razón que la competencia es beneficiosa en la economía y la política. Aquellos tratando de vender los servicios de un sindicato a los trabajadores puede que tal vez en realidad ofrezcan más y mejores servicios, para variar. El efecto económico por sobre los empleadores privados es poco probable que cambie, en un mundo de intensa competencia, las demandas excesivas de los trabajadores sólo “matan al ganso”. Cuando se trata de servicios públicos y financiados por los impuestos, en cambio, las ganancias de las uniones son las pérdidas de los contribuyentes.
Este artículo fue publicado originalmente en el Washington Times el 7 de Agosto del 2005.
Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.